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BORDANDO CAMINOS E HILVANANDO HISTORIAS

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Durante la niñez de Guadalupe Soto las tardes en Acámbaro eran tardes de costura, desde pequeña remataba las colchas y manteles que su madre le daba con los inicios de los hilvanes mezclando colores, inventando formas, creando lenguajes que, ya desde entonces, contaban historias y momentos. Así fue como su vida quedó unida a los hilos y a las puntadas.

A los 9 años tejió su primera carpeta a ganchillo, labor que le dejó los dedos sangrados pero que culminó con gran orgullo. Después siguió el tejido a dos agujas y en sexto de primaria, nos cuenta, ya lucía el primer vestido tejido hecho por ella.

Es necesario recalcar que su madre era modista, y aunque la maestra Lupita nunca dominó la costura como a ella le hubiera gustado, era cotidiano escuchar hablar de sisas, curvas, pretiles, pinzas y dobleces en casa. Además de que en la escuela estas actividades se reforzaban en la materia de educación artística, que para ella siempre fue un espacio relajante y que disfrutaba enormemente.

A esto se sumaba la pasión por el deporte. “Mi mamá nos decía que teníamos la locura de mi padre: correr y correr”, y es que además del gusto por la actividad física su abuelo paterno era ferrocarrilero, tal vez de ahí venga su pasión por recorrer caminos y llevar consigo la riqueza de todo un país para lucirla con orgullo.

Bordar, correr y promover la lectura han sido parte del vivir de Guadalupe Soto, maestra del hilo y las puntadas (Fotografías: Especiales).

Al crecer, el dominio de las puntadas se perfeccionó con la confección de los baberos, fajeros y chambritas para sus hijos. Se graduó como maestra pero nunca dejó de participar en competencias de atletismo porque para ella esta es una forma de convivir en familia, hoy lo hace rodeada de sus nietos, así como antes fueron sus hijos y en el pasado sus hermanos y su padre.

Un día fue a una competencia en Chihuahua y al ver a los rarámuris se inspiró para llevar por los caminos el colorido y el arte de las mujeres mexicanas. Así que cuando llegó la oportunidad de correr en Querétaro y descubrió que la medalla era una muñeca otomí bordó su primera falda con esta imagen y corrió los 21 kilómetros con ella puesta, también quiso llevar los huaraches rarámuris pero no supo amarrarlos bien y optó por quitárselos a media carrera. Desde entonces corre descalza.

“Sentir el suelo en las plantas de los pies al correr fue algo que disfruté mucho, que me llenó de energía”.

Las blusas que acompañan sus faldas bordadas son de mujeres artesanas de otros estados, porque su idea es al mismo tiempo dar a conocer lo que las hermosas manos de las mujeres mexicanas crean y de esta manera sea más apreciada su labor.

Este sello característico le ha traído infinidad de experiencias gratificantes, como en Costa Rica cuando una corredora joven que tenía muchas posibilidades de ganar un lugar en la carrera prefirió bajar su velocidad y correr junto a ella para conocer su historia, admirar la blusa chiapaneca que acompañaba  el diseño de la muñeca Tica que la maestra Lupita bordó en su falda de manta.

Es común que cosas como ésas sucedan, que otras corredoras decidan correr a su lado, como pasó en Guadalajara en donde una joven quiso prestarle sus tenis porque el suelo estaba muy caliente. “El deporte —nos dice— crea convivencias muy hermosas. Nunca he estado sola en una carrera”. 

Cada competencia amerita una nueva falda cuyo bordado se basa en el diseño de las medallas conservando los colores y las formas de éstas. De esta forma, los kilómetros se complementan con relatos que también motivan a los niños: “ellos siempre se sorprenden porque me ven corriendo descalza y vestida así, luego me dicen que quieren hacer lo mismo que yo. Entonces sé que ya quedó en ellos una semillita y una inquietud”.

Entre sus faldas predilectas está una en la que bordó una canasta de fresas junto al año 1935, que fue la fecha en que su papá nació porque la carrera se llevaría a cabo en su municipio natal. Cuando la gente le preguntó el significado de aquel número y ella les explicó, salieron muchas personas que habían conocido a su padre y le contaron anécdotas de su vida ahí.

Cada carrera amerita una nueva falda bordada, actividad deportiva que también realiza con su familia (Fotografías: Especiales).

También aprecia mucho una falda que bordó en pandemia, tiempo en el que las carreras eran virtuales. Nos relata que cada quien hacía la ruta que enviaban los organizadores, a vuelta de correo les llegaban las medallas. Esto fue en el Estado de Puebla, y había que recorrer todos los municipios. Así que su falda de manta contiene los nombres de cada uno de ellos. Y nos mostró otra en la que combinó el diseño de la medalla con la obra pictórica de una maestra de la UNAM a quien le solicitó el permiso para hacerlo.

El año pasado, Ma. Guadalupe Soto recibió en Acámbaro la presea Catalina Gómez de Larrondo por su trayectoria en el deporte. Sin embargo, lo que para ella es más alentador es recibir comentarios y especialmente hacer estos recorridos con sus nietos, quienes al igual que ella corren, le dedican su esfuerzo y se fijan metas. Siempre los involucra en sus actividades “No es lo mismo: vayan a correr que vamos a correr, ni vayan a leer que vamos a leer”, así que también bordan y cuentan historias, incluso en la radio local.

Al igual que sus virtudes como bordadora y corredora, la maestra Guadalupe Soto tiene a su cargo una sala de lectura (Fotografías: Especiales).

La maestra Lupita, quien además tiene una sala de lectura llamada Sor Juan Inés de la Cruz, actualmente también está recorriendo municipio por municipio el estado para llevar lecturas y libros. Quien tiene la fortuna de encontrarla a su paso no solamente verá en sus ojos sabiduría y bondad, sino que también sabrá de ese gran corazón que las blusas bordadas arropan, y probablemente regresará con una bolsa de pan de Acámbaro entre sus manos, una taza de la cooperativa cerámica  de mujeres de ese mismo municipio en el que vive y la fortuna de haber escuchado un cuento de los muchos que ella conoce y que lleva de un lado a otro, paso a paso, movida por esos pies incansables que han acariciado kilómetro a kilómetro los caminos y las veredas bordándolos con sus hilos llenos de magia y tradición.

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