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Risueña, Sor Juana Inés de la Cruz reposa eternamente

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La Décima Musa vio cumplida su última voluntad al ser colocados sus restos mortales, para su eterno descanso, en el Sotocoro del ex convento de San Jerónimo. Una procesión solemne, con tañido de campanas a la usanza del siglo XV creó la atmosfera para conmemorar su 329 aniversario luctuoso 

Los restos atribuidos a la religiosa y poetisa mexicana Sor Juana Inés de la Cruz, llamada con justicia “Fénix de América” y “Décima Musa” por ser la más grande figura de las letras del período colonial hispanoamericano, reposan para toda la eternidad en el hoy ex convento de San Jerónimo, donde vivió y escribió durante cerca de un cuarto de siglo.

A las cuatro de la mañana del domingo 17 de abril de 1695, víctima de tifus, enfermedad típica epidémica de la época, la monja dejó de existir en una de las celdas del convento. Había nacido en San Miguel Nepantla poco más de 43 años atrás, el 12 de noviembre de 1648, y recibió el bautismo como Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana.

Sor Juana es la autora novohispana por excelencia. El cortejo fúnebre fue impresionante. La prensa nacional e internacional fue parte de la ceremonia. (Fotografías: Archivo Histórico de la UCSJ)

En el Sotocoro, sitio cardinal del ex convento situado en el Centro Histórico de la Ciudad de México, se colocó el féretro de la poetisa. El sarcófago de madera fina con sus restos hizo la noche del 17 de abril de 2015 un recorrido por el espacio donde durante poco más de 26 años Sor Juana se dedicara a las letras, en el recogimiento de la vida religiosa.

Desde que en 1668 se enclaustrara para el resto de su vida, desarrolló una extensa obra poblada de endechas, redondillas, liras, romances, décimas, glosas, sonetos, villancicos y otros valiosísimos textos prosísticos. También textos dramáticos, reflexiones teóricas, composiciones musicales, y uno que otro experimento científico y de artes culinarias.

Decidió la vida conventual “para no tener ocupación alguna obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis amados libros”. Así lo escribió con claridad en alguna de sus cartas. Eso, de acuerdo con sus biógrafos y estudiosos del tema, llamados “Sorjuanistas” alrededor del mundo.

Todavía se recuerda esa noche, de abril de 2015, clara, fresca y serena. La procesión previa por patios y jardines del inmueble fue inmensamente significativa, sobre todo para quienes en la moderna cotidianeidad de sus labores, habitan y transitan por los espacios abiertos y cerrados que fueron habitados y transitados por la misma monja Sor Juana.

La procesión inició en el patio del gran claustro, junto al asta bandera, y concluyó en el Sotocoro del ex convento de San Jerónimo, que de esa manera obtuvo el privilegiado carácter de ser el recinto sepulcral de Sor Juana después de tantos años que han pasado desde los trabajos de excavación que condujeron al descubrimiento de sus restos óseos.

El Sotocoro era el espacio en los conventos destinado a acoger en sagrada sepultura a las monjas. En este ex convento de San Jerónimo se realizaron excavaciones arqueológicas, en tres etapas que culminaron en 1981, con el fin de localizar y exhumar restos de la comunidad monjil. En los coros alto y bajo se detectaron seis niveles de enterramientos.

Tras el recorrido, el féretro ingresó al Sotocoro. (Fotografías: Archivo Histórico de la UCSJ)

Esa noche, tras la ceremonia fúnebre, se informó que las fosas estaban distribuidas en seis filas y siete hileras, dando un total de 42 tumbas. La mayoría de los entierros explorados en el área del coro bajo presentaron claras evidencias de haber sido amortajados, con restos de ramos florales y coronas de novicia como parte del atuendo funerario del caso.

También se localizaron esqueletos con algunas excepciones. El más notable pertenecía a una mujer adulta enterrada con su hábito de gala, no estaba amortajada ni tenía corona o ramo; portaba un medallón de carey en forma oval y un rosario. Por eso se infirió que fue la persona que gozó de mayor prestigio en ese grupo religioso, ¡nadie más que Sor Juana!

Durante el recorrido, las campanas repicaron. Tocaron a duelo con el ritmo característico del tañido del convento en tiempos de Sor Juana. Un ritmo en el que los sonidos se fueron escondiendo en el aire del crepúsculo preñado de nostalgia, en dos campanadas largas y una corta; desde la época virreinal, cada iglesia tiene su propio tañido para tan triste ocasión.

El de la casa de Sor Juana la acompañó de camino al lugar que es su última morada. En la primera parte del recorrido, el féretro fue cargado por alumnos becarios de excelencia de la Universidad del Claustro de Sor Juana (UCSJ), institución fundada en 1975 a quien el presidente Carlos Salinas de Gortari luego entregó ese inmueble histórico en comodato.

En una segunda etapa del camino, una valla humana la saludó con una rosa roja. Siendo las rosas las flores favoritas de Sor Juana Inés de la Cruz, no se podía dejar de poblar con su presencia esa ceremonia dedicada a la poeta que con tanto tino, en sus versos, alegre o triste le cantara. La procesión pasó por las ruinas que se encuentran al lado del Sotocoro.

En el momento en que el féretro fue depositado en su última estación, se dejó escuchar un repicar intenso, como símbolo del festejo que las campanas celebraron por el matrimonio místico de la célebre monja jerónima al encontrar, por fin, perenne sepultura. El féretro llegó al vestíbulo del Sotocoro, y ya dentro, fue colocado en un nicho sobrio y delicado.

Y ahí está la monja jerónima. Descansando, risueña, eternamente en el sitio que pidió como última voluntad. (Fotografías: Archivo Histórico de la UCSJ)

Ese breve espacio se preparó especialmente para la ocasión. En el fondo se lee un texto corto de la monja: “Triunfante quiero ver al que me mata/y mato a quien me quiere ver triunfante…”. El nicho, a la vista de propios y extraños, se selló con un cristal templado y así permanecerá hasta el Día del Juicio Final. El recuerdo de la ceremonia está vivo.

Con ese acto cumplió su voluntad manifestada en su testamento: “Primeramente, ofrezco mi ánima, cuerpo y vida a Dios Nuestro Señor, que la redimió con su preciosa sangre; y cuando su Divina Majestad fuere servido de llevarme, quiero ser sepultada en la parte y lugar que se acostumbra sepultar a las profesas, que lo han sido de este convento”.

Luego y como parte de la ceremonia se dio lectura a la “Oración fúnebre a Sor Juana Inés de la Cruz”, del también “Sorjuanista” Octavio Paz, texto leído originalmente por el Nobel de Literatura mexicano el 17 de abril de 1995 en el mismo ex convento en ocasión de los 300 años de la muerte de la Décima Musa. Donde esté, Sor Juana sonríe satisfecha.

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