domingo, mayo 19, 2024
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ERIKA DEL RÍO: UN CORAZÓN DE BARRO QUE UNIFICA LATIDOS ALFAREROS

Erika del Río, nacida en Irapuato, posee un corazón de arcilla que le da mucho más allá de simples latidos que proveen vida. Los suyos la comparten, la engrandecen y la llevan a ser una hacedora que promueve y unifica latidos como parte integral de su vida, sus proyectos y sus sueños.  

Su pasión alfarera inició en 2017 cuando al cursar el tercer trimestre de la carrera Arte en la Universidad de Guanajuato, misma que inició con la intención de acercarse a la fotografía, se topó en tercer semestre con la materia de escultura impartida por el maestro Humberto Garcés, quien pidió 10 piezas para ser calificadas al final del semestre e iban a ser evaluadas por la forma, el grosor y la quema perfecta. 

“Terminé las 10 esculturas, busqué dónde quemar y me recomendaron con Santiago Torres, y así llegué con él. La apertura que tuvo para dejarme entrar a su taller y compartir su conocimiento fue algo que me marcó y me adentró al mundo de la alfarería y al oficio tradicional desde una perspectiva no solo técnica sino vivencial. La convivencia diaria me llevó a abrir el corazón para que me conocieran y permitieran que yo los conociera desde su ser, sus familias y su día a día. Y eso fue lo que me hizo crear la conciencia de la importancia del oficio”.

Erika nos comparte que desde el primer momento en que tocó el barro conectó con él, y eso la llevó a pedirle a Santiago Torres la oportunidad de aprender el oficio con él: “me contestó que sí, pero era un sí incrédulo. Recuerdo que me dijo que así le decían varias personas y al final nunca llegaban, y le dije: ¿Seguro? Porque a lo mejor después no me puede sacar de aquí, y se rio”. 

Erika del Río, alfarera.

Y lo que comenzó como un deseo de aprender terminó convirtiéndose en un reto de vida: “el alfarero trabaja el barro desde una manera muy humilde de trabajar la tierra, de ganarse la vida. Y no me refiero a humilde como alguien que tiene pocas cosas sino como quien entrega su día a día para que algo que solo era tierra con agua se convierta en una pieza… Además, Santiago vive la alfarería como parte de él mismo y la comparte con apertura. Entonces la participación activa en cada uno de los procesos a mí me permitía entender desde dónde lo viven. La forma en que se expresan cuando enseñan, como Silvestre, que es uno de los alfareros que me enseñó en ese taller, y me decía: «es que esto es como el novio, exige tiempo, dedicación y paciencia». Estas analogías que ellos hacen desde la forma de trabajar, de su oficio, te traslada a su forma de ver la vida”. 

Pero además percibió la realidad económica que vive el gremio alfarero: “Me di cuenta de que la cantidad de piezas que se generaban eran en un porcentaje mucho muy reducido en comparación con años anteriores, al igual que la cantidad de alfarerías que estaban aún de pie, y esto aunado al pago que se les daba a los torneros por pieza. Estamos hablando de centavos, de veinte a cincuenta centavos por pieza. Y hacer 500 piezas en un día pagadas en 20 centavos a mí me parecía como imposible de sostener. Desde el costo de traer la arcilla, pagar los camiones, las descargas, las refinaciones. Fueron muchísimas cosas que se necesitaban compartir sobre el oficio. Y también vi la necesidad de promover y difundir la alfarería para tener conciencia del proceso que lleva hacer una taza o una jarra y hacer conciencia del no regateo… Luego llegó pandemia y en el caso de Santiago poco sabía usar las redes sociales, entonces como parte de mi formación: comercio internacional, también pensé en la manera de hacerlo más sustentable y ver cómo puedo aportar a la alfarería o a Santiago como agradecimiento a todo lo que me han entregado, a todo lo que me han dado. Hicimos una página de Facebook, le enseñaba cómo subir fotos, le daba ideas para hacer la diferencia de sus diseños con los de otras alfarerías, y fue un proceso muy bonito porque poco a poco Santiago se fue animando a cambiar de una taza simple y lisa a meterle detalle de nariz, de boca, de ojos, y romper un poquito ese limitante de lo tradicional para ir explorando las posibilidades que el barro le daba. Empezó a hacer casitas navideñas y sus barcos para las peceras. Empezó a producir cosas que antes no se hubiera imaginado”. 

