viernes, septiembre 20, 2024
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LA PRESA SECA: EL TRISTE DESTINO DE UN ANTIGUO OJO DE AGUA

En la década de 1960, era una aventura ir a la Presa del Palote. Pasado el hospital del Instituto Mexicano del Seguro Social (que luego sería conocida como la T-1) había que empolvar los zapatos o arriesgar a que alguna espina ponchara las llantas de la bicicleta.

La presa era un lejano paseo dominical, con lanchas y pescadores, para armar el fogón y freír o asar la mojarra. Quien tenía auto debía ir despacio para no dañar la suspensión, pero valía la pena porque había refrescos y cervezas transportadas en botes con hielo y sal de grano.

Entre semana no dejaban ir solos a los más chicos. Había más borrachos, había parejas que se perdían entre los arbustos y se tenían que casar meses después, había a veces un olor como a petate quemado, humos fruto de aquellas fechas de rebeldía sin causa. Huelga decir que había asaltantes y de vez en cuando salía algún violador.

En la primera imagen, camino a la Presa del Palote en el año 1963. La segunda imagen muestra a la Presa en 1978 (fotografía de Gustavo Bueno).

No faltaba la noticia de que había personas ahogadas, pues por más que se les pedía no hacerlo, revolcarse en esas aguas turbias y frías era parte de la vida, incluido el reto de llegar a nado a “la casita”, la troje de la hacienda inundada para que entre 1953 y 1954 existiera la presa.

La presa fue también pista para carreras de lanchas y disputaba ser sede para competencias náuticas con La Purísima y la Allende.

Con el paso del tiempo, la ciudad se acercó a la presa. Cerca de ella estaba el tiradero municipal de basura y eso ayudó a que mejoraran el camino. A principios de la década de 1980 a la ciudad se le construyó un libramiento y la presa quedó a un lado.

En lo que fue una idea “fusilada” a un joven estudiante de arquitectura de la Universidad del Bajío (hoy La Salle), en diciembre de 1993, la Presa del Palote cambió la dinámica urbana: fue integrada en el proyecto de Parque Metropolitano de León.

Al tener acceso controlado (y cobrado), pasó de ser paseo de irreverente cervecería, canábica humareda y hierba que se movía al ritmo de la pasión, en un lugar para ejercitarse y para paseo familiar al estilo de la moral leonesa dominante.

El ver “la casita” a lo lejos era parte del mito y encanto, hasta que en 1998 una sequía permitió acercarse a ella a pie. En 2012 volvió a secarse por completo y ahora en 2024.

Fue un ojo de agua

En 1648, el capitán Alonso de Aguilar y Ventosillo obtuvo permiso del virreinato para explorar dos ojos de agua al norte de la Villa de León. Posteriormente, se concedió el usufructo de los arroyos Diego de Castilla y El Palote por el pago de derechos.

En 1660 se comenzó a extraer líquido de ese ojo de agua. Con el paso del tiempo el lugar tuvo diferentes propietarios.

Ya para 1759 el ojo de agua alimentaba a la Hacienda El Palote, que era propiedad de Francisco Cristóbal Marmolejo Menchaca, heredero de Don Cristóbal Marmolejo. La familia Marmolejo fue prominente en la historia de León, siendo propietarios de varias haciendas y ranchos.

La hacienda fue mudo testigo de la independencia y las pugnas del México independiente. En 1857, la hacienda pasó a manos de Don Ramón Arizmendi, pero debido a la Guerra de Reforma, perdió la vida y la propiedad fue heredada por su madre, Doña Manuela Ramirez de Arizmendi.

En 1860, la presa fue adquirida por Jesús Tejada León mediante una compraventa. En 1921, el señor Jesús R. Ramírez y su esposa Margarita González de Ramírez compraron la propiedad. La hacienda fue propiedad de Jesús Ramírez hasta 1953, cuando fue expropiada por causa de utilidad pública debido a problemas de agua en León.

Y llegó la Presa

El proyecto había sido presentado a los habitantes de León en 1952. Las obras comenzaron oficialmente el 17 de noviembre de 1953 con la colocación de la primera piedra. La población de León aportó 250 mil pesos al Comité Pro Agua para León, además de las aportaciones gubernamentales.

La presa fue destinada para uso público e industrial y como medida preventiva contra inundaciones, fue concebida como un embalse con capacidad para 30 millones de metros cúbicos de agua. La construcción incluyó una cortina de dos kilómetros y veinte metros de altura, aprovechando las corrientes de los ríos La Patiña y El Granizo, sumergiendo el rancho del Rosario, el único poblado rural afectado.

El costo total estimado fue de diez millones de pesos, compartidos entre la Secretaría de Recursos Hidráulicos y los habitantes de León, que acordaron aportar mensualmente 250 mil pesos desde noviembre de 1953. La duración prevista de la obra era de diez meses, con modificaciones en el proyecto formulado por el ingeniero, Elías González Chávez.

La construcción implicó la reubicación de los habitantes de la Hacienda El Palote, con 119 hombres, 123 mujeres, 60 infantes y 48 jefes de familia.

Con el paso del tiempo hubo mejoras en la presa tanto para recibir más agua procedente de la sierra de Comanja como para evitar que inundara a la ciudad en el desfogue. Eso implicó también el reforzamiento del malecón del río de los Gómez. 

La presa del Palote en la década de 1980, durante lo que era un Paseo de Semana Santa. La segunda fotografía muestra que las autoridades municipales cercaron la Troje de la Presa para evitar que hubiera destrozos y, sobre todo, que no se llevaran pedazos de material como “recuerdo”.

Parque Metropolitano con presa seca

El proyecto fue presentado en 1991 y se invirtieron 5 millones 950 mil pesos para iniciar en 1992 una obra del “Parque Metropolitano de León”, inaugurado el 5 de diciembre de 1993.

Hasta antes de sequía, la presa y su entorno eran un hábitat de aves migratorias de la ruta del centro del país, proporcionaba refugio y alimento a más de 36 especies, algunas en peligro de extinción. Desde septiembre del 2000 es considerada un Área Natural Protegida. 

Este parque es sede del Festival Internacional del Globo y es uno de los tres parques urbanos más extensos del país, sólo superado por Tangamanga I, de San Luis Potosí, y el Bosque de Chapultepec, en la ciudad de México. Su presa ahora es de polvo y tierra partida.

En este mes de mayo de 2024, la presa del Palote tomó el cariz de llano en llamas: una “llanura rajada de grietas”. Han cercado a la troje. Hacen bien, no vaya a ser que ahí lleguen las ánimas de los tantos ahogados y nos convidan pescado que sólo ellos ven en el plato roto donde lo comieron antes de apostar a ver quién llegaba primero a “la casita”.

—¿Quién traerá la lluvia para que se vuelva a llenar?

Una voz ronca, seca y lenta, rulfiana toda, responde:

—La Providencia, Justino, la Providencia.

Federico Velio Ortega
Federico Velio Ortega
Periodista, maestro en Investigador Histórica, amante de la lectura, la escritura y el café. Literato por circunstancia y barista por pasión (y también al revés)
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