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EL VENDEDOR DE AROMAS

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Con nombre de héroe y resistencia a toda prueba, llega desde La Sauceda a perfumar la noche con su té limón

Cada día, alrededor de las 7 de la noche, arriba al puente de Tepetapa, extiende un costal de henequén sobre la acera, descarga su mercancía, se sienta sobre un bote de plástico y comienza a liar las largas y aromáticas hojas de té limón en pequeños manojos. Así desde hace más de un año, llueva, truene o relampaguee… literalmente.

Su cara, de campesino curtido por el sol, se cubre de pequeñas sombras debido al raído sombrero que porta. Muestra una sonrisa sorprendida cuando escucha que esta vez no soy cliente, sino que deseo platicar con él un poco. Amablemente, se dispone a contestar, con la vista fija al frente.

Me sorprende cuando dice llamarse Sóstenes Rocha. Sí, como el político, militar y escritor liberal nacido en Marfil, que ganó la inmortalidad (y un monumento a caballo frente a Palacio de Gobierno) por su defensa de la República durante la Intervención Francesa. Al principio me surge la duda de si no estará bromeando, pero reafirma que ese es su nombre.

Sóstenes Rocha viaja cada día desde La Sauceda

Don Sóstenes desconoce su edad: “He de tener más de 60, pero ya no me acuerdo y no sé dónde dejé el papel ese (acta de nacimiento)”. Vive solo. “Tengo un cuartito en La Sauceda”, expresa. Al preguntarle si tiene hijos, contesta que “sí he de tener, por allí han de andar”. No se casó nunca, asegura, pero los recuerdos hacen surgir una sonrisa algo pícara: “Es que anduve con varias mujeres, pero así nomás; entonces por allí deben andar los hijos”, repite.

Jamás fue a la escuela, así que no sabe leer, pero conoce lo suficiente de números para hacer sus ventas. Menciona que anteriormente vivía únicamente de lo que le daban otros campesinos por ayudarles en las labores agrícolas, pues “yo no tengo tierra”: barbechar, regar, desquelitar, etc. Hasta que alguien le sugirió que podía comprar té limón y revenderlo en la ciudad.

Por ello, ahora reparte sus días en las tareas del campo durante el día y en su minúsculo comercio durante la tarde-noche. Forma parte ya del paisaje de Tepetapa, donde expende sus aromáticos manojos a un precio irrisorio: cuatro por 10 pesos. “Ya con eso me alcanza para tortillitas, frijol y hasta una coquita”, manifiesta con la calma que da vivir con suma modestia, pero sin muchos sobresaltos.

Por la noche, es ya una presencia continua en el puente de Tepetapa.

Pie de foto: Por la noche, es ya una presencia continua en el puente de Tepetapa.

Desconozco si a personas como él le llegan los consabidos apoyos del gobierno federal, pues carecer de documentos y llevar una existencia casi marginal juega en contra de la burocracia necesaria para tramitarlos, pero al menos Fiscalización no lo molesta y lo deja trabajar a gusto, algo que agradecen sus clientes, quienes se detienen para adquirir su producto.

Agradezco sus respuestas y lo dejo en diálogo con otro amigo. Pase lo que pase, allí estará don Sóstenes hasta poco antes de las 21:30 horas, cuando levantará su puesto para tomar el último camión a La Sauceda y de esa manera concluir su ciclo cotidiano, gracias al cual varias familias podrán preparar un té que dará sabor especial a la noche.

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