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MANUEL LEAL: LA CRÓNICA HECHA IMAGEN

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En una ciudad donde la tradición es su principal identidad, existen y ha habido múltiples cuevanenses que contribuyen a forjarla como entidad de cultura, fiesta y fervor. Uno de ellos, de los más distintivos y del que poco se proyecta fuera de los círculos culturales locales, es Manuel Leal (1893-1975), quien heredó a su ciudad y sus habitantes una obra extensa y excelsa como pintor costumbrista, cronista, novelista e historiador.

Manuel Porfirio Leal y Guerrero nació en la calle Cantarranas de la ciudad de Guanajuato el 15 de septiembre de 1893. En 1899 realizó sus primeros estudios en el colegio del Sagrado Corazón y en 1907 continuó su formación en el Colegio del Estado (ahora Universidad de Guanajuato), donde recibió clases de dibujo natural.

En 1916 viajó a Estados Unidos. Allá laboró tres años como publicista en San Luis Missouri (durante ese año falleció su madre durante la epidemia de tifus). Regresó a Guanajuato y se integró al Colegio del Estado como maestro de dibujo de imitación y luego de dibujo constructivo, anatómico, pintura e historia del arte.

Manuel Leal es autor de una obra amplia en los ámbitos del arte plástico, la literatura y la historia, que tiene a Guanajuato por centro de su interés.

En 1929 se mudó a la Ciudad de México para apoyar a los cuidados de su padre que estaba enfermo. Allá fue agente del Ministerio Público, profesor de pintura y de Historia del Arte en la Escuela Normal para Maestros y restaurador de monumentos bajo la tutoría de Roberto Montenegro.

En 1937 fue nombrado delegado de la Dirección de Monumentos Coloniales en Guanajuato y 30 años después, el entonces gobernador del estado, Juan José Torres Landa, le otorgó el nombramiento como cronista de la ciudad de Guanajuato.

Fue miembro del Seminario de Cultura Mexicana y de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Falleció en 1975 en la ciudad de León, a los 82 años de edad, en donde también legó parte de su obra.

En una entidad en la que predominaba la visión “modernizadora”, Manuel Leal fue un apasionado protector del patrimonio histórico y artístico de la ciudad de Guanajuato y de sus tradiciones, incluidas sus nostalgias y leyendas, plasmadas en los libros Añoranzas y panoramas guanajuatenses, Croniquillas de Guanajuato y Leyendas de Guanajuato.

El Cristo de la Columna y El Torito, ambas de la autoría de Manuel Leal.

También se destaca su trabajo literario en novela, cuento y teatro, y se encargó de la realización de diversos estudios históricos. Entre sus obras literarias se encuentran: El conde de Valencia, Nuestra Señora de Guanajuato y Guanajuato en sus más bellos paisajes.

Pero no sólo realizó labores docentes: pintó numerosas obras de caballete, acuarelas y murales. Unas están en manos de coleccionistas particulares y hoteles y otras en museos como el de la Alhóndiga de Granaditas.

En su obra plástica destacan sus lienzos en donde refleja al Guanajuato total, sin distinción de clases sociales: la función inaugural del Teatro Juárez, la tradicional y colorida fiesta guanajuatense del Viernes de Dolores, el Día de la Cueva, las Procesión de Viernes Santo, el Jardín del Cantador, la leyenda del Callejón del Truco y la escena de cuando el padre Belaunzarán convence a Félix María Calleja de no arrasar con los guanajuatenses al considerarlos cómplices de la matanza de españoles en la toma de la Alhóndiga de Granaditas, ocurrida el 28 de septiembre de 1810.

Es un poco de una prolífica herencia para Guanajuato. Parte de la obra está en manos privadas; otra, como la fotográfica, que perteneciera a los herederos de Leal, fue adquirida por el Instituto Estatal de la Cultura. Se trata de más de 800 imágenes de edificios, personajes y paisajes captados por la lente del artista durante los años treinta del siglo pasado.

El Día de la Cueva, celebración tradicional de Guanajuato capital, en la particular representación de Manuel Leal.

En esta ocasión, en concordancia con la fecha, se destaca y menciona su cuadro sobre la gran fiesta guanajuatense el Día de la Cueva, que se realiza el 31 de julio de cada año. Es otra feria de pueblo, con tradicionales juegos mecánicos, vendimia de chucherías y venta de antojitos. Consiste en trepar para llegar a las faldas de La Bufa y luego subir a los Picachos para visitar la cueva de san Ignacio de Loyola, no sin rendirle culto a Baco y veces hasta a Eros.

Ahora tiene sus propias formas, pero Manuel Leal hizo en cuadro las de antaño: luchas libres entre policías y borrachitos, la señora que no puede subir hasta la cima del Cerro de la Bufa y la contiene un gendarme, los puestos de fritangas, recuerdos, bebidas y demás viandas y, la figura más icónica y divertida de la obra: el niño que ofrece como servicio cuidar borrachos a cambio de 20 centavos.

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