Desde la eternidad, “Juanito” observa el
desfile de los vivos con infantil curiosidad
Se le conoce como “Juanito”. Tiene una notable y asombrosa expresión de asombro, como si estuviera vivo. Incluso sus pequeños y entrecerrados ojos parecen mostrar extrañeza. Sin embargo, no vivió mucho; si acaso, unos cuantos meses en el vientre materno. Tiempo después, fue desenterrado íntegro, seguramente ante la sorpresa de los sepultureros, quienes entonces lo añadieron a la colección de momias del panteón de Santa Paula, en Guanajuato, junto al cuerpo de su madre.
Aunque durante muchos años fue anunciada y promocionada, en los primeros folletos turísticos y tarjetas postales, como “la momia más pequeña del mundo”, actualmente se sabe que existen al menos tres momias de fetos aun menores: una se encuentra en España, otra en Perú y la última pertenece a un laboratorio escolar de la ciudad de Encarnación de Díaz, Jalisco.

Sin embargo, ninguna de las anteriores provoca la estremecedora sensación de estupor que causa la guanajuatense. Como se cree que se malogró a los seis o siete meses de la fecundación, posee prácticamente todos los órganos de un ser humano ya formado. El costillar es visible, e incluso, por la forma en que se le exhibe, pareciera estar hincada, atenta al desfile de visitantes que miran asombrados los cuerpos áridos allí expuestos.
Lo que sí es indudable es que constituye una de las máximas atracciones del Museo de las Momias de Guanajuato. Cientos —quizá miles— de visitantes, llevados por el morbo, la curiosidad o las ganas de vivir una experiencia escalofriante, recorren a diario las salas del recinto, que combina áreas relativamente nuevas con las antiguas catacumbas del cementerio, para admirar a “Juanito” y a decenas de sus “compañeros” de fama.
No obstante, la célebre minimomia y el conjunto de sus acompañantes no han estado exentos de polémica, particularmente la que enfrenta a los defensores de su exhibición pública y su productividad financiera con los que anteponen la dignidad de esas personas ya fallecidas. Académicos, historiadores y algunos periodistas señalan, no sin cierta razón, que los cuerpos áridos son tratados como mera mercancía alentadora del morbo, con poco respeto a lo que fue su existencia.
Otros, defienden que el museo y sus famosos huéspedes son una importante e imprescindible fuente de ingresos para la administración municipal. Entre ellos, algunos incluso piden que se reabra la antigua entrada: una tétrica escalera de caracol que desciende a las catacumbas desde la superficie del camposanto, misma que añadía una nota de suspenso al recorrido, tal y como puede verse en la famosa película de 1972 protagonizada por los luchadores El Santo, Blue Demon y Mil Máscaras.
Otro dato que abona al debate es que hace pocos años unas 30 momias fueron prestadas a un vival para realizar una gira por Estados Unidos, que no produjo ni un centavo y sí pérdidas importantes. Entonces, por una muy extraña decisión, se determinó exhibirlas en otro “museo”: un inmueble ubicado en el camino a Cristo Rey, donde fueron irónicamente rebautizadas como “momias viajeras”.
Entretanto, “Juanito”, frente a la vitrina desde donde es vigilado permanentemente por su madre, sigue observando el veleidoso mundo de los vivos desde su nicho protegido con cristal. Ante él desfilan parejas tomadas de la mano, niños asustadizos seguidos por sus no menos temerosos padres, grupos de turistas azorados. La oscura mirada del nonato, más allá de los vaivenes del existir, continúa enfocada en un insondable misterio, como deseando que, verdaderamente, lo dejen descansar en paz…