La devoción al abogado de las causas
desesperadas genera un magno festejo
Los ojos se llenan de un color verde-azulado cuando se pasean por el paisaje de los alrededores. Filas y filas de agaves se extienden por centenares de metros hasta los cerros de un horizonte cercano. Aquí y allá, huizaches, mezquites y otros matorrales salpican el llano, mientras que una casa de campo, grande y edificada con indudable buen gusto, comienza a llenarse de visitantes procedentes de Guanajuato, León, Irapuato, México, Guadalajara y, por supuesto, de Romita.
Estamos en un sitio llamado Loma de San Judas, en algún punto de la carretera que lleva de la cabecera municipal romitense a Cuerámaro. Es media tarde y el Sol brilla en todo lo alto. En un amplio espacio cubierto, numerosas mesas se encuentran dispuestas para la celebración de un multitudinario banquete. Sin embargo, ningún invitado puede sentarse apenas al llegar; quien lo intenta, de inmediato es conminado a cumplir, primeramente, con un ritual católico primordial: asistir a la misa en honor de San Judas Tadeo.
La ceremonia religiosa se celebra en una pequeña capilla que la familia Ramírez Olmos levantó para honrar al santo considerado el “abogado de las causas difíciles y desesperadas”, como desesperada ha sido muchas veces la situación de salud del impulsor del ceremonial: Gonzalo Ramírez Tadeo. Abogado y padre de seis hijos —dos mujeres y cuatro hombres—, ha caído varias veces, a lo largo de su vida, en terapia intensiva, pero siempre ha salido adelante amparado en su fe y en el apóstol.
De San Judas Tadeo se dice que fue el más callado de los 12 acompañantes que tuvo Jesús durante su recorrido por Tierra Santa. Incluso su identificación no es clara, pues únicamente se le menciona en el Evangelio de San Juan, donde además aparece en unas pocas líneas:
“Le dice Judas —no el Iscariote—: «Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?».
“Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Juan 14, 22-23)”.
Como puede leerse, el texto aclara de inmediato que el personaje que interviene no es “el Iscariote”, o sea el otro Judas que —todos lo sabemos— supuestamente vendió a Cristo por unas cuantas monedas. Sin embargo, aunque los distintos relatos de la vida de San Judas Tadeo están rodeados de enigmas, en México disfruta de una notable popularidad, que se manifiesta cada 28 de octubre con altares en su honor y muestras de agradecimiento sobre todo de comerciantes y personas favorecidas por su intercesión divina.
En Loma de San Judas, el festejo se magnifica. Desde hace 16 años, cientos de personas acuden a acompañar a don Gonzalo, su esposa Emma Olmos López, y sus hijos Paloma, Ignacio, Gonzalo Martín, José Alberto, Juan Ramón y Emma del Consuelo, para rendir culto al santo. Un sacerdote es conducido al lugar para oficiar la misa. Los asientos disponibles en la capilla son insuficientes, así que la mayoría de los asistentes se distribuye en los jardines y espacios de alrededor. Varios altavoces difunden la voz del padre y, por espacio de 45 minutos, los rezos y cantos litúrgicos se imponen, en medio de un respetuoso silencio.
Finalizada la ceremonia llega —entonces sí— la hora de ocupar los lugares, estrictamente designados, en cada mesa. Como es lógico, el sitial de honor es ocupado por la familia anfitriona. La comida es elaborada por habitantes de la región y consiste en platillos regionales y tortillas hechas a mano, que se acompañan con aguas frescas, refrescos, cerveza u otras bebidas. No faltan el postre ni la nieve y tampoco la música, que primeramente acompaña el consumo de alimentos y posteriormente se hará cargo de amenizar la tarde-noche con melodías bailables.
Al caer la tarde, el Sol y el paisaje regalan hermosísimos atardeceres. La gente se da vuelo tomándose selfies con el hermoso campo mexicano como fondo. Es otoño y el clima fresco comienza a imponer sus reales. Aparecen suéteres y chamarras; las damas aprovechan para lucir bellos chales. Pero el frío no dura mucho para algunos, pues pronto las alegres notas de los grupos musicales arrebatan de sus sillas a los bailadores más entusiastas. Repentinamente, un torito pirotécnico siembra un pequeño caos en la pista. Las risas estallan; la alegría campea a sus anchas.
Poco a poco, según avanza la noche, comienzan a retirarse quienes llevan prisa, los que tienen ocupaciones al día siguiente y quienes viven lejos. No obstante, muchos siguen la fiesta hasta más tarde, cuando desde el escenario surgen las notas de canciones que la Sonora Santanera hizo famosas: La Boa, Perfume de Gardenias, El Mudo, Congoja, Estoy pensando en ti, El ladrón, Fruto robado, unas para bailarse libremente y otras muy pegaditos, mismas que hacen la delicia de los enamorados.
Finalmente, la mayoría de los invitados se va, con el espíritu impregnado de euforia o serena alegría. La familia Ramírez Olmos tendrá aún la tarea de levantar todo el tinglado, pero dentro de cada uno, en particular de don Gonzalo, el patriarca de la familia, queda la satisfacción de, una vez más, haber cumplido con agradecer los dones que San Judas Tadeo les ha brindado por un año más. Y porque dar resulta mucho más satisfactorio que recibir, y ellos acostumbran dar siempre lo mejor que tienen.