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EL BARRIO MÁS ANTIGUO

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Pastita, de asentamiento indígena a

espacio de ferviente dinámica social

Al momento de arribar los españoles a la región donde actualmente se localiza la capital guanajuatense, el sitio entre montañas era parte de una extensa zona controlada por los tarascos (también llamados purépechas), cultura que le impuso el nombre con que sería conocido por los europeos y que, con algunas modificaciones, llegaría hasta nuestros días: Quanaxhuato.

Los tarascos eran, junto con los mixtecos, el pueblo que mejor dominaba el trabajo del metal en el mundo mesoamericano. Tal vez escucharon hablar de la riqueza mineral de estos montes, por lo que decidieron establecerse aquí en forma permanente. Sin embargo cuando llegaron, existía ya un poblado, de origen nahua, llamado Paxtitlán. Y antes, se había establecido también un enclave chichimeca, cuyos habitantes nombraban Mo-o-ti a su aldea.

El río y sus frondosos árboles.

¿Guerrearon entre sí los distintos pueblos que ocuparon paulatinamente el lugar? ¿O convivieron pacíficamente, a la vez que comerciaban entre sí? No se sabe con certeza; lo que sí se conoce es que las diferentes denominaciones de sus caseríos sobrevivieron hasta nuestros días. Mo-o-ti se convirtió en el actual Callejón del Mogote y Paxtitlán dio nombre a la Calle y Barrio de Pastita.

Quizás la zona fue elegida por los indígenas debido a que el río —que todavía existe— arrastraba pepitas de oro desde la sierra. O tal vez porque se encontraba a la vera del ancestral camino prehispánico que conectaba con la extensa región chichimeca, parte del cual sobrevive bajo la denominación de Callejón del Meco. De cualquier modo, podría afirmarse que Pastita fue el primer “barrio” de lo que, con los años, llegaría a ser la rica ciudad minera novohispana.

El barrio conserva antiguas viviendas.

En nuestros días conserva mucho de su pasado. El río, donde los arqueólogos han encontrado varios utensilios y herramientas antiguos, aún corre al aire libre. Bajo la fronda de sus añosos árboles, así sea apenas un hilo de agua la mayor parte del año, un grupo de vecinos se encarga de conservarlo en condiciones adecuadas. Retiran desechos, han logrado evitar la fuga de aguas negras al cauce e incluso decoraron artísticamente los depósitos de basura, en un esfuerzo digno de ser imitado.

Murales pintados al borde del río.

Si por las mañanas los pobladores van de prisa a escuelas y hogares, por la tarde se llena del bullicio infantil y juvenil de los niños y adolescentes que salen de la primaria “Librado Acevedo” y de la secundaria “Benito Juárez”. Los autobuses se llenan al tope, ya que, si años antes Pastita era destino final de una ruta, ahora es una etapa intermedia para llegar a los populosos Cerro del Cuarto y Cerro de los Leones.

Porque el rumbo ha sufrido una transformación social impresionante: hasta principios de los años 90, las áreas aledañas a ambos lados de la calle eran, si no residenciales, habitadas por personas de buen nivel económico, pero el acelerado crecimiento del Cerro de los Leones, al que llegaron miles de emigrantes del campo, desembocó en una mixtura social con gran dinámica de desarrollo, sin que el proceso haya dañado de forma considerable la imagen urbana.

Mural y torre del museo Olga Costa y José Chávez Morado.

La calle se conserva prácticamente igual. Las señoriales casas coloniales siguen en pie. La plaza y su fuente conservan su imagen melancólica. Las ruinas de las haciendas aún lucensus altos y gruesos muros. Además, el matrimonio que formaron los pintores José Chávez Morado y Olga Costa tuvo el acierto de convertir la noria de la hacienda de Guadalupe en vivienda sui géneris, devenida museo.

Los callejones aledaños —Puerta Falsa, Montenegro, Mogote, Santo Niño, Imposibles, Quiterio y otros— llevan los pasos e ilusiones de la gente hasta sus viviendas, ubicadas junto y más allá de la Carretera Panorámica. Hasta una rara y moderna iglesia metálica se levanta a la entrada del Callejón del Zapote, que es el acceso peatonal principal al antes temido, por inseguro, Cerro de los Leones.

El inicio de la calle, los murales de “la Benito” y el templo del Zapote.

El viejo acueducto aún es símbolo del rumbo, si bien algunos de sus arcos han sido privatizados. Poco más allá, el edificio de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), ejemplo de arquitectura funcionalista, antecede a la salida a la Panorámica. Si uno sube por allí, puede ver, a la derecha, el Cerro del Meco. Fijándose bien, en uno de sus costados hay un par de rocas con forma de batracio, lo que recuerda que allí comenzó, en época lejana, lo que los tarascos llamarían “lugar montuoso de ranas”, el Guanajuato de nuestros días.

Vistas de la fuente y el acueducto.

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