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LA HISTORIA DE UN POETA QUE NUNCA SE FUE, Y A PESAR DE ELLO REGRESA

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A veces sucede que hay quienes logran capturar con tinta la esencia de la vida. Entonces las palabras se acercan tímidamente y se entregan felices al abrazo del poeta. Y así, el nombre Juan Manuel Ramírez Palomares adquirió un significado distinto, se volvió metáfora apareciendo a la cabeza o a los pies de sus propios versos.

“Empecé a escribir por un descubrimiento, un encuentro afortunado, porque tuve un maestro que era abogado y que llevaba sus asuntos legales al salón de clases. A nosotros nos ponía a leer un libro de Soledad Anaya Solórzano, y yo me encontré ahí con el Poema del Mío Cid que me gustó mucho”.

Juan Manuel Ramírez Palomares, poeta, un hombre de libros.

Ese cantar del heroico caballero fue el que consiguió que aquel muchacho solitario encontrara un refugio seguro en los libros, las revistas y los suplementos culturales. “En el 73, justamente hace 50 años cuando murieron Salvador Allende y Pablo Neruda, el escritor Herminio Martínez, que entonces era mi maestro de lectura y redacción en Celaya, llevó un poema. Nos habló de lo que estaba pasando en Chile y llevó una obra de Eugenio Mancera, que era su alumno en la preparatoria oficial. Y entonces me impactó, saber que había alguien de mi edad, o más o menos de mi edad, que podía escribir eso. Porque a mí de que me gustaba… me gustaba la poesía. Ya tenía un rato leyendo a diferentes autores pero no había practicado la escritura. Enfebrecido, empecé copiando y tratando de imitar a otros escritores, y hasta canciones populares y creo que ahí se desarrolló un poco del sentido del oído, mi capacidad de transformar lo que sentía y lo que vivía y pasarlo a palabras”.

Así fue como las letras poco a poco lo fueron habitando hasta llenarlo y comenzaron a pedir salir enhebradas por él, convertidas en poesía…

“Me integré a un taller literario con gente mayor que yo. Estábamos en plena efervescencia de las izquierdas, formamos un grupo literario que se llamó Letras Vivas, y con ideas supuestamente revolucionarias y el arte para el pueblo y todo eso, hacíamos lecturas públicas en plazas y en ciudades cercanas a Celaya. Pedimos permiso de que nos dejaran leer en algunos lugares, en algunas escuelas. Y ahí me fui, a escribir, a escribir y a escribir. Hasta que sentí que ya se me había calentado el brazo y que era lo mío. Fueron 3 años de formación no académica de literatura y de escritura.

“Terminando la prepa decidí: Quiero estudiar letras… las respuestas fueron:  Te vas a morir de hambre… Esa no es una carrera para gente de bien… Si te quieres ir va a ser sin apoyo… Pero yo era rebelde, era revolucionario y dije: no me importa”.

Y como sucede con quienes han trazado su destino y lo siguen convencidos de haber encontrado su esencia y su misión, debía obviar a quienes sencillamente no lo comprendían: “En una de las casas de estudiantes donde viví, había quien me hacía burla porque yo me levantaba a las seis de la mañana a escribir. Me decían: “Ay sí, se ve poeta”. Pero ahí fue donde construí las primeras cosas que se fueron publicando”.

Pero ¿qué es lo que inspira a un poeta? Y con toda seguridad Juan Manuel aclara: “mis  temas siempre abordan la vida, la muerte o el amor. Las tres heridas de las que habla Miguel Hernández; esas son mis constantes. Y también algo que no varía mucho es que casi en cada libro o en la mayoría de los libros hay por lo menos un texto que hace homenaje a la poesía porque como lo dije en La pesadumbre, el olor de la fruta, para mí la poesía es una madre.

“Pero una madre que asesina, amante infiel, dura harpía…porque así es. No es una mamá que te apapache y que con ella siempre sean puros pajaritos, paisajitos y todo bonito. No, la poesía raspa, la poesía duele. Por ahí alguien dijo: si no duele no es. Hasta la felicidad, hasta la alegría duelen. Porque cuesta conseguirlas y en el intento se pierde mucho. Entonces la poesía es una amante infiel, porque hoy está y mañana puede no estar. O la esperas y no llega, o llega cuando no la estabas esperando. Y además a qué llega. A azotarte.

“Octavio Paz, refiriéndose a las palabras, dijo: Chillen putas… si yo no me conmuevo  ¿cómo voy a conmover a  nadie más? Y no porque ese sea propósito de la escritura, su propósito no es ningún otro más que expresarte y soltar lo que tienes. Es una necesidad. Pero estás de por medio tú, y no es pose. Pose es disfrazarte de artista. Eso sí es fraude, lo demás no”.

Además de poeta, Juan Manuel Ramírez Palomares es promotor de la lectura, tallerista, y cómplice literario.

Y así como la vida formó al poeta, también lo llevó a las aulas, a las plazas, a los talleres, a contagiar el amor por los libros, los autores, la lectura: “Una manera de pagar mi colegiatura en la preparatoria fue ‘trabajar’ como prefecto, aunque casi era de la edad de los muchachos de secundaria. Pero no era solamente para la cuestión de la disciplina sino para cumplir las horas de los maestros que no iban. Y lo que hacía era leerles cosas que a mí me habían gustado. Y ya después en Guanajuato di clases en la secundaria Juana de Asbaje, ya traía cierta experiencia y mi clase era un tema que ya estaba aprendiendo. Estaba en la Escuela de Letras y el hecho de ser lector ayudaba mucho. Después hubo una escuela para educadoras en Mexiamora y ahí trabajé también. No creo mucho en la Academia, por eso no fui aplicado. Yo leía mucho en voz alta, o los pasaba a leer, y si se equivocaban, no importaba que tartamudearan o balbucearan. Les platicaba, y leía y leía y después me regresé a Celaya, a la prepa, ya con más experiencia, y daba lectura y redacción pero les decía que era taller de locura y diversión. Un poco siguiendo el modelo de Herminio Martínez porque Herminio hasta hacía actos de magia. Y todavía hay gente que me dice: maestro, por usted me gusta mucho leer. Compro libros. Entonces no pasé en vano por la vida”.

Juan Manuel Ramírez Palomares además, se ha forjado a lo largo de los años un prestigio como promotor de lectura llegando a traer a autores de la talla de Alejandro Aura, Eraclio Zepeda Lara, Elva Macías, Luis, Juan y Carmen Villoro, Tomás Mojarro y José Agustín, entre otros.

Hoy, después de un tiempo ausente, está de regreso: “Quiero reanudar porque siento que dejé una obra inconclusa, se me hizo más fácil, me dejé ganar, más que por el mundo, por mis rupturas, por pérdidas, por la soledad, por muchas situaciones extraordinarias a las que les di más importancia que a lo que verdaderamente soy, he sido y, he hecho. Ahora que regreso me doy cuenta que no se perdió mi labor, dejé entornada la puerta. Ahí han estado las cosas bonitas. Como no se cerró totalmente, fue posible volverla a abrir y me reciben con mucha calidez.

El maestro Juan Manuel Ramírez Palomares está listo para continuar con su travesía y seguir formando escritores niños y adultos a través de sus talleres.

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