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INDIOS TEJOCOTEROS: ENTRE LA HISTORIA, EL FERVOR PATRIO, LA LEYENDA Y LA IRREVERENCIA

El segundo domingo de octubre de cada año, en el poblado de Santa Rosa, ubicado en la Sierra del mismo nombre, retumban los cañones y el estruendo de la pólvora mezcla sus olores con tacos de maíz negro con carnitas.

En esa localidad ubicada al norte de la ciudad de Guanajuato, en la carretera serrana a Dolores Hidalgo, mujer de enagua grande y hombres gran sombrero portan la tricolor bandera de un país que aún no existía en 1810. Combaten contra los de chechia (gorro de los zuavos franceses), que representan a los realistas españoles, quienes poco a poco ceden ante la turba de indios con collares y cananas de tejocotes.

Los indios tejocoteros viven y reviven. Asoman con la fuerza nuevas generaciones que suplen a los que se han ido, en especial en los últimos años, cuando una pandemia interrumpió la representación del inicio de la independencia y se llevó a Raymundo Herrera, que hacía el papel de sacerdote realista; Javier Hernández, Víctor Rangel y Wikas Fernández, que hacían de realistas; Simón Flores, generoso patrocinador, quienes se nos adelantaron en estos dos años de mundial azote coronavirulento.

Tomas Ulloa García, “El Indio Mayor”, retomó en 1934 la representación de cómo fue la toma de la ciudad en 1810.

Sólo sus ánimas rondan en esos momentos en que la calle principal del poblado se convierte en campo de batalla que culmina con la toma de la ciudad de Guanajuato, en una representación de teatro popular que, acorde con la tradición, los residentes del poblado hicieron a Maximiliano de Habsburgo. No hay documento histórico que lo sustente, pero no importa: basta con que lo crea la comunidad.

Los vivas a México, que no existía como tal en 1810, los sombreros zapatistas que aparecieron un siglo más tarde, los tenis y audífonos y la cerveza en bote que aparecen en la fiesta son el anacronismo de la delicia y la comodidad.

Es una fiesta convertida ya en atracción turística, donde el canto y los elíxires alegran los corazones.

El antecedente

Con la tradición oral popular como única fuente, se cuenta que en 1864, cuando el emperador Maximiliano fue a Dolores Hidalgo a conocer dónde se inició el movimiento de independencia, siguió a Guanajuato y pasó por Santa Rosa de Lima, en plena sierra homónima, a ocho kilómetros de la magna ciudad.

Ahí los pobladores, que se jactaban de que fue el lugar donde vivió Juan José de los Reyes Martínez. El Pípila, y le mostraron con una representación cómo fue la toma de la ciudad en 1810.

Se armaron con rifles con salvas y los zuavos, tropa mercenaria de élite, que acompañaba al austríaco, representó a los realistas españoles, asesorados por el cura del lugar.

Desde entonces, cada segundo domingo de octubre, la comunidad recreó ese momento. La festividad se suspendió en 1910 por la Revolución Mexicana, se volvió a suspender en 1927 por la Guerra de los Cristeros. En 1934, cuando tenía 24 años de edad, la retomó quien contaba lo anterior: don Tomas Ulloa García, “El Indio Mayor”.

Hijo de minero y de madre dolorense otomí, nació en el Mineral de Santa Rosa de Lima, Gto., el 7 de septiembre de 1910. Con Maclovia Robles Campos, su esposa, legó una familia tejocotera: Salomé, Rosa Juana, María Buenaventura, Tomás Xicoténcatl, Juana Gavina (en honor a la esposa del Pípila), Martín Nezahualcóyotl e Ildefonso Cuauhtémoc. Los Ulloa Robles que de una o de otra manera tomaron su bandera tras su deceso en 2008.

Insurgentes y realistas se enfrentan en una abigarrada batalla hasta el triunfo de los primeros. Más tarde se representará la Toma de la Alhóndiga de Granaditas. 

Don Tomás amaba e investigaba la historia de México. Estudiaba primaria cuando lo escondieron debido al riesgo de leva por la Guerra Cristera y comenzó a estudiar en escuela nocturna a los 37 años y terminó su instrucción primaria a los 40 años.

Tras su muerte, la representación continuó hasta ser nuevamente interrumpida en 2020 y 2021 por la pandemia de covid 19.

La fiesta cívica

Las Fiestas Patrias de Santa Rosa comienzan viernes o sábado de la segunda semana de octubre. A veces hay obras de teatro o algún bailable, pero lo de cajón es la lectura del Acta de Independencia y el Grito de Dolores, que regularmente da el presidente municipal el turno. El orden histórico es alterado en este festejo.

La parte fuerte viene el domingo. Arranca con un desfile en el que participan estudiantes de escuelas primarias, secundarias y hasta de nivel medio superior de la zona. En este año las y los niños de primaria desfilaron con atuendos de tejocoteros. En esta edición tuvieron como invitados especiales a la Banda de Guerra de Dragones de la Reina, de San Miguel de Allende.

Tras concluir el desfile, desde la parte alta del poblado inicia el proceso de batalla con el fondo musical de la Banda Santa Cecilia, de Dolores Hidalgo, Guanajuato, con más de 20 años participando.

Una banda ejecuta piezas tradicionales, entre las que destaca la clásica “Pávido Návido”. Hay una avanzada de ambos bandos, se encuentran y un representante de los insurgentes acude con los realistas, quienes indican que los rebeldes no tienen posibilidad de triunfo y que digan a Hidalgo que ceje en su afán.

Suenan pequeños cañones a los que se les pone pólvora y se les tapona con papel. También truenan cargas de pólvora en viejas escopetas y aquello se convierte en un zumbar de oídos antes de ver la simulación de combates previos a la entrada a “Guanajuato”, unas ganadas por los gachupines azuavados y otras por los insurgentes con ropajes de más de 100 años después.

En el Altar Cívico, ubicado junto al templo de la comunidad, rinden homenaje a los que se fueron, para continuar camino abajo, donde siguieron los guamazos, que se soportaban gracias a las caguamazas, bien frías, no sin previamente avituallarse con tortas y tacos de carnitas, gorditas con guisado, quesadilla con nopales, enchiladas mineras y demás tesoros culinarios.

Ya cuando atardece, se representa la toma de la Alhóndiga de Granaditas, con su Pípila valiente, pero piromaniático, queman pirotecnia y concluyen con el fusilamiento a los españoles, que en la historia fueron masacrados con odio jarocho.

Juana Gavina, esposa del El Pípila, tiene un lugar protagónico en esta representación, que incluye un desfile, música de banda de guerra, y una atípica conglomeración de lugareños, participantes y turistas.

 “El Pípila” no siempre ha sido representado, pero sí su mujer, Juana Gavina. Son papeles que por lo general representan integrantes de la familia Ulloa. Se dice que Juana Gavina nació en la comunidad.

Bandas de guerra y música de viento, visitantes de múltiples lugares que aprovechan su rol cervantino de octubre por la ciudad de Guanajuato.

Don Tomás Ulloa falleció el 15 de abril de 2008, a los 97 años de edad, en la Sierra de Santa Rosa de Lima. Su herencia está en sus hijos, que mantienen la identidad y orgullo de una comunidad enclavada en la sierra pisada por José Alfredo Jiménez, una lomita antes de mirar el caserío y las torres de Dolores Hidalgo, su pueblo adorado.

Federico Velio Ortega
Federico Velio Ortega
Periodista, maestro en Investigador Histórica, amante de la lectura, la escritura y el café. Literato por circunstancia y barista por pasión (y también al revés)
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