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HABLA EL HIJO DEL MÉDICO DE PLAZA

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Las historias se encuentran a la vuelta de la esquina de una frase, en el rincón de una palabra. Las historias se agazapan en la secuencia de una conversación. A veces basta con detener el flujo de ésta y ahondar con algo de atención en aquello que resultó llamativo, asombroso tal vez. ¿Dices que tu padre fue médico de plaza de toros? La curiosidad salta y se vuelve pregunta, ansia de saber. ¿Cómo puede vivirse eso? Es tan raro escuchar a alguien hablar de algo que no sea una actividad licenciada como profesión: médico de plaza. En la ciudad de Guanajuato, cuya plaza de toros hace mucho tiempo está abandonada debido al riesgo de colapso constructivo. Es tan raro que tal persona prefiere no ser identificada, “para no propiciar que se levanten los de otro tiempo. No vaya a ser”. Permanecerá sin embargo el registro de la entrevista con el hijo del que fuera el médico de la plaza de toros de Guanajuato.

¿Cómo te diste cuenta de que tu papá era el médico de la plaza de toros?

Cuando en una corrida de toros estábamos en barrera, en primera fila, mi mamá y yo; y mi papá siempre estaba en el callejón. Pero yo creía que estaba ahí por los amigos. En esa corrida cornean a un torero y él brincó al ruedo y le metió la mano, en una de las heridas. ¿Y esto…? ¿Por qué? Y ya después me explican que porque era el médico de plaza. ¿Y él era supermán o qué onda? Porque salió corriendo para allá y se llevaron en la camilla al torero.

¿Qué edad tenías entonces?

Debo haber tenido entre tres y cinco años. El periodo en que vivíamos en Guanajuato duró hasta los cinco años. Entre los tres y los cinco años.

¿Y hoy tienes una idea acerca de qué significa ver la mano de tu papá empuñada metida en la pierna de un hombre que era un torero?

Sí: estaba salvándole la vida. Para que no se desangrara.

¿Y la impresión del niño: un hombre vestido de luces y tu papá allí a un lado?

Fíjate que no fue tanta la impresión, así, como un impacto, no. No, no, no. Fue más la impresión en una ocasión en que se brincó el toro y nos quedó aquí (con las manos cerca de su cara, muestra la gran proximidad que tuvieron con el animal): cara a cara, de mi mamá y de mí. Mi papá en el callejón, acá a un lado, viendo al toro brincar ahí donde estábamos nosotros. Esa la tengo más como una impresión fuerte porque también hizo todo un relajo el toro: se bajó al callejón y el burladero y todo, allí brincando.

¿Hasta qué edad tuya es tu papá el médico de plaza? Yo creo que no más allá de mis cinco años. No sé si habrá sido un año nada más. Una temporada o… Ni siquiera había temporadas, yo creo que en Guanajuato eran así como esporádicas. No tengo idea. Pero nos fuimos de Guanajuato y ya.

Plaza de toros Santa Fe de Guanajuato, capital (hoy en el abandono)

¿Decías que tu papá fue el primer médico…?

Mi papá fue el primer ginecólogo de Guanajuato, de la ciudad de Guanajuato. Llegó como ginecólogo del Seguro Social. En esa especialidad, del Seguro Social en Guanajuato, fue el primero.

¿Y ginecólogos que fueran médicos de plaza…?

Ni idea. Sé que hay traumatólogos. A mi abuelo lo operó un traumatólogo, médico de plaza, de una rodilla. Que se me hace lo más lógico en ese sentido. O un internista. Pasados los años, platicaba con mi papá, y me decía “Imagínate que hubieran sabido que era un ginecólogo”.

¿Dirías que a raíz de esa historia de tu familia a ti te nació el gusto por los toros?

No soy un aficionado de los toros, no me considero un aficionado, sé muy poco de toros, la verdad. ¿Me gusta? Sí. Me gusta la fiesta brava. Pero no sé. No te puedo decir por ejemplo los términos de cómo se llaman los toros por sus características que tienen y los colores. Mi papá se lo sabía. Nos aventábamos la temporada grande los domingos, por Unicable. Todos los domingos estábamos allí a la hora de la comida, a la hora del postre, lo que fuera, pero viendo los toros.

¿Entonces qué te gusta de la fiesta brava?

