Segunda parte y última
La historia de Salvador Medrano no puede, ni debe, ser contada con simplicidad. Su camino es una lección de vida. Esta segunda y última parte nos obliga a reflexionar en la verdadera inclusión y sobre el sistema educativo que nos rige.
El maestro Luis Jesús Ibarra se sumó a las manos que han ayudado a progresar a Salvador: “Un maestro me abrió el mundo llevándome a las funciones de Cine para imaginar, que tenían adaptaciones de audio para describir cortometrajes. Luego yo mismo participé en un micrometraje. Finalmente, me impulsó para asistir a un taller de fotografía para ciegos. Ahí conocí al maestro Luis Jesús. Para entonces ya había terminado mi prepa también y quería entrar a estudiar una carrera educativa. Cuando supo de ello me mostró las opciones que había en la UG. Como no quería ser un maestro frente a un grupo de niños normovisuales, pensaba en ser maestro de apoyo. Gracias a él supe que podía ser maestro en educación especial o de inclusión educativa”.
“Mi intención es desarrollar un método de enseñanza. Cuando llegué al departamento de educación y me di cuenta de todo lo que ha sido la educación inclusiva, toda la historia que hay detrás de ella, supe que la educación no es solo responsabilidad del niño, sino también de los papás y del maestro, ambos tendrían que aprender a estudiar con el mismo método del alumno”.
“Sin embargo, los maestros no tienen obligación de aprender algún sistema de comunicación inclusivo, el aprenderlo haría la diferencia porque los niños mientras más pequeños son aprenden más rápido gracias a su plasticidad cerebral. En primaria, hay libros de texto gratuitos en Braille que el maestro puede solicitar. Los libros en Braille son caros porque un libro común de 70 páginas, en Braille se convierte en uno de 210, el papel es distinto, es otro método de impresión. Además, hay que tomar en cuenta los signos de puntuación que hacen más complicada la comprensión. Pero si no recibe esta ayuda sentirá una gran carga que lo hará salir rezagado y terminará por desertar de la escuela. No todos pueden comprar computadoras o teléfonos especiales para ciegos”.
Salvador Medrano terminó su licenciatura con mucho esfuerzo en todos los sentidos, y siguió sin quedarse estático. Hacía falta la maestría.
“Desgraciadamente son muy pocas las escuelas en las que se trata este tema a profundidad. En la maestría aprendí que el mismo método se puede aplicar a todos los que son parte del taller. Mis talleres no tenían contenidos porque solo tenía dos horas, así que todo eran juegos didácticos que los apoyaran en su aprendizaje para que pudieran por sí mismos dominar el Braille”.
“El maestro no debe enseñar porque es su obligación, sino que debe ayudar en donde haga falta acercándoles los recursos. Creé un taller que es familiar, inclusivo, con juegos especiales, balones con cascabeles, en fin, para que los mismos hermanos integren a los niños a sus juegos y no se queden aislados. Hago también juego de roles en donde guías invidentes enseñan a maestros videntes con los ojos vendados para que vivan la experiencia de unos y otros. Ahí surgió la controversia de enseñar a usarlos a quienes no podían ver y que fueran materiales útiles para quien tiene y no tiene visión. Mi idea es ayudar a las personas con discapacidad y a quienes son maestros en formación para que entiendan que una persona con discapacidad no necesita que le resuelvan todo, sino que le enseñen a hacer las cosas por sí mismo para que desarrolle su autonomía, que es la finalidad de la educación. Antes de pensar en la discapacidad de un niño hay que pensar en su capacidad.
“A veces los estudiantes no son conscientes de que se están formando como educadores en un tiempo en el que a la educación regular pueden entrar niños con barreras de aprendizaje para los que no están preparados. El sistema no se da abasto con los niños con problemas de discapacidad, de aprendizaje y con otras condiciones especiales. Por eso se ha dejado de tener un enfoque más preciso para estos pequeños.
“Mi percepción es que los ciegos al no contar con el sentido de la vista somos desposeídos automáticamente de muchas cosas. Es más difícil defender lo que no ves. Como invidente uno se enfrenta hasta a los vacíos en la comunicación: «Pásame “eso” que está ahí», «Dejé “algo” sobre la mesa». Debes enfrentarte a los peligros del entorno: coladeras sin tapa, escombros dejados en las calles recién arregladas, herrerías salientes a la altura de la cabeza, puertas abiertas obstruyendo la banqueta, carros estacionados en el paso peatonal con los que chocas al caminar. También necesitamos ir a un banco, a un baño público, a un supermercado, un restaurante, a la tienda… No es fácil tener un servicio realmente inclusivo porque las personas no saben lo que es no ver, quizás si comprendiéramos qué implica no ver podría ser mejor todo”.
Quise saber qué significado tiene para alguien como Chava la frase: “No se puede”, y su respuesta fue instantánea:
“El «no se puede» es una lección de vida que nos ha dejado mi mamá, ella siempre nos decía que esa frase no existía y a veces a regañadientes o entre golpes nos obligaba a hacer lo que no queríamos con el pretexto de «no se puede». Esto fue algo que quedó muy marcado en mí y fue mi gran enseñanza cuando me quedé ciego. Sé que hay cosas que no podré volver a hacer, como manejar, pero también que hay otras que puedo intentar hasta conseguirlo. Para mí, eso tiene que ver mucho con la actitud que tengas ante cualquier situación”.
“Hay que resaltar las habilidades más que las limitantes. Hay muchas personas ciegas con grandes talentos. Hoy sé que mi solución a los problemas no es morir, como llegué a pensar cuando perdí la vista, y que lejos de que terminaran mis problemas apenas estaban empezando. Mi mentalidad ahora es que en vez de pensar en el problema me enfoco en la solución, en el ahora. De otra forma te bloqueas, dejar fluir la vida te libera. Nunca había pensado así en mi pasado”.
El Salvador Medrano Sandoval que ingresó al hospital un día en estado crítico es muy diferente al maestro Salvador Medrano Sandoval de hoy. Gracias a las manos que han tomado la suya para mostrarle que hay mucho por lo que aferrarse, su vida es muy distinta. Sonríe cuando habla de sus planes, su entusiasmo por la vida contagia, y también estruja el corazón.
Contar su vida es sencillo, pero detrás de cada frase, cada palabra y cada idea hay un Salvador queriendo vivir luchando por reaprender a hacer las labores de casa gracias a su hermana que le tendió la mano; venciendo el miedo que llega con las voces y los sonidos que llenan su cabeza; tratando de cumplir puntualmente con un ensayo de 20 cuartillas que un estudiante con todos sus sentidos puede hacer en cinco horas y que a él le lleva tres días.
Ese Salvador que un día se sintió feliz con la idea de la muerte, hoy comprende que la vida es grandiosa, siempre y cuando no pierdas el sentido de la realidad y te aceptes con todo y tus debilidades porque será más doloroso cuando la gente te las haga sentir.
Al despedirme de él y observarlo alejarse con su bastón en la mano pienso que me gustaría que pudiera verse a sí mismo, tan enorme a pesar de su cuerpo menudo, tan fuerte aún con su falta de visión, tan inspirador como una estrella deslumbrante, y tan impresionantemente sabio. El milagro de su vista no se ha realizado aún, sin embargo, él en sí mismo es un milagro viviente que camina solo por el sendero, pero con una decena de invisibles manos buenas a su lado que van sosteniéndolo silenciosamente durante su camino admirando su valentía… y la historia no termina aquí, porque sigue el doctorado…