Erika comenzó a ver la forma de generar un consejo y armar una estructura para obtener fondos de alguna dependencia de gobierno o de la Secretaría de Turismo. Sin embargo, para ellos era difícil la parte burocrática y los requisitos formales, de manera que esta parte quedó inconclusa. Pero no el proyecto “Alfarero x un día”:

“Lo pensé como un proyecto para Santiago, para que él lo estuviera manejando. Lo intentamos así algunas veces, pero al final terminé dirigiéndolo yo porque él no podía producir y enseñar. Entonces me metí de lleno y ahí fue donde surge el proyecto de manera más formal con las redes como aliadas para fortalecer el proyecto”. 

Para entonces ya había armado un catálogo de productos de Santiago e investigado otras técnicas de cerámica y descubrir dentro del país qué zonas tienen un acervo de alfarería y en dónde se trabajan técnicas de este oficio. Luego de 5 años de trabajar el proyecto Alfarero x un día en Guanajuato Capital y de haber terminado la licenciatura en Artes se hace latente su necesidad de moverse a Chiapas, la tierra de su padre: “decidí vender todo en Guanajuato y mudarme sin saber a dónde iba llegar. Primero llegué a Tapachula y estuve un mes cosechando café, después llegué a San Cristóbal y fue como llegar a Guanajuato, es muy parecido en las calles, en el ritmo, en el ambiente. Muy cultural. Y así es como Alfarero x un día continúa en San Cristóbal donde se dio el colaborar con otros ceramistas. Empecé a pensar en crear un banco de talentos y compartir. Me sorprendió muchísimo descubrir que Amatenango estaba muy cerquita. Así que lo fui a conocer, me di cuenta que ahí son mujeres las que trabajan la alfarería, solo mujeres. En Guanajuato siempre era como incómodo para algunos alfareros saber que yo estaba aprendiendo alfarería pues ya me habían comentado que no había mujeres alfareras en Guanajuato”.

Decidida a aprender nuevas técnicas de trabajar el barro desde técnicas más manuales y ancestrales, llegó sin un torno a Chiapas, pero en Amatenango descubrió que solo había una alfarería que lo usaba y no lo prestaban al público. Ahí comprendió que la gente debía conocer el proceso tradicional de las alfarerías en Guanajuato, especialmente la de Santiago Torres: “Entonces le hablé a mi mamá y entre ella y Lalo, un amigo, me mandaron por paquetería el torno… comencé a ver la manera de combinar las técnicas, explorar un poco más, arriesgarme un poco más. Empecé a ir a un pueblito que se llama Zinacantán en donde una familia me permitió conocer las costumbres, las tradiciones y entrar más a fondo a lo que es convivir en comunidad. Y ahí vivo un montón de temas y situaciones que no podía creer que siguieran vigentes. La parte de los oficios que me enamora fue el tejido de cintura y conseguí que me presentaran a una mujer: Pascuala, que ahora es mi amiga y me ha enseñado a tejer en cintura, nos hemos acompañado en procesos difíciles para ella y para mí. Empecé a aprender Tzotzil, un poquito, no mucho. Empecé a ir a sus fiestas, conocer sus tradiciones, asistí a una boda. Durante casi ocho meses viví conforme a sus costumbres: ir al cerro, traer leña, cargar con la cabeza, tortear a las cinco de la mañana, poner el altar, ir al panteón. Y me vuelvo un miembro más de la familia y me integro a sus actividades lo más que se puede y eso me permite tener una percepción desde donde yo vengo, desde una tradición diferente, desde una forma distinta de ver la vida y de percibirla. Ahí comienzan a surgir los bocetos, algunas líneas en esa necesidad de expresión que termina en: ¡Quiero exponer estas piezas, hacer esto!”.

