Sara no nació en Guanajuato, sin embargo, es la tercera vez que se queda a vivir en la ciudad después de toda una vida recorriendo el país y el extranjero, asegura que en esta ocasión su estancia en la Capital es definitiva.
Sin embargo, recuerda con nostalgia su niñez en Aguascalientes, su ciudad natal, un lugar en el que los telares y los bordados se producían de manera abundante. Recuerda que su madre tuvo un taller de bordado desde muy joven; ya casada, éste se encontraba en la parte de arriba de la casa familiar, y también había un cuarto, una habitación mágica llena de colores, de texturas y de posibilidades porque era donde su madre guardaba las telas y los hilos. Con ella trabajan cerca de treinta mujeres que se dedicaban a bordar y coser.
Por lo que desde siempre las puntadas, el aroma de las telas, la suavidad o rigidez al tocarlas, los colores de las madejas y las agujas fueron parte de su vida, de ese mundo que la habita desde siempre y la construye.
Su padre también alimentó esta alma creadora. Era gerente de Singer, así que parte de su trabajo consistía en ir a comunidades y ranchos con las máquinas para enseñar a coser a las mujeres de ahí. Muchas veces lo acompañaban y muchas otras lo visitaban en la tienda.
Sara recuerda con especial nostalgia ese concurso que la empresa de su padre promovía, y que convocaba a hacer vestidos en miniatura que luego eran exhibidos. Con su niña interior viva y hablando desde Sara describe el espectáculo tan hermoso que era llegar y ver todos aquellos pequeños vestidos que llenaban todo el espacio.
Creció en un ambiente de paz, de seguridad y respeto. Sus padres se amaban y todo esto en conjunto la hizo crecer segura, confiando en ella misma y con un corazón reforzado con retazos y lanas.
Sara Alvarado nos platica que en Aguascalientes había un Centro de Diseño Artesanal maravilloso, que no solamente era una escuela, sino que también tenía talleres, tienda y museo por lo que en cuanto alcanzó la edad se inscribió en el área de textiles. Entonces descubrió la otra cara del oficio. Los telares desaparecían continuamente, el material también. Aquel Centro tan noble y maravilloso estaba en decadencia a pesar de contar con maestros de gran nivel como la maestra Rosa Luz Marroquín quien ha recorrido México y muchos países del extranjero llevando su trabajo. “Eran maestros tejedores expertos capaces de bordar tu rostro con detalle o un calendario azteca” —recuerda Sara— pero el Centro ya estaba decayendo, y como no podían despedir a los maestros porque eran personal de confianza de muchos años les asignaron labores de conserjería. Una nueva administración había llegado y tenían planes distintos para aquellas instalaciones.
Entonces presentó un proyecto de rescate, consiguió que le autorizaran tres tejedores y algunos telares, les abrieron un espacio en la Escuela de Artes y Oficios. Recuerda con mucho cariño a sus colaboradores: “Gabriel era encargado de taller en el Centro y luego le tocó estar bajo mi coordinación lo cual parecía no agradarle, constantemente me decía: ‘Póngase vivilla Sara. También estuvieron conmigo Froilán y Darío, dos seres hermosos con quienes trabajé con mucha armonía a pesar de las limitaciones, los retos y la falta de apoyo”.
Una de las primeras cosas que hizo a través de su proyecto fue confeccionar prendas de vestir con hilo fino. Hizo cerca de treinta piezas que luego exhibieron en un evento en el que también hubo música, poesía y modelos que lucieron las creaciones realizadas. Ahí fue donde decidió que su proyecto artesanal llevaría por nombre Xochiquetzal, en honor a la diosa de las tejedoras, el amor y la belleza.
A partir de entonces comenzaron a invitarla con mayor frecuencia a concursos y exhibiciones, llegó incluso a ser representante de los artesanos en su estado: “Yo buscaba que nos asignaran un espacio para montar un mercado de artesanías donde pudieran no solo vender sus piezas sino que también pudieran mostrarle a la gente cómo hacían su oficio, un tiempo lo tuvimos, pero después todo se desvirtuó porque empezaron a vender fayuca”.
Hoy, Sara tiene más de 35 años ejerciendo su oficio y llevándolo a través de México. La pandemia le llegó estando aquí, en Guanajuato Capital, y ha tomado la decisión de echar finalmente raíces aquí, donde además viven dos de sus hijos.
Los tejidos de Sara Alvarado son únicos porque no solamente teje o borda, sino que al hacerlo va añadiendo a su trabajo otros materiales, combina colores, incorpora otros elementos además del hilo: “Apenas comienzo y se me ocurre improvisar para contrastar colores, texturas, materiales. Ahora estoy trabajando tapices”.
Además de los textiles ha encontrado su otra pasión en la docencia, con sus talleres ha podido llegar a muchas personas que le han dado grandes enseñanzas y satisfacciones, como el centro de mujeres maltratadas a donde llegó para mostrarles puntada a puntada que también tenían virtudes y que ellas eran capaces de superar sus miedos y sus errores.
Nos explica que la falta de apoyos es la principal barrera para poder llegar con los talleres a tantos sitios donde hacen falta, piensa que el apoyo que los artesanos reciben de las autoridades es nulo y eso los orilla a dejar el oficio. Ella misma, por ejemplo, ha tenido que dividir su tiempo como artesana textil con la cocina porque esta es una actividad mejor remunerada.
“Ahora ya casi no les interesa a las autoridades el rescate de los artesanos —dice con tristeza— casi no hay exposiciones…no hay interés”.
Y es así como las manos expertas de Sara, su constante búsqueda para transmitir y mostrar lo que la sabiduría ancestral nos ha legado a través de los oficios nos deja una profunda enseñanza y una gran reflexión mientras admiramos esos trabajos únicos que con orgullo muestra y que son el resultado de toda una vida de aprendizaje y amor.