Inicio Gente al paso LA INSÓLITA VIVIENDA DE OLGA Y JOSÉ

LA INSÓLITA VIVIENDA DE OLGA Y JOSÉ

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Dos pintores afamados —esposos, además—

eligieron habitar una vieja torre de piedra

Hace algunas décadas, en la portada de uno de los libros de texto entregados a los niños mexicanos de primaria, aparecía el cuadro de una señora atendiendo un puesto de frutas con una pitahaya en la mano, donde además se veían racimos de plátanos, ristras de limas y limones, el brillante amarillo de los mangos y el naranja de papayas y mameyes. Guayabas, cocos, rebanadas de sandía, piñas, chirimoyas, calabazas y muchas delicias frutales más completaban la imagen, misma que se grabó en la memoria de los infantes que poseyeron ese volumen.

El original de ese cuadro icónico se encuentra actualmente en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México, en el bosque de Chapultepec. Es obra de una pintora descendiente de padres ucranianos, que llegó en 1925 a México desde su natal Alemania, con apenas 12 años, llamada Olga Kostakowsky Fabricant. Dado que el padre de la niña era violinista y compositor, frecuentaban la familia cotidianamente músicos, compositores y escritores, así que Olga se interesó muy pronto por el mundo del arte y la cultura.

La vendedora de frutas (1951) es una de las obras más representativas de Olga Costa. Se encuentra en el Museo de Arte Moderno (MAM).

Como muchos jóvenes de entonces y de siempre, ella alternó trabajo y estudios. Por un tiempo estuvo inscrita en la famosa Escuela Nacional de Artes Plásticas de la Academia de San Carlos (ENAP). Allí, en el taller de Litografía, un día se encontró con un joven pintor, originario de Silao, Guanajuato, llamado José Chávez Morado. Se enamoraron, se casaron y, como diría él años después, fueron “al encuentro de una vida en común”. Para entonces, la dama se hacía llamar solamente Olga Costa.

José había tenido una vida bastante azarosa. Huérfano de madre, trabajó primero en la compañía de luz, donde un día se le ocurrió hacer una caricatura de su jefe, por lo que fue despedido sin miramientos. Entonces partió a la aventura rumbo a Estados Unidos, donde trabajaría en campos agrícolas como jornalero. Llegó hasta Alaska para convertirse en pescador de salmón y posteriormente radicó en Los Ángeles, California. Allí desahogó sus inquietudes pictóricas en la Chouinard School of Arts, donde barría las aulas y acomodaba pupitres para pagar sus estudios.

José Chávez Morado y Olga Costa.

De regreso en Silao, José se ocupó en la tienda de su padre, al mismo tiempo que hacía retratos de sus vecinos y familiares, que vendía para obtener un ingreso extra, hasta que fue becado por el gobierno guanajuatense para ingresar a la Escuela Central de Artes Plásticas de la Universidad Nacional. Con los años, pudo viajar a Cuba y Europa para ampliar sus conocimientos y, en 1935, encontró a la joven germana con la que se casaría.

Ya juntos, radicaron en Jalapa, capital de Veracruz; San Miguel de Allende y la Ciudad de México, sin dejar de crear cuadros ni de participar en proyectos culturales, hasta que, a inicios de la década de 1950, les llegó la consagración, cuando el gobierno mexicano comenzó a pedirles obras cada vez más relevantes. Así fue como Olga creó La vendedora de frutas y José participó en el rescate de la Alhóndiga de Granaditas para convertirla en museo, y diseñó con su hermano Tomás la columna que sostiene el gran paraguas del Museo Nacional de Antropología. Ambos ganarían el Premio Nacional de Ciencias y Artes: José en 1974 y Olga en 1990.

Una placa anuncia la proximidad del Museo, que se localiza al final de la Calle Pastita.

Hacia 1966, decidieron vivir definitivamente en la ciudad de Guanajuato. Para ello, adquirieron el casco de la vieja Hacienda de Beneficio de San Francisco de Guadalupe, ubicada al fondo del tradicional Barrio de Pastita, cuya “casa grande” habilitaron como su hogar. Pero, inquietos como eran, en sus planes estaba contar con una vivienda mucho más original… Y allí estaba la torre.

Es sabido en Guanajuato que las antiguas haciendas de beneficio requerían acceso al agua para facilitar la molienda de los minerales de oro y plata. Por ello, se levantaban norias cerca de los ríos que aseguraran el abastecimiento del líquido. Al paso del tiempo, tales construcciones, generalmente en forma de torre de piedra, dejaron de ser útiles y fueron abandonadas, pero sus restos aún pueden verse en varios puntos de la ciudad e incluso la más conocida dio nombre a una colonia: Noria Alta.

La planta baja de lo que fue la casa de los artistas y restos del acueducto.

La propiedad de Olga Costa y José Chávez Morado contaba con las ruinas de una estructura de ese tipo, misma que decidieron transformar en su casa y estudio. Reforzaron los cimientos, obstruyeron el acceso de agua y modificaron el espacio para distribuir las diferentes estancias: una sala-comedor semi circular con su propia chimenea, una escalera interior y otra exterior, un piso intermedio donde se situaba la habitación de la pareja y un nivel superior para instalar su taller de expresión artística. Además, se dieron tiempo para cultivar un hermoso jardín con bambúes, fuentes y algunas piezas arqueológicas como adorno.

Porcelana china y un reloj, parte de la colección de arte de los pintores. En seguida, “La Tuerta”, obra de Chávez Morado dentro del Museo.

Olga Costa falleció el 28 de agosto de 1993. Su esposo, José Chávez Morado, le sobrevivió nueve años, yéndose el 1 de diciembre de 2002. Además de su legado pictórico, nos dejaron su original casa para que fuera transformada en un museo que todos pudieran visitar, una casa proyectada dentro de lo que fue un depósito de agua, dentro de una torre antecedida por un elegante y amplio arco, restos del acueducto que complementaba la función de la noria.

Previamente, habían expresado su deseo de que, al final de sus días, sus cenizas fueran depositadas en sendos macetones con plantas de siempreviva, una manera de sobrevivir, juntos, al viaje eterno. Allí están; esperamos que por siempre.

La escalera que da acceso al jardín y los macetones que contienen las cenizas de la pareja.

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