Erika del Río es creadora de los proyectos Alfarero x un día y Corazón de Barro. 

Y la vida la llevó a Lidia: “Es una chica directora de la Casa de la Enseñanza, ella me abre las puertas para dar el taller de barro de una manera más institucional y durante un año de estar dando los talleres fuimos platicando acerca de que me gustaría hacer una feria del barro, tener un espacio ahí para montar un estudio. Pasó el tiempo y llegó la segunda feria de Comitán donde conocí a Ramón y a Jesús, ellos tienen un largo camino de investigar y conocer las arcillas de la zona de aquí de los Altos de Chiapas. Veo su feria y cómo la están manejando y de pronto me vi rodeada de conocidos que trabajaban la arcilla, otros que trabajaban la tierra y que sienten la misma conexión que yo con ella. Entonces volví a hablar con Lidia y le dije que sería padre hacer una exposición y me dijo que podía ser el mismo día de la Feria. Quiero compartir lo que siento con el barro y lo que él me permite manifestar. Sembrar en la gente la importancia de mantener los oficios y tradiciones vigentes y que en realidad el proyecto de Alfarero x un día tiene la finalidad de hacer fuerte el patrimonio cultural de México en donde se comparte el trabajo de otros alfareros, se impulsa a una mejor economía, se junta la colaboración de un espacio ya conocido porque colabora mucho con la producción textil y los indígenas. 

“Todo se va uniendo con la tradición, la cultura, mi país, mi origen, y se va armando poco a poco dentro de mi cabeza la estructura de lo que quiero trabajar y desde dónde quiero trabajarlo. Y así surge Corazón de Barro como un festival con tradición alfarera para que no se limite el uso de la alfarería a la producción de un jarro o un comal. Propongo diferentes manifestaciones creativas dándole uso a la tierra y las arcillas. Ahí entra la danza y el performance con el uso de la tierra; la música en cuya letra hay referencias sobre la tierra, sobre el barro, sobre sus características o sus sentires. Sobre dónde vivimos, cómo se construía antes, cómo se usaba la tierra antes… la mayor parte de mis tiempos y de mi vida estoy en el barro creando desde mi sentir, desde mi ser, donde yo puedo desahogar, equivocarme, transformarme, ser frágil y al mismo tiempo tan dura; desde donde están las temperaturas, mis 4 elementos, mis 4 equilibrios: mental, corporal, energético y espiritual Todo se vuelve una red de tejido que comparto con quienes me comparten su sentir con la tierra y desde el corazón surge todo para crear y para compartir”. 

En esta exposición me animo a abrir el corazón y a mostrar algunos escritos, poemas, algunas críticas del contexto social. El 8 de diciembre a las 6 de la tarde en La Enseñanza, San Cristóbal de las Casas podrán ver las piezas y como artista multidisciplinaria, empiezo a documentar el Día de Muertos, San Sebastián, Día de Reyes, algunas otras tradiciones que son más íntimas. Es una mirada entre la cerámica, la fotografía, un viaje al corazón porque hay muchas emociones que llegaron antes de la producción y los bocetos, durante la producción y que aún ahora, ya acabadas, siguen teniendo emoción. 

Corazón de Barro es una propuesta independiente que Erika del Río, orgullosamente guanajuatense está gestionando sin tener un presupuesto, por lo que desde la página del festival se están realizando diversas dinámicas para la recaudación de fondos. 

“El barro es también una forma de vida, de los alimentos que comemos, los alimentos de la tierra”. Y con esta pasión que está unificando los corazones alfareros y poniendo el nombre de Guanajuato en alto desde San Cristóbal de las Casas una mujer creadora hace camino al andar.

Elena Ortiz Muñiz
Elena Ortiz Muñiz
Elena Ortiz Muñiz es licenciada en Ciencias de la Comunicación, escritora, editora en Pacholabra Ediciones. Fundadora de los proyectos Alas para niños y jóvenes escritores y Manos en Vuelo.
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