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RÉQUIEM DE PALABRAS PARA EUGENIO MANCERA

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Murió Eugenio Mancera, profesor y literato; se fue el hombre, pero el poeta no muere. Vive en las palabras que el sonido del teclado traslada a donde los ojos llevan al alma. Va el homenaje que escritores e instituciones le ofrecieron con sus letras.

El universitario

El Dr. Eugenio Mancera nació en Celaya el 9 de septiembre de 1956. Narrador y poeta. Licenciado en Letras Españolas por la Universidad de Guanajuato, Maestro en Literatura Española y Doctor en Letras por la UNAM. Premio Nacional de Poesía “Efraín Huerta” en 1991. Premio Nacional Universitario de Poesía 1996, otorgado por la Universidad de Campeche. Premio Universitario de Relato de Ciencia Ficción 1984, organizado por la Universidad de Guanajuato.

El 18 de septiembre de 2017, en el marco del “XII Coloquio Nacional Efraín Huerta de Lengua y Literatura”, se realizó un homenaje a su trayectoria, en tanto docente del Departamento de Letras Hispánicas, a quien la Universidad de Guanajuato le había publicado el libro Generación de Medio Siglo y poética del erotismo en Juan García Ponce. En la Mesa de Ponencias titulada “II Mar del Deseo”, la Mtra. Flor Aguilera presentó sus comentarios bajo el título: “Morder el olivo para el néctar de la historia. Una lectura de Sol de Olivos de Eugenio Mancera”.

Eugenio Mancera sosteniendo su libro “Generación de Medio Siglo y poética del erotismo en Juan García Ponce”.

En la misma mesa, que se desarrolló en el Auditorio de Lenguas de la División de Ciencias Sociales y Humanidades (DCSH) del Campus Guanajuato de la UG, el alumno Horacio Hernández Treviño presentó la ponencia “Cuerpo, deseo y memoria en el libro La memoria del deseo” y la Dra. Yolanda Sánchez Alvarado el texto “Sobre Saudade (2001) de Eugenio Mancera, un itinerario poético de la añoranza”.

Posteriormente el propio Mancera Rodríguez hizo la lectura de poesía “Acto de creación” ante jóvenes estudiantes y docentes, y en una entrevista posterior habló de su libro, publicado en la colección Estudios Literarios del Departamento de Letras Hispánicas. Según dijo en su momento, su libro trata de dos temas fundamentalmente: un abordaje a la generación que surge a finales de los años 50 y que cambia radicalmente el proceso creativo de la novela, que había venido siendo muy historicista, muy social; y una revisión de varias obras de García Ponce con la finalidad de indagar una especie de teoría del cuerpo que desarrolló el autor. El libro, resultado de una larga investigación realizada para obtener el grado de doctor, también es producto de la relación que establece entre la crítica y su propio trabajo creativo, dado que uno de los temas recurrentes en sus poemarios es la figura del cuerpo, estableciendo así un vínculo entre el trabajo del creador y el del crítico.

Eugenio Mancera Rodríguez tuvo destacada participación en diversos foros nacionales e internacionales en el ámbito de las letras, así como la creación literaria en los géneros de poesía y cuento.

El poeta

Ediciones La Rana de la Secretaría de Cultura del Estado de Guanajuato:

Eugenio Mancera Rodríguez pertenece a la generación de los poetas mexicanos nacidos en los cincuenta del siglo xx. Algunos de los nombres de ese territorio poético son: Juan Domingo Argüelles, Jorge Esquinca, Luis Cortés Bargalló, Francisco Segovia, Tedi López Mills, Pura López Colomé, Juan Manuel Ramírez Palomares, por sólo mencionar algunos. Una de las cosas que Mancera Rodríguez compartió con varios de ellos fue la de su entorno académico, es decir, cierta estructura que los vincula de manera rigurosa al ámbito de la literatura clásica (con todo lo que esto implica en cuestión temática y de estilo), muchos de estos con inclinaciones dentro del quehacer editorial o de la traducción. Becario del Instituto Estatal de la Cultura del Estado de Guanajuato en el género de poesía en tres ocasiones (1998, 2001 y 2010), del cual fue asesor en el área de literatura en los años 2007 y 2008. Dentro de la colección Autores de Guanajuato, Ediciones La Rana tiene publicados sendos poemarios de su autoría: Cuerpo en su sabor de labios (1994) y Sol de los olivos (2005). En 1991, recibió el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta. Los que laboramos en esta casa editora, nos unimos a la pena que embarga a la comunidad universitaria y, en especial, extendemos un abrazo de consuelo a Leticia Alba Rivera, que al igual que su difunto esposo, han hecho una labor encomiable en favor de los procesos lectores entre los guanajuatenses. Queda pendiente una revisión del trabajo publicado por Eugenio Mancera bajo varios sellos en una posible edición de obras completas que van desde lo poético, la crítica y estudio literario, incluso dentro del género cuentístico (La agonía, Casa del Diezmo, 1991; antología Una cierta alegría en no saber a dónde vamos, Instituto Cultural de León, 2009).

