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BARRIO ARRIBA, PUEBLO MULATO DE MIS AMORES

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Estampas leonesas

Viejo barrio de mi niñez. Adonde llegaba en bicicleta para leer los cuentos del puesto de revistas de mi padrino Trino.

Barrio de las bodas y 15 años de mi familia alteña. Barrio adonde llevaba el portaviandas a la tenería donde trabajaba mi padre, donde le ayudaba a mover los cueros curtidos.

Barrio de las nieves de fruta de temporada, de coloridos raspados de sabores, de duro de harina con repollo crema y pico de gallo.

Barrio de la birria de chivo que ladra, de allá de con Porfirio, de gritos de las fonderas, del olor a cazo de carnitas y de frutas acompañadas del “pásele marchantita”.

Te has vuelto viejo y a veces triste, pero por ti siguen caminando jóvenes y ancianos, los que aún viven y las ánimas de los que por ti pasaron.

Barrio de la exclusión

Al pasar por calles como la Cuauhtémoc, la Rayón o la Hidalgo los olores de las pocas tenerías que sobreviven en la zona hieden entre el humo de los automotores. Huele a dinero, dicen.

Es el barrio de la gente que ha envejecido, pero hace más de medio siglo fue el barrio de los nuevos ricos, de los que se fueron a las casas cercanas a la fundacional Valle de Señora, robada al valle de Huatzillo, bautizada como León para honrar al virrey.

El Barrio Arriba actualmente Colonia Obregón, que abarca los barrios de Santiago y el Duraznal, fue oficialmente el primer barrio de León, villa fundada en 1576 y que, para tener a la servidumbre cerca, la colocó en dos pueblos de indios periféricos: San Miguel y el Cuitzillo (que se convertiría en Coecillo).

A los otros sometidos, los mulatos, los mandaron también fuera, al norte, de la villa fundacional.

No existe un documento que muestre fecha de su fundación. El dato más antiguo que se conoce sobre este asentamiento data del 17 de mayo de 1597, apenas cinco años después de la derrota al último reducto de la resistencia chichimeca en la región.

El capitán Juan Alonso de Torres, uno de los primeros fundadores de la Villa de León, solicitó ante el Cabildo le vendieran el Solar del mulato Francisco Hernández para vivir ahí.

Como los pueblos citados, que luego serían barrios, el de Arriba fue para los marginados. En sus investigaciones, el que fuera cronista de la ciudad, Carlos Arturo Navarro Valtierra, los mulatos fueron relegados e invadidos por los blancos.

A principios del siglo XVI, negros y mulatos también serían enviados al nuevo barrio en creación: el de San Juan de Dios.

Para 1719, un censo revelaba que la zona urbana de León tenía 2, 044 personas y un total de 527 familias. El Barrio Arriba era ya parte formal del asentamiento y lo poblaban mulatos, mestizos, coyotes (mestizo e india) y españoles. Ya para entonces había definido su identidad productiva: manufactura de zapatos, sillas y curtiduría.

Este asentamiento tuvo, en sus orígenes, varios nombres: Barrio de la Canal, por un canal que bajaba por lo que luego sería el parque Hidalgo, Barrio del Santo Cristo del Señor de la Salud o colonia Iturbide, nombre que habrían de desterrar al convertir a uno de los libertadores en villano de la historia según los liberales triunfantes.

Barrio del siglo XX

Los asentamientos de las zonas altas sufrían menos daños cuando las lluvias eran abundantes. Las inundaciones que sufrió León en 1888 y 1926 afectaron de manera especial a los habitantes de las tierras más bajas. Mientras que lo que hoy es la zona centro debía ser reconstruida y llevaría a obligar a sus habitantes más pobres a poblar el cerro de la Soledad (origen de la colonia Bellavista), el Barrio Arriba se convertía en importante centro industrial y comercial.

Con un trazo similar a la ciudad fundacional, tuvo en su calle principal, hoy llamada 27 de Septiembre, la vía de acceso a la ciudad de vendedores y productores procedentes de la zona norte: Los Castillos, Ibarrilla, Hacienda Arriba, etcétera.

