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ILUMINACIONES: LA FIESTA DEL BARRIO

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Estas verbenas populares celebran el andar

de la Virgen por cada rumbo de Guanajuato.

Todo comienza con la instalación de coloridos puestos en cada espacio disponible. Aquí y allá, se colocan los vendedores de tacos, churros, pan de feria, elotes, “dorilocos”, hotcakes, tamales, golosinas, cacahuates; mandarinas y cañas anuncian la llegada de la temporada fría. Llenan las aceras quienes ofrecen juguetes que los niños usarán un par de días —si acaso—, antes de volver a los videojuegos. Aretes, pulseras, cadenas, cepillos, labiales, estuches de maquillaje se ordenan para atraer la atención de las jóvenes y las no tanto. No falta quien aproveche para vender cerveza.

Los preparativos.

Por otro lado, esforzados muchachos levantan tapancos o preparan los escenarios donde los grupos musicales amenizarán la convivencia hasta altas horas de la noche. Grupos de policías municipales, con cara de pocos amigos, hacen como que vigilan el orden y algún funcionario local asoma, dándose aires de importancia, para cuidar que todo el tinglado se apegue al reglamento, aunque tal vez ni lo conozca.

Son las “Iluminaciones”, conjunto de festividades tradicionales que surgieron a finales del siglo XVIII (cumplen 310 años en este 2023) para conmemorar el recorrido que hacía la Virgen de Guanajuato por los diferentes rumbos del real de minas. Dado que en aquel entonces no había luz eléctrica, los vecinos alumbraban calles y callejones con antorchas o veladoras, es decir, iluminaban el camino que seguiría la imagen de la madre del Salvador, de ahí el nombre.

La diversión de los más pequeños.

Por supuesto que en aquel entonces el territorio urbano era mucho menor, así que los ocho días de fiesta —de un domingo al siguiente— se distribuían en igual número de zonas. Calzada de Guadalupe, Terremoto, Tepetapa, Los Ángeles, Potrero-San Francisco, Embajadoras-Pastita y Baratillo-Mexiamora, en ese orden y abarcando también los callejones adjuntos, concentraban la atención a lo largo de una semana, para concluir en la Plaza de la Paz, lugar donde se asienta la Basílica y a donde la Virgen volvía luego de su recorrido.

En nuestros días, decenas de miles de habitantes han abandonado el centro histórico para radicar al sur de la ciudad. Debido al aumento poblacional, la gentrificación, la creciente demanda de aparcamiento, la escasez de vivienda y cierto afán de modernidad, pueblan ahora colonias de calles rectas y monótono paisaje de concreto, pero en las que se añora la tradición. Por ello, se han destinado nuevas fechas para extender las Iluminaciones a Pozuelos, Las Teresas, Villaseca, Lomas del Padre, Campanario, entre otros asentamientos, aunque éstas distan de tener el mismo poder de convocatoria de las originales.

La multitud llena calles y plazas.

De cualquier modo, cada día, la gente se congrega al caer la tarde, con el entusiasmo por romper la rutina. Padres y abuelos trepan a sus hijos o nietos en los juegos mecánicos, se escuchan los primeros acordes de música, que abarca géneros de honda raigambre popular: desde cumbias, norteñas y rancheras hasta rock and roll, baladas, hip-hop o los polémicos corridos tumbados. Los adolescentes se animan a bailar y el consumo de bebidas, antojitos, frituras y postres es pasmoso.

La fiesta, signo de la identidad y fe de cada barrio, se inunda de color. El ruido y la multitud dominan el panorama. La noche, anunciante ya del cercano invierno, enfría el ambiente y obliga a sacar suéteres y chamarras. Todo es jolgorio y alegría hasta que llega la hora de volver a casa, sobre todo para los infantes y sus padres —la escuela y la chamba no perdonan— y para los adultos mayores, que resienten el áspero clima o el cansancio por tanto ajetreo.

A la espera de los bambinos y mercaderías para todos los gustos.

Más la fiesta no para. Bailarines y trasnochadores desean continuar la pachanga, con mayor razón si su hogar está cerca. Con menos gente, pero igual entusiasmo, el baile prosigue, en tanto los comerciantes desmontan sus provisionales negocios; para ellos, es hora de hacer cuentas y pensar en el día siguiente. Hacia medianoche, se detiene la música, poco a poco vuelve el silencio y las calles se vacían. Si acaso, quedarán algunos bohemios con ganas de prolongar la parranda.

Diversos grupos amenizan el baile.

Durante algo más de una semana, Guanajuato se deleita en su mixtura de religión y festejo, un carnaval en pleno noviembre. No obstante, tanto la dualidad Halloween-Día de Muertos como las Iluminaciones no son más que el preludio de las mayores festividades anuales: 12 de diciembre, posadas, Navidad, Año Nuevo y 6 de enero. El llamado “maratón Guadalupe-Reyes” se avista ya en el horizonte con su cauda de excesos lúdicos, culinarios y etílicos…

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