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¿Y QUÉ ES DE “LAS COMADRES”?

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Las dos rocas gemelas susurran, al soplo del

viento, los secretos que esconden los cerros.

Cuenta la leyenda que eran dos señoras, tan unidas, que en la temporada de lluvias iban juntas a recolectar esas deliciosas plantas comestibles llamadas verdolagas, en los cerros cercanos a la Presa de la Olla. Tan amigas, que se hicieron comadres. A diario, cargaban sus canastas y recorrían montes y laderas entre pláticas, risas… y también chismes. Hasta que un día, a esa amistad se le apareció el diablo en forma de un atractivo pero infiel galán.

Una de ellas contó a la otra que tenía un amante, un caballero que la había atrapado con palabras lisonjeras y caricias sublimes. Su relato, según crecía en detalles, provocaba creciente curiosidad y asombro en su compañera, hasta que llegó el fatídico momento de revelar la identidad del casanova. Fatídico, porque en cuanto la enamorada pronunció el nombre del susodicho, la otra mostró una cara primero de sorpresa, luego de dolor y finalmente de ira, al darse cuenta de que era el mismo que a ella había cortejado y conquistado.

Los dos bloques rocosos.

Ante el inevitable reclamo, ambas mujeres se enzarzaron en feroz alegato, durante el cual surgieron terribles insultos, tremendas ofensas y los epítetos menos recomendables, hasta que llegaron a las manos, trenzándose en una pelea sin cuartel. De acuerdo con la tradición religiosa, un pleito entre dos comadres constituye una terrible falta a la devoción divina, así que, repentinamente, una fuerza sobrenatural detuvo la lucha y convirtió a las rivales en enormes piedras.

El entorno que rodea a “Las Comadres”.

Así quedaron ambos bloques rocosos, a la vera del camino. Pronto fueron bautizados como “Las Comadres”, constituyéndose como un punto de referencia para los campesinos y caminantes. Aunque a la lejanía se ven pequeñas, su singular forma llama la atención. Actualmente, para llegar a ellas existen dos rutas: una discurre por un ancho sendero que inicia en Los Picachos; la otra, muy corta, comienza en la comunidad de Calderones.

Flores de varios colores asoman a la vera del camino.

De cualquier modo, resulta mucho más inspirador y estimulante llegar a ese lugar si se parte del Cerro de La Bufa. La caminata lleva, aproximadamente, entre 45 minutos y una hora. A lo largo del trayecto, sobre todo en primavera y verano, flores de diversos colores alegran la ruta. Manadas de caballos y reses pastan entre matorrales. Lagartijas y serpientes se deslizan entre la hierba; los insectos brincan o revolotean y hasta alguna tortuga se camufla para confundirse entre las piedras. En las alturas, enormes cuervos graznan, como para hacer notar su presencia.

La antigua cueva de San Ignacio —o de San Agustín— se ubica en las cercanías.

El viento sopla constantemente en la meseta por donde corre la senda. Rocas y plantas dominan el panorama. Se llega luego a un arroyo que corre al pie de una colina ubicada a la derecha, la cual oculta, detrás de un macizo arbolado, la cueva original de San Ignacio de Loyola, patrono de la ciudad, aunque hay quien asegura que en realidad dicha gruta está dedicada a San Agustín. Sin importar quién tenga la razón, cuando ya se ha cruzado el riachuelo, a la izquierda, inicia la cuesta final que lleva a las ya muy cercanas Comadres.

El perfecto camuflaje de una tortuga.

Si uno asciende por el ángulo correcto, puede notar que, efectivamente, la silueta que muestra el par de macizos rocosos es muy similar, como si efectivamente hubieran sido esculpidas por un mismo artista. Una abertura en la parte superior de cada bloque semeja la boca de las dos figuras. Desde esa perspectiva, el maestro Jesús Gallardo plasmó una de sus obras pictóricas más conocidas. La travesía, entre el agreste entorno y la quietud reinante, reconforta y constituye un magnífico escape al ajetreo de la vida moderna.

El viento mantiene el eterno murmullo de “Las Comadres”.

El recorrido conduce finalmente al espacio entre las dos peñas. Una vez allí, en verdad se escucha un sordo murmullo, debido al aire que circula entre las grietas. La plática —o la disputa— de Las Comadres se mantiene a través de los siglos, como un recordatorio de que la discordia puede echar a perder incluso la más firme amistad, aunque en el presente la mayor amenaza la constituye el caserío de Calderones, que de tan cercano amaga con envolver el singular monumento. Invocamos a la conciencia comunitaria por que el avance urbano no contamine ese espacio sin igual.

Las viviendas de Calderones, cada vez más cerca de las rocas.

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