Yo creo que más que la fiesta brava como tal, es el ambiente, es el… o era (no sé ahora cómo sea): que estaban las familias completas ahí. Entonces era un espacio de todos en una misma actividad… y el relajo. Porque mi papá tampoco tomaba. Así que tú dijeras por borrachera, que ahora son muy comunes, no. Siempre me acuerdo que llevaba su bota. Es más: desde que tengo uso de razón, de recuerdo más bien, hasta la última vez que fuimos junto a los toros, siempre utilizó las mismas botas, unas botas altas, claras y chatas. Solamente las usaba para ir a los toros. O sea botas y su bota, la de beber, que yo no sé qué le ponía, a lo mejor coca, vino tinto de repente. Y llevaba puros, de los que había en la casa, que estaban en el refrigerador, en la puerta del refrigerador la cartuchera de puros, lo prendía y en lugar de darle el jalón le soplaba, porque le gustaba el olor al tabaco. A veces le ponía aroma con esencias. Pero lo que le gustaba era el olor no era el sabor del tabaco. Entonces en lugar de darle el jalón le soplaba y olía el tabaco. Ah y su sombrero, beige, de ala plana. Camisa blanca. Pantalón corte vaquero pero no de mezclilla, sus botas café claro, manchadas del cuero, ya viejo, usado.

Ejm: un ginecólogo como médico de plaza, que llevaba su bota de beber vino pero quién sabe qué le ponía porque no bebía alcoholes, y llevaba su puro que mantenía prendido soplándole. ¿Qué fiesta brava vivía tu señor padre?

Una muy sana. Una muy alterna. Y toda la música, la banda, se sabía todas las canciones.

¿Dirías que se parece a tu idea de “lo que me gusta de los toros es el ambiente”?

Sí, sí, sí.

¿Y gusto por la medicina no se te desarrolló allí? ¿Por ayudar a los otros?

Sí (lo dice con firme determinación, resonante). Sí, sí, sí. Lo traigo. Siempre lo he traído. No me dio por esa línea, por ideas y demás, pero… sí, vaya. Y fuera de cualquier lógica posible, fui el que recibió a mis dos hijas porque no había médico. Entonces la hice de ginecólogo. No llegaron los doctores en ninguno de los dos casos.

Después de que dejó de ser médico de plaza tu papá, ¿volvieron a ir a corridas de toros juntos?

Sí, sí, claro. Lo que te cuento de los puros y la bota ya fue… muchos años después. En Ciudad Victoria, no recuerdo. En Matamoros, seguramente sí. Aquí en Irapuato, sí; había dos corridas al año, marzo y noviembre. Alguna vez, yo creo que fuimos un par de veces a la México. La más reciente que fue, te estoy hablando de hace más de veinte años, nos invitaron a un palco. ¡N’ombre! Mi papá parecía león enjaulado: no encontraba su lugar en un palco. Él tenía que estar abajo, en el relajo, en el ambiente.

Toro en la plaza de El Puerto de Santa María, España. Autor: Panarria (Fotografía tomada de https://commons.wikimedia.org/)

Y aparte del sombrero, los puros en la puerta del refrigerador, la bota en algún lugar visible. ¿Había más motivos taurinos en tu casa?

Había un capote que le habían regalado, boinas, boina de torero, había unas banderillas pero ya sin el rejón. En casa era todo. Con mi abuela, porque a mi abuelo materno también le gustaban los toros, había una estatuilla de un torero, muy bonita. No sé dónde habrá quedado. Muy bonita la estatuilla. Y había una pintura de un torero… en la casa de mi abuela. Igual haciendo un pase. Digo nunca hubo una cabeza de toro y eso.

¿Qué es lo que mejor recuerdas de esa época de tu papá como médico de plaza?

Mi papá tenía un ojo: desde que veía que los toros venían corriendo. Le gustaba estar enfrente de donde salían los toros, de los toriles. Entonces, desde que venía corriendo el toro, decía: “Este va a salir muy bravo”, “Este no tiene tanto”. Luego que veía que daba dos o tres vueltas al ruedo, decía: “Este va a brincar. Está midiendo. Está midiendo”. Él, cuando se brincó el toro, corre hacia donde nosotros estábamos, porque vio que estaba midiendo. Entonces corrió adonde nosotros estábamos y nos jaló. Él se sube y nos jala a nosotros. En eso se estaba fijando. Por eso me acuerdo que estaba ahí. Vio que estaba el toro midiendo, midiendo, por dónde podía escapar y… ahí. ¡Pum! Un animalote. Es impresionante: una cabezototota. Y ni reaccionas. Fue padrísimo. Me sigue gustando.

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