Fotografía del homenaje a Eugenio Mancera, realizado en la UG en 2017, y algunas de las portadas de sus libros.

Adiós a Eugenio Mancera

Carlos Ulises Mata, escritor. En 2001 obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas con su libro La poesía de Eduardo Lizalde. En 2014 editó y anotó El otro Efraín. Antología prosística de Efraín Huerta, y en 2017, la Poesía reunida de Margarita Villaseñor:

Él tenía 34 años y yo 19 cuando nos conocimos y nunca entonces se me ocurrió pensar que era tan corto el tiempo de vida que nos separaba: quince años.

La consideración resultaba impensable porque él era entonces ya un señor muy serio, padre de dos hijos, gran conocedor de literatura española y mexicana, nueva y antigua, y uno de los mejores profesores con quienes me topé al llegar a la Escuela de Filosofía y Letras; y yo, sólo uno de los jóvenes imberbes que —moralmente incapaces de estudiar Derecho o Contaduría Pública— conducen su extravío hasta las aulas del ex convento de Valenciana.

Sin olvidar jamás que él era el profesor y yo uno de tantos aprendices, nuestra relación alcanzó pronto el punto en el que, tres décadas después, la ha fijado para siempre su muerte, ocurrida este martes en su natal Celaya: el punto luminoso de la amistad que adquiere su solidez en el reconocimiento común de la intensidad que cabe en un minuto; que no funda su firmeza en la frecuentación semanal sino en el culto compartido dedicado a ciertos dioses, por ejemplo Miguel Hernández y Antonio Machado, Garcilaso de la Vega y el capitán Francisco de Aldana.

Para alcanzar ese punto amistoso ayudó mucho que, cierta tarde, antes de comenzar su curso de Literatura medieval, nos pidiera a quienes éramos sus alumnos de primer semestre que le habláramos de tú, con aquella su voz tersa y de tono muy bajo, murmullo cálido, tan parecida a la que él recordaba que tuvo su madre y describió en un pasaje de Sol de los olivos: “De pronto, en el avance de la luz / sobre los limoneros y las frondas, / se oía su voz, su rumor suave, / como una ráfaga de ternura”.

Otro tanto contribuyó a que buscara yo su amistad (y él me la diera) descubrir que, además de profesor riguroso y padre de familia que iba y volvía de Celaya a Guanajuato cada día, Eugenio era escritor, poeta para más señas, oficio al que él no se refirió nunca en clase, como si se tratara de un asunto íntimo, una condición de la cual no hay por qué envanecerse, en tanto que no se elige: se acepta.

Además, la modestia era una manera de ser que se le imponía, un vestigio quizá inconsciente de su condición tampoco divulgada de labriego y horticultor, experiencia de cercanía con la tierra que marcó no sólo su obra y su carácter, sino su cuerpo: el rostro cruzado de arrugas tempranas; la piel recia y curtida de las manos, del cuello y del triángulo del pecho que se asomaba por sus camisas mal abotonadas.

El descubrimiento de que Eugenio Mancera escribía debió de ocurrir en noviembre de 1991, pues esa fecha tiene la dedicatoria que por primera vez me puso en uno de sus libros, La agonía, y a partir de entonces quedó sobreentendido que, entre nosotros, la poesía no era tanto una materia que él enseñaba y yo me esforzaba en aprobar, sino un territorio de admiraciones que nos gustaba visitar, y si era en compañía de un camarada, qué mejor.

De las prosas atormentadas de La agonía, el modesto cuadernillo editado por la Casa del Diezmo, de Celaya, lo que más me sorprendió fue la capacidad de Eugenio para hablar de forma convincente con voces y personalidades que no eran las suyas: mujeres abandonadas y en espera; un militar rencoroso; un joven sinarquista, entre otras. Dos frases de ese librito están subrayadas con tinta azul: “Mi cuerpo es el espacio que abandonas” y “lo que fui porque tú quisiste que yo fuera, con tus palabras honestas y tus imágenes de panes germinados y uvas luminosas”.

Cuerpos y panes, uvas y germinaciones, encajes de algodón y seda y blancos corpiños, pechos que lactan y caderas que hacen callar, se volvieron desde ese momento para mí emblemas de la poesía de Eugenio Mancera, figuración repetida de sus obsesiones de escritor, volcadas de forma dominante sobre el acontecimiento, el acto y la vivencia (espiritual porque fue carnal) del amor, no se crea que sólo brillante y siempre luminoso, sino tantas veces sombrío, como se declara en la experiencia de buscar sin fatiga el “áspero pezón de zumo amargo” (enunciado perfecto).

