La Plaza de Santo Domingo, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, es un amplio y nostálgico espacio con una fuente en el centro y palomas que comen todo el día lo que la gente, de pie o desde la comodidad de una banca, les ofrece. Está delimitada por las casonas de Diego Pedraza y de Juan Jaramillo, el Templo de Santo Domingo, el Palacio de la Santa Inquisición, el edificio de la Antigua Aduana, y el edificio de los Portales.
Casi todos esos edificios datan del siglo XVIII, por lo que su estilo arquitectónico es del Barroco Novohispano. Cuando terminó la guerra de Independencia de México, proceso histórico y social desarrollado entre 1810 y 1821 que puso fin al dominio de la Corona Española para dar paso a la creación del México soberano, la mayoría de la población era analfabeta. Ni los niños, ni los adultos, ni los ancianos, sabían leer, menos escribir.

Pie de imagen: Los escribanos o “Evangelistas” son parte importante de la cultura nacional y su labor ha sido, y es, de suma importancia para la sociedad. (Fotografías, Graciela Nájera Sánchez)
Tal vez la característica principal de la vieja Plaza de Santo Domingo es el edificio de los Portales. No sólo por su belleza que da pintoresca fachada al conjunto, sino porque desde los primeros años del siglo XIX, la voz popular comenzó a llamarle tiernamente “Portal de los Evangelistas”. Eso, debido a que allí se instalaron personas que originalmente se armaron de pluma, tinta y papel, para escribir cartas y otros documentos que les pedían.
Muchas personas, en especial enamorados lamentablemente analfabetas, pedían a los “Evangelistas” que les escribieran las misivas que deseaban enviar o dar en propia mano al ser amado, quienes, a su vez, regresaba con los “Evangelistas” para que les diera lectura en voz alta. En realidad, después de la Independencia la necesidad de escritores de cartas, por una población mayoritariamente analfabeta, creció de manera extraordinaria.
Las personas que trabajaban como escribanos eran maestros de la pluma y el frasco de tinta. Con el tiempo sus herramientas de trabajo cambiaron por las máquinas de escribir y, de paso, aprendieron varios métodos de impresión. A pesar de los años, la labor de esos personajes, que la mayoría de las veces no se limitaban a escribir lo que el solicitante les dictaba, sino que le ponían de su poética cosecha, se mantiene vigente hasta este siglo.
En 1968, el gobierno de la capital del país volteó a ver ese edificio y lo restauró, comenzando por quitar “parches” y remiendos que se le habían hecho durante los casi 300 años de existencia. Felices, los “Evangelistas” modernizaron sus actividades y sin dejar de escribir amorosos textos, convirtieron a la Plaza de Santo Domingo en un singular centro de impresión de invitaciones, tesis académicas y cualquier documento.
Cada escribano ha ocupado ancestralmente un espacio reducido. Pequeños puestos de madera, o nomás una mesa o escritorio con sus herramientas de trabajo sobre ella, y una silla a un lado para que el cliente se siente y se inspire. Hoy, muchos tienen un local que funciona como imprenta, y aunque no son de tantos siglos atrás, ya son parte de los sellos de un México que parece sacado de un libro de historia o de un viejo álbum fotográfico.
Los “Evangelistas” de la Ciudad de México hacen valer la vigencia de su labor en estos tiempos de desarrollo tecnológico, al considerarla “un símbolo de identidad nacional”. Algunos de ellos sostienen que su oficio viene desde el siglo XVI, y destacan la enorme capacidad de adaptación que han mostrado para preservar esa tradición y su transmisión a las nuevas generaciones de escribanos porque, desafortunadamente, aún hay analfabetas.
Hay quienes de la máquina de escribir han pasado a la computadora, sin embargo, para un elevado número de personas que solicitan sus servicios, lo más bonito, más romántico y personal es la carta escrita a mano. Al mismo tiempo, los “Evangelistas” hacen valer, con discreción y modestia, sus aportaciones literarias. La duda existe, ¿Quién es el verdadero autor de esas cartas que derraman miel y hacen que las parejas se enamoren todavía más?
Es innegable que esos escritores que se ponen en los zapatos del cliente para escribir románticas, sentimentales y tiernas frases, párrafos y textos completos, tienen un gran dominio del idioma y del lenguaje, habilidad que utilizan para dar forma a lo que el enamorado o enamorada desea expresar. Eso pasa con las traducciones de libros y con las películas o series de televisión traducidas a otro idioma. Los autores vs los traductores.
A final de cuentas, como lo mencionó el director del Colectivo Poesía y Trayecto, Karlos Atl, “la literatura no solo se escribe en los libros que tienen autores. También es creada por «escritores fantasmas» que nunca tiene algún crédito, como sucede con los escribanos de la Plaza de Santo Domingo. Muchos mexicanos tenemos familia en Estados Unidos y miles de nuestras cartas se han escrito en esta plaza, donde también ha florecido el amor”.
Miguel Hernández, integrante de la Unión de Mecanógrafos y Tipógrafos Públicos, ha dicho que “somos parte de la identidad del ser mexicano”. Como sea, la persistente figura del escribano de la Plaza de Santo Domingo, con su admirable capacidad de adaptación y resistencia cultural, cuentan con todo lo necesario para solicitar su reconocimiento como Patrimonio Cultural Inmaterial de la CDMX, de acuerdo con las reglas de la UNESCO.