Personas adultas mayores del INAPAM ríen y cantan al pie de Los Hospitales
Pasaste a mi lado,
con gran indiferencia:
tus ojos ni siquiera
voltearon hacia mí.
Contrario a lo que dice la canción, no se puede pasar por ahí con indiferencia: por las tardes, cuando la sombra enfría los muros calentados por el sol, un grupo de adultos mayores salen a airear la vida. Unos o unas, con bastón; otra parte, con andadera; y como nadie se puede quedar adentro, hay sillas de ruedas disponibles. Están al pie de la subida de Los Hospitales, en la antigua Calle de Dolores, casi debajo de la gran escalinata y el auditorio de la Universidad de Guanajuato. Suena el canto:
Te vi sin que me vieras,
te hablé sin que me oyeras
y toda mi amargura
se ahogó dentro de mí.
La que resuena entre los callejones es Fernanda Areli, con voz sonora y entonada, canta “Cien años” y las y los integrantes del Albergue “Nicéforo Guerrero” del Instituto Nacional de Protección a Adultos Mayores le secundan. Un saludo, una sonrisa y un guiño de ojos son la señal de una vida disfrutada atrás de los cuerpos abrigados con cobijas a pesar de la calidez vespertina.
Me duele hasta la vida
saber que me olvidaste;
pensar que ni desprecios
merezca yo de ti.
Es una chica adolescente que estudia preparatoria en el Instituto Montes de Oca, uno de los más tradicionales de la ciudad. Cantar y complacer a esa comunidad de experiencia acumulada es la manera de cumplir con su servicio social. No hay mucho tiempo disponible para la charla, su público exige y van con “Paloma Negra”:
Ya me canso de llorar y no amanece.
Ya no sé si maldecirte o por ti rezar.
Tengo miedo de buscarte y de encontrarte:
¿Dónde me aseguran mis amigos que te vas?
Y en el ínterin, mientras se ponen de acuerdo, comenta qua casi todas las tardes entre semana ella comparte con las personas adultas mayores su voz y su canto. Y la que sigue es la “Historia de un amor”:
Ya no estás más a mi lado, corazón;
en el alma sólo tengo soledad,
y si ya no puedo verte
¿por qué Dios me hizo quererte
para hacerme sufrir más?
Son canciones de antaño que todos y todas se saben y que cantan o tararean hasta donde los pulmones les alcanzan. Unos, con una voz sonora que se desgrana; otras, con el tarareo. Ven pasar a estudiantes y transeúntes que bajan o suben por Callejón de Los Hospitales y Calzada de Guadalupe:
Siempre fuiste la razón de mi existir,
adorarte para mí fue religión.
En tus besos yo encontraba
el calor que me brindaba
el amor y la pasión.
Las señoras miran con alegría, los hombres responden al saludo con una mano que apenas puede agitarse. Levantan la cabeza y corresponden con una sonrisa, mientras la armoniosa voz de Fernanda Areli les sirve de guía:
Es la historia de un amor,
como no hay otro igual;
que me hizo comprender
todo el bien, todo el mal.
Que le dio luz a mi vida,
apagándola después.
¡Ay, qué vida tan obscura,
sin tu amor no viviré!
La chica preparatoriana pregunta cuál quieren. Me las sé casi todas, aclara. Piden al reportero sumarse al canto. Pregunto y escribo porque no sé cantar como ustedes, les precisa.
El albergue está abierto a toda persona que quiera convivir con su comunidad. Son historia viviente de esta ciudad empotrada en cañada.
Me alejo mientras tarareo:
Y, sin embargo, sigues
unida a mi existencia
y si vivo cien años,
cien años, pienso en ti.
Al pie de la escalinata volteo hacia donde está el grupo:
Y si viven cien años, los vivirán cantando.