Al hilo de los libros que siguieron —con mención especial para Cuerpo en su sabor de labios, de 1994—, los lectores de Eugenio vimos confirmada la vieja sospecha: los angustiados son los auténticos vitalistas, los tímidos los auténticos arrojados. Y sí: en persona, Eugenio hablaba con voz callada; luego, en sus libros, esa voz tenue se hacía firme y era la más justa para acompañar los penetrantes y dolorosos y atrevidos poemas que escribió y fue reuniendo en la decena de libros que llegó a publicar.

Porque conoció de cerca los ciclos de las cosechas y las estaciones, porque vio a sus padres envejecer y morir y —con admiración sagrada— a sus hijos nacer, crecer y dejar la casa paterna, Eugenio se ocupó con frecuencia y familiaridad de la muerte, la suya y la del mundo, empeñándose siempre en señalar su indiscutible sentido revitalizador y constitutivo de la maravilla de la vida.

Por eso pudo escribir estos versos en un poema de 2005, los cuales, dos décadas después, con su muerte a los 68 años, adquieren la tonalidad de una búsqueda cumplida:

Ahí está la muerte, la dulce y agria muerte.

Ahí está callada latiendo como corazón

de carne y pena, como una entraña dividida.

No está en la tristeza de los álamos,

los solitarios álamos del alba,

sino en la sangre del amor y de la vida.

Se le ocurrió morir el día de mi cumpleaños

Benjamín Valdivia, (Aguascalientes, Ags., 1960) filósofo, escritor, poeta, dramaturgo, traductor, crítico literario, catedrático y académico mexicano:

Conocí a Eugenio Mancera a finales de los setenta, cuando éramos estudiantes de Filosofía y Letras en la Universidad de Guanajuato. Ya en los ochenta, dirigimos a la par la revista Granuja. Al iniciar los noventa, en mi libro El camino del fuego, traté el asunto de la nueva —entonces nueva— poesía en Guanajuato, que lo incluía. A mediados de los noventa, lo incorporé, como es debido, en la antología El país de las siete luminarias. Y al llegar el 2000 ocupó su sitio en mi Historia de la literatura guanajuatense. En Las avenidas del cielo, antología biestatal de Aguascalientes y Guanajuato, consigno también obra suya.

En 91 y 94 prologué sus libros Agonías, de cuentos, y Cuerpo en su sabor de labios, de poesía. Sucesivamente presentamos, además de los mencionados, sus libros Luz en el huerto y Sol de los olivos.

En el lado académico, lo invité a formar parte del claustro profesoral del Doctorado en Artes, programa que sirvió de marco para realizar, hace unos pocos años, un homenaje que hicimos a su persona, obra y trayectoria. Aparte, éramos colegas dentro de la Academia Norteamericana de la Lengua Española.

En cosas de la vida, del campo, de Cervantes, de libros, de poesía y más temas, fuimos de cercanía en cercanía compartiendo amistad y tiempos.

Para cerrar, a Eugenio Mancera le ocurrió morir el día de mi cumpleaños.

Seguiremos siendo los amigos que en cualquier momento se vuelven a encontrar.

Fotografía de Eugenio Mancera; a su lado los campos de Segovia, España, visitados y re-visitados por el poeta.

El Excmo. Sr. Dr. D. Eugenio Mancera Rodríguez

Hugo Moraval, profesor en Universidad de Guanajuato, estudió Licenciatura en Letras Españolas en Universidad de Guanajuato y Doctorado en Lingüística en El Colegio de México. Vive en Guanajuato:

Me acuerdo mucho cuando una vez el Excmo. Sr. Dr. D. Eugenio Mancera Rodríguez nos dijo en clase que, cuando salió de la carrera, él estaba convencido de eso de “la muerte del autor”, de no tomar en cuenta nada de la vida del autor y esas propuestas de la teoría literaria, pero que cuando fue a la casa de Machado en Segovia y vio las vistas que tenía, comprendió por qué Machado escribió la poesía que escribió. Yo también fui a Segovia en 2020 y cuando vi los campos de Castilla, me acordé mucho de él y de esta historia. Le mandé una postal contándole mi recuerdo y que yo también había entendido. Fue lo último que hice antes de que nos encerraran por la pandemia. Con el Excmo. Sr. Dr. D. Eugenio Mancera Rodríguez me queda la satisfacción que me ha quedado con todos los seres queridos que se me han muerto. En vida, siempre en vida. En vida tuve oportunidad de externarle mi aprecio y mi admiración, que fue para mí un ejemplo de profesor, que siempre me acuerdo de él las veces que he estado en España, viendo con mis propios ojos lo que nos contó. Lo puse en los agradecimientos de mi tesis de licenciatura y lo invité a mi examen recepcional y sí fue, lo cual me hizo sentir muy feliz y honrado, que hubiera hecho el viaje hasta Valenciana sólo para eso. Fue un profesor de literatura que me animó en mi deseo de seguir por el camino de la lingüística, sin juzgarme ni decirme que cómo se me ocurría irme “para el lado oscuro”, no como otros profesores de literatura que sí lo hacían, la verdad sea dicha. Esta es la foto que tomé de los campos de Segovia desde la torre de la catedral, pensando en él y en su anécdota de la casa de Machado. Salid sin duelo, lágrimas, corriendo, como recitaba tan magistralmente usted, profesor, con esa voz que nunca voy a olvidar.