La inundación de 1926 redujo a la principal industria leonesa: la textil. La zapatería y la curtiduría comenzaron a tomar su lugar y el barrio ya tenía la semilla de la curtiduría desde la época colonial.

El Barrio Arriba fue bautizado por los herederos de la revolución como Colonia Obregón, en honor al que derrotara en estas tierras al Pancho Villa odiado por los ricos.

Y así, con esa tradición a cuestas, se convirtió en zona industrial con hasta 600 tenerías. Primero fueron las recuas cargadas con los pestilentes cueros; las sustituyeron camiones y camionetas. Las viejas pilas que usaban cáscara de encino y que acabaron con los bosques de la región se convirtieron en modernos tambores de madera. Las filosas cuchillas dejaron su paso a modernas máquinas gringas, alemanas o checoslovacas para rebajar o emparejar los cueros (el oficio de mi padre).

Ahora la mayoría de esas tenerías son estacionamientos o bodegas. En función quedan menos de 50.

Recuerdo esos olores, cuando llevaba a mi padre comida en el portaviandas, cuando en tiempos de calor jugaba con otros niños a echarnos clavados en el gabazo del cuero curtido rebajado, cuando ayudábamos a cargar o descargar cueros de las camionetas para ganar unos pesos e ir al jardín por una nieve o una campechana de mariscos.

La nostalgia

Domingos de birria y de vendimia, de misa, de acudir a casa de la abuela mamá Coco (la original, no acepten imitaciones disneylianas) a comer menudo con tortillas recién hechas.

Barrio a donde llegó mi familia materna, donde la hermosa adolescente de nombre Anita, pero conocida como “La Güera”, llegaba con el canasto de tortillas recién hechas por mujeres también de piel blanca, procedentes de los Altos de Jalisco, y terminaba de vender antes que el resto.

Ahí, donde su hermano Trino puso su puesto de revistas y periódicos, para vender los Kalimán, Memín Pinguín y Lágrimas, Risas y Amor. Donde por horas leía a Chanoc, Fantomas, Vidas Ilustres y Joyas de la Literatura.

En ese barrio Anita conoció a Aristeo, el raspador de cueros que fue adolescente que en 1946 llegó a León con sus padres y hermano y hermanas (los cinco sobrevivientes de los 9 paridos por mamá Santos), procedente de la sequía de San Felipe, sin más tesoro que un burro y lo que llevaban puesto.

Ahí Aristeo disputó en los 50 el amor de La Güera con otros pretendientes. Ahí compitió con El Gallero y supo de los pleitos a cuchilladas entre El Diablo y El Cagatole.

Barrio de cantinas, donde el joven raspador gastaba el sueldo que no le alcanzaría para mantener lo que luego sumaría 10 hijos. Barrio de la cerveza con botana, del chicharrón en salsa como entrada, hasta llegar al chamorro y rematar con la fresca fruta bañada en limón y aderezada con chile en polvo. 

Barrio de la vendimia, donde Anita surtía dulces y otras mercancías para vender en su incipiente tiendita y completar el gasto. Barrio que echó a sus viejas covachas para tener un moderno, pero casi abandonado mercado.

Ahí donde llegábamos en las pesadas bicicletas de turismo a chulear a las muchachas, donde había que aguantar los moralinos sermones de los sacerdotes del Señor de la Salud, San José Obrero o San José de Gracia para ganar el derecho a comer mole en la boda o mirar los valses de la quinceañera.

Te has vuelto viejo y triste, barrio donde no nací, pero me imaginaron; barrio de casas que se descarapelan o que la burda modernidad destruye y convierte las gruesas paredes de adobe en cemento y cristal; de cantinas que apenas sobreviven, de paso de autobuses, de topes y semáforos.

Barrio de mulatos, barrio de apestoso olor a dinero disfrazado de cuero en descomposición o bañado con químicos.

Me quito el saco y le limpio las canas que sobre sus hombreras yacen. Cubro la calva con el sombrero, me pongo los lentes para mirar tu jardín Allende, para ver dónde comprar una guacamaya, un helado o una bolsa con encurtidos, para comerlos a la sombra de tus árboles.

Te veo y digo: qué viejo estás. Me levanto para ir al coche y me duele la rodilla izquierda. Qué viejo estás, mi barrio.

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