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VOCES AGAZAPADAS EN LA CIUDAD

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¿Cuáles voces aquí se encontraron y con otras se mezclaron?

En uno de sus poemas, César Vallejo afirma: “Y yo te digo: Cuando alguien se va, alguien queda. El punto por donde pasó un hombre, ya no está solo.” Al paso por las calles del centro de Guanajuato esa afirmación se vuelva verdad en serio: queda claro que están allí, a la vista, los que se quedan, y también los indicios de quienes se han ido. Los puntos de estas calles en absoluto están solos: por aquí han pasado muchos hombres, muchas personas. Hay por lo tanto voces arracimadas en los murmullos del viento de otoño, muchas voces.

Placas, inscripciones en piedra al paso. (Foto: Cortesía)

Frente a la Alhóndiga perduran los gritos de protesta de un septiembre distante, las órdenes de los comandantes, y el ruido apenas audible de un río ya inexistente. Piedras de canto rodado y rústicas, halladas al paso, atraviesan el cielo. Quizás el cine grabó en nuestro oído interno el sonido ambiental de una turba en pugna contra un grupo sitiado y en peligro. Así la gesta histórica se vuelve escena de acción en un “drama histórico”. Mas no por eso es menos agobiante mirar en los ángulos superiores del edificio el rótulo que indica la cabeza de quién estuvo colgada allí. Se escuchan sin embargo de igual modo las tersas canciones de los granos al ser removidos y guardados. Y en clave de murmullo figuran las conversaciones de los presos, lo mismo que el rumbar del silencio que acompañaba al pintor mientras elaboraba los murales de Granaditas, donde quedaron plasmadas innúmeras voces de aquella contienda.

Al paso de la avenida Juárez, por doquier permanecen resonando las estridencias de las herramientas de golpe, los chacoteos de los operarios, las exclamaciones de los arrieros y los tonos reticentes de los animales en la faena. El río fluye cantarín en el fondo de la quebrada, ajeno aún a su destino fatal. Un destino cuya venganza será, si entre los elementos eso fuera posible, una inundación (entre las muchas y frecuentes) que hace poco más de cien años abatió la ciudad y dejó muchas cicatrices, victorias reiteradas en placas y niveles en todas las avenidas. ¿Cuáles voces aquí se encontraron y con otras se mezclaron? ¿Las de quiénes, que tenía en las minas su posibilidad de mejorar la vida? Las quejas y los lamentos sin duda también encontraron aquí un sitio. Tanto como los pregones y las charlas cotidianas siendo como es la calle donde muchas mercaderías son vendidas a voz en cuello.

Confluyen en la cañada. (Foto: Cortesía)

Plaza de la Paz. Hacia donde se mire en este formidable triángulo se habilita una convergencia de voces. Peregrinaciones, manifestaciones, gritos de protesta, imprecaciones, timbres de orgullo y declaraciones históricas, a los codazos pugnan por su lugar. Plegarias, discursos políticos y arengas se suceden interminables año tras año, lo mismo que las expresiones del luto cuyo paso cansino lentifica también a la ciudad tras el cortejo. Entre todas ellas quieren fulgir las palabras de Cervantes, los dichos de don Quijote entre las burlas veras. Los redobles de los tambores en las paradas cívicas y militares, las risas nerviosas de los burócratas en el intento de no ser vistos cuando desfilan. El bullicio de los estudiantes diciendo naderías, los incipientes amores trabándose al paso por la cuesta, la algarabía por el grado conseguido, y lo estrepitoso de sus noches de fiesta. Tal cual en su esencia de cañada, este punto de la ciudad recoge todo cuanto desciende por las laderas.

Con discreción bajan y confluyen en estos sitios las voces anidadas en los callejones, que fueron abriéndose paso en la pendiente poco a poco. Las de la prisa matutina, las entremezcladas con los sabores de la sopa y el guisado del mediodía, las apenas audibles porque se dicen como una confidencia al amparo de la noche. Niños y adultos, en compañía y en soledad, hombres y mujeres, contribuyen a este caudal de voces, a veces risueño, otras intempestivo. En algunas ocasiones descienden fragmentos de conversaciones, jirones de debates ilustrados si no es que palabras efusivas ante la música recién ejecutada en algún instrumento musical en la sala de cualquier casa. La Plaza abre sus brazos y así abarca el Jardín de todos los encuentros y el Teatro frente a los cuales ha pasado un sinfín de festejos de las flores, arremolinando gente con sus voces desveladas. En ellas van también revueltas las historias de vida vueltas leyenda, el consenso de todos en la forma de un relato popular, el misterio puesto a circular entre las palabras típicas.

En todos lados se escuchan. (Foto: Cortesía)

Reconocer esta parte de la cañada como el corazón de la ciudad honra a todas luces lo hecho, las miradas de quienes vinieron, atestiguaron y se fueron, la huella de quienes con paso firme fueron construyendo los diferentes niveles de una ciudad crecida al amparo de los ríos de agua tanto como los de plata, las voces de cuyas contiendas permanecen agazapadas en los muros de cantera labrada, en los adornos de la herrería, en los remates de los alerones, en los rincones donde anidan ciertas aves. Hoy podemos decir: cuando alguien se va deja tras de sí la voz de su andanza. Y el coro formidable así formado produce un leve estremecimiento que llega a confundirse con el friyito especial de Guanajuato. Pero no es frío, son las voces.

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(Irapuato, Gto. 1963) Movido por conocer los afanes de las personas, se adentra en las pulsiones de su vivir a través de la expresión literaria, la formulación de preguntas, el impulso de la curiosidad, la admisión de lo que el azar añade al flujo de los días. Cada persona implica un límite traspuesto, cada vida trae consigo el esfuerzo consumado y un algo que debió dejarse en el camino. Ponerlas a descubierto es el propósito, donde quiera que la ocasión posibilite el encuentro. De ahí la necesidad de andar las calles, de reflexionar en voz alta para la radio, de condensar en el texto la amplitud vivencial.

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