Para los antiguos mexicanos el quetzal era un ave sagrada que representaba el dominio del viento siendo también un símbolo de bondad, luz y libertad. Tal vez por ello es que el corazón de José Cruz Hernández Sánchez está contenido en sus piezas artesanales: Corazón de Quetzal, con las que ha recorrido cada rincón de México llevando sus saberes y la narración de las mil historias que ha ido coleccionando en su incansable andar.
Cruz es un artesano urbano que hace hincapié en lo difícil que es para ellos abrirse puertas: “Nos llaman hippies, nos acusan de ser depredadores de la fauna para hacer nuestros objetos. Esto es erróneo porque hay un respeto muy grande a la vida animal. Nunca tomo un animal muerto que encuentro en el camino sin antes haber liberado su alma y haberle pedido permiso para darle una segunda vida… Desde la antigüedad han existido quienes trabajan el arte plumario, las puntas de flecha, los escudos, alfareros, petateros, sembradores que se reunían en el Mercado de Tlatelolco a intercambiar culturalmente. Había escuelas de artesanos. Somos parte de la historia”.
Su trayectoria como artesano comienza cuando apenas tenía 10 años y fabricaba sus propias carteras, pulseras y morrales. Cruz nos cuenta que compraba chamarras viejas para destazarlas, lavar la piel y hacer con ellas diversos objetos útiles. Fue así que un día, con retazos de piel se hizo un pantalón, un amigo al verlo pensó que lo había comprado en el Mercado del Chopo, el impresionante tianguis cultural de la Ciudad de México, por lo que se sorprendió mucho cuando supo que había sido hecho por él. Y así, sin buscarlo, vendió su primera creación.
Trabajó en la Ciudad de México en muchas actividades, en los lugares más violentos de la Capital, hasta que su mamá lo invitó a Michoacán, en donde lo trataron con tanta amabilidad que decidió quedarse con su tío aunque no le fue fácil conseguir un empleo. Hasta que en un tianguis de Morelia encontró un puesto en el que compró chamarras viejas que recicló convirtiéndolas en morrales, pulseras y otros objetos, esta vez, con la intención de venderlos.
Ahí empezó su camino. Descubrió un mundo generoso, infinito, del tamaño de su imaginación y creatividad. Hoy ya tiene 25 años de vivir como artesano. Se siente agradecido con su trabajo, con la vida que ha llevado y por todo lo aprendido.
Así fue que mientras vendía en un tianguis, en Guanajuato, vio por primera vez a la mujer que sería su esposa y ya no se separaron. Hoy, forman una sólida familia con tres hijos, uno recién nacido. Ellos son quienes lo impulsan, lo inspiran y van con él por los caminos en forma de los corazones y los quetzales que protegen el espíritu de Cruz y que también están contenidos en los nombres de sus dos hijos mayores.
Además de los artículos de piel, también realiza fabulosos atrapasueños que nos cuenta que provienen de tribus que no fueron defendidas. Cuando comenzaron a ser atacados y lanzados a la marginación sin que se tomara en cuenta su tradición de respeto a la Madre Tonantzin. Un chamán, entristecido por la miseria en la que habían caído se fue a buscar una señal a la gran montaña. Al detenerse a descansar el primer día un oso se acercó y le dio un abrazo para darle fuerza; al segundo día fue un lobo quien lo consoló dándole aliento para que pudiera seguir. Al tercer día se detuvo a la orilla de la montaña y un águila bajó para refrescarlo con sus alas. Al cuarto día, cansado de que la visión no llegará emprendió el camino de regreso, así, encontró una araña a la que le relató lo que sucedía con su pueblo.
La araña le mostró un aro que simboliza el círculo de la vida: donde todo empieza, todo acaba. Abarcando el aro hay tejida una telaraña como símbolo de los pasos recorridos, por un orificio en el centro de la misma se filtran los buenos sueños y en la red quedan atrapadas las pesadillas. El aro se cubre de piel para capturar las malas energías y se remata con plumas que representan a los espíritus que guían nuestros pasos.
José Cruz leyó esta historia cuando era apenas un niño, por eso, cuando descubrió a quienes fabricaban atrapasueños les pidió que le enseñaran y desde los 25 años empezó a hacerlos. El maestro dice que desde pequeño la naturaleza le ha regalado grandes tesoros. Es así como ha aprendido también del poder de las piedras que conecta con las energías de las personas.
Las artesanías de Cruz, como él mismo lo afirma, están hechas con el corazón, con amor. Él dice que hace realidad los sueños de otras personas con lo que sus manos realizan. “Después de haber sido un chavo de barrio a quien la gente le rehuía, ahora soy una persona que la gente busca porque disfrutan conversar conmigo, los ayudo a viajar con mi voz al relatarles todo lo vivido en mi camino. He recorrido todo México, que es muy hermoso, y esto me lo ha regalado mi labor artesanal”.
Falta aún mucho camino por andar. El reconocimiento a las labores de los artesanos urbanos a veces parece estar muy lejos. Cruz destaca que ellos son padres de familia que trabajan duramente para sacar adelante a sus hijos y darles una educación que a él le faltó. Piensa que si las personas se acercaran más a su trabajo se darían cuenta de que son personas de bien y tal vez de esta manera les abrirían más espacios y oportunidades para vender esos productos nacidos de unas manos prodigiosas y entibiados con el Corazón de un Quetzal aventurero.