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DON TOÑO, EL DE LAS BICIS

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Guanajuato, con sus empinados y sinuosos callejones, no parece un lugar apto para andar en bicicleta. No obstante, cualquier niño o niña anhela desde temprana edad conducir uno de esos vehículos que brindan el primer atisbo de libertad infantil, limitada, eso sí, al entorno inmediato. 

Sin embargo, no siempre es fácil hacerse con una bicla.  

Los niños de mi generación -y de muchas otras- debían conformarse con esperar a que los Reyes Magos se apiadaran de esa necesidad (algo más bien remoto) o con que algún familiar les prestara la suya. 

Infatigable, don Toño baja desde muy temprano a atender su taller. 

Si no, siempre quedaba la opción de rentar una. 

En Cuévano, don Toño tenía –y tiene- la solución. 

Puede afirmarse, sin mucho margen de error, que la gran mayoría de los guanajuatenses dieron sus primeras pedaleadas en el jardín del Cantador, con una bici alquilada a Antonio Cabrera Puga, nombre completo de nuestro personaje. Así me enseñé yo; igual mis hermanos, amigos y hasta mis hijos. 

Al abordar a don Toño, lo encuentro inmerso en la reparación de un rin.  

Frente a él, se alinean bicicletas de todos colores y tamaños, desde triciclos para los más pequeños hasta las que poseen manubrios al gusto adolescente. 

Decenas de generaciones han aprendido a pedalear en sus bicicletas.

Sin dejar de operar las pinzas con sus manos, ágiles pese a sus 83 años, desgrana sus recuerdos, desde que cursaba la primaria en la escuela “Carlos Montes de Oca” y al mismo tiempo cuidaba las chivas de un padrino, mismas que trasladaba a bordo de la Burrita, como se llamaba al tren que llegaba a Guanajuato. 

Pensativo, relata que a los 16 años debió hacerse cargo de su familia, por lo que se desempeñó como peluquero y aprendió electromecánica, lo que no fue obstáculo para que, además, estudiara Artes Plásticas en la Universidad de Guanajuato, donde  fue alumno del maestro Jesús Gallardo.  

Esas habilidades le permitieron emplearse como pintor en la entonces prestigiada cerámica Dosa y contar con autorización para dar servicio a las motocicletas Yamaha, llegando a ser perito valuador para actuar en caso de accidentes de motos. 

Trabajó durante 13 años en la desaparecida Cooperativa Minera Santa Fe y se dio tiempo para conocer los secretos de la albañilería y la fontanería, así que no tuvo dificultad para diseñar y arreglar su propia casa, una vez casado, a los 23 años, con la señora Juana Morales Montes, matrimonio del que nacerían dos hijas, Valentina y Miriam. 

Desde los 21 años se empeñó en el oficio en que todos lo conocen: la reparación y alquiler de bicicletas, actividad que le ha dado muchas satisfacciones, entre ellas la organización de caravanas ciclistas, la última con más de 2 mil participantes. 

Don Toño fija la mirada en las frondas del jardín, para recordar al trenecito que daba la vuelta al parque, y que él mismo armó con piezas de su taller, ese espacio ante el que han desfilado los habitantes de esta ciudad para permitirse, a cambio de unas monedas, ser felices con la el viento en la cara y la adrenalina elevada al ritmo de los pedales… 

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