Un pensamiento al estimado maestro y amigo, Eugenio Mancera

Rafael Soldara, que trabaja en Museo De Celaya, Historia Regional; estudió en Universidad de Guanajuato, es de Querétaro y vive en Celaya:

La primera clase que tuve en la Universidad de Guanajuato, en el recién creado tronco común en humanidades, en San Miguel de Allende, Gto., fue con el maestro Eugenio Mancera Rodríguez, quien pronto se identificó conmigo por ser ambos originarios de Celaya. A partir de la segunda semana, solía darme el aventón en su Volkswagen blanco, siempre impecable y puntual. A iniciativa del grupo de alumnos, inició los lunes el taller literario que coordinó en la cafetería de la Biblioteca Pública, donde pasé horas revisando todos los estantes, resultando mi refugio favorito, la entonces sala Quetzal. Un poco más tarde, la clase sería impartida por él, para continuar profundizando en el análisis de la correcta escritura y de los textos literarios. Eugenio me enseñó a ser breve y conciso.

Durante esos viajes entre Celaya y San Miguel de Allende, me enseñó a pensar con sentido crítico; caracterizado por su cultura y depurado en su lenguaje, ameno y muy prudente. De espíritu jovial y trato amable, muy afable y siempre atareado con sus múltiples compromisos. Eso sí, muy riguroso y estricto en materia, con una memoria prodigiosa y gran capacidad de argumentación. Eugenio me adentró al mundo universitario, con la paciencia y esmero de un amigo. Me platicó muchísimas historias de su genealogía, de su vida estudiantil, de su estancia formativa en España, de sus empleos, de la manera en cómo valorar el esfuerzo universitario presencial y de la inteligente manera de crear poesía. No hubo tema que no analizáramos acaloradamente acerca del quehacer cultural de Celaya en aquel incipiente año de 1997 y 1998.

Ahora me entero que después de una larga y productiva labor intelectual, ha trascendido, pero estoy seguro que seguirá entre nosotros, por el semillero de conocimiento que dejó como legado en tantas generaciones de alumnos. Siempre estaré agradecido por todo el apoyo que me brindó y el aprendizaje que cada día comparto desde mi trinchera, procurando la prudencia, la honestidad y el respeto al conocimiento que tanto me inculcó.

Ojalá que en Celaya se rinda homenaje en su memoria, por su destacada trayectoria y dedicación docente en el mundo de la literatura, siempre comprometido en la formación de jóvenes y adultos a través de sus talleres.

Envío un abrazo muy sentido a su familia, amigos, colegas y alumnos. Descanse en paz nuestro querido poeta celayense.

El poeta no muere

Rolando Álvarez, enero 29 de 2025. Escritor y guitarrista. Especialista en políticas culturales y gestión, cultural, doctor en artes por la Universidad de Guanajuato y doctor en humanidades, por la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa; licenciado en Letras Españolas (Universidad de Guanajuato) y Maestro en Letras españolas por la UNAM:

Para mi amigo y maestro Eugenio Mancera Rodríguez (1956-2005)

¿A dónde vas, amigo,

entre surcos de estrellas al galope de tu caballo?

¿Qué palabra indecible en esta vida procuras en los cielos?

¿Qué verso pretendes escribir con polvo de planetas?

Yo sé que tú no has muerto porque hoy tus libros en mi estante,

Esos que me obsequiaste alguna tarde hace ya muchos años, 

Se han cubierto de espigas y de uvas.

Eugenio, tu viaje sideral no será en solitario,

Seguro irás hablando con aquellos amigos tuyos de los que platicabas:

Gabriel Celaya, Miguel Hernández, Federico García, Góngora

y Garcilaso.

En tu caballo al par con Don Quijote le contarás de un tal

Don Miguel de Cervantes.

Está bien amigo, no te detengas, mas no te digo adiós porque no has muerto,

Hoy te siento absolutamente vivo,

tu voz suave se escucha como un roble floreciendo poema.

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