La Real Academia Española (RAE) define al calendario, objeto de uso cotidiano en todas las civilizaciones actuales y pasadas, como “sistema de láminas con las que se representa gráficamente el paso de los días, agrupados en unidades superiores llamadas semanas, meses, años, lustros, décadas, etc.”. ¿Sinónimos? Almanaque, anuario, agenda, y lunario.
Existen diversos calendarios, como el de la Flora, un esquema de las épocas del año en que florecen ciertas plantas; el Litúrgico, que señala las fechas en que se llevan a cabo las celebraciones de orden religioso; el Escolar, que fijan las autoridades académicas para regir las fiestas y días laborables en la enseñanza. Los hay para todo uso y actividad.
Sin embargo, el calendario de mayor uso, el que prácticamente todo mundo consulta para saber en qué día vive, programar compromisos y planear sus tareas, es el común, el que usted, apreciable lector(a), tiene en su casa, en su oficina, en su taller, o donde pasa más horas al día. Ese, el que generalmente está acompañado por imágenes de temas variados.
Obsequiar un calendario en esta época del año es hacer un regalo que durará exactamente un año, es decir, 365 días. En el Centro Histórico de la Ciudad de México existe un sitio donde se venden calendarios en cualquier fecha de cualquier mes. Se llama “La Chulita”, y tiene almanaques que son joyas reales de sabiduría, arte, historia y política del país.
Varias generaciones han atendido ese negocio de conocimiento a través de calendarios. El general Pancho Villa, el actor y compositor José Ángel Espinosa “Ferrusquilla”, la actriz, cantante y empresaria Irma Serrano, el actor Manolo Fábregas y la maestra y bailarina Amalia Hernández han pasado por su periódico o almanaque a ese singular negocio.
Quien vende los calendarios, y premia al cliente con una cátedra sobre el tema que los ilustra, desde personajes prehispánicos hasta el actual presidente de México, del pulque y su proceso de elaboración a la variedad de chiles mexicanos con toda la información al respecto, es don Mauro Flores, charlista consumado a sus 80 años de edad cumplidos.
Equisgente escuchó atento la historia. Desde su natal Guanajuato y en busca de una vida mejor, Soledad Espinosa González llegó a esta ciudad en 1903. En 1919 colocó una mesita en la esquina del Callejón de Betlemitas, hoy Filomeno Mata, y Tlacopan, hoy Tacuba, para vender revistas, periódicos y calendarios. A 105 años de distancia, el negocio sigue allí.
Soledad había buscado trabajo y sólo encontró de sirvienta. Los rechazó porque quería ser independiente. Descubrió en el Callejón de Betlemitas una imprenta donde Filomeno Mata editaba su Diario del Hogar, y otra donde el doctor Osorio, agrónomo, hacía una revista sobre temas de la agroindustria nacional. Para estar a tono, ahí puso su negocio.
Pasaron los años y la mesita sobrevivió a la Revolución (1910-1924). Cuando Francisco Villa entró a la Ciudad de México, trajo costales de frijol y maíz, y botes de manteca de cerdo. La niña Luz Fuentes Espinosa, de siete años de edad e hija de Soledad, alcanzó un bote de manteca y lo llevó arrastrando hasta la mesita donde su madre estaba vendiendo.
Luz creció y con los años se hizo cargo del modesto negocio familiar que fácilmente se puede localizar, pues Tacuba y Filomeno Mata es la esquina nororiente del Palacio de Minería. Ahora el modesto negocio familiar es atendido por el nieto de Soledad, Mauro Flores, quien a sus 80 años de edad llora de emoción al evocar a su abuela y a su madre.
Mauro Flores viste modestamente pero es un caballero en sus modales y en su forma de hablar. Durante la entrevista, varias veces se quitó el sombrero para saludar a clientes, casi todos de la tercera edad, quienes con el paso del tiempo se han convertido en sus amigos y confidentes. “Esta temporada espero vender 2 mil calendarios”, confió él.
Primero eran periódicos y revistas, y eventualmente calendarios. A finales de los años treinta del siglo XX, la revista Sucesos anexaba mapas sobre los avances de las fuerzas del Eje y de los Aliados, antagonistas en la II Guerra Mundial (1939-1945). “A veces llegaban los nuevos ejemplares cuando todavía no se habían vendido los anteriores”, apuntó.
Para no perder el dinero invertido en las revistas, su padre expuso los mapas, mismos que eran adquiridos por los niños de las escuelas y los maestros interesados en el devenir de esa guerra. “Mi papá puso un lazo en la pared del Palacio de Minería y colgaba los mapas para que se vieran. A ese paso en el negocio, siguió otro, también muy importante”, dijo.
El padre de Mauro iba a La Merced, y en los tendajones que distribuían dulces y cigarros, un día descubrió unos calendarios muy bonitos, impresos por la Cigarrera La Moderna. En la parte de arriba se anunciaba esa marca, seguido de un vistoso cromo sobre diversos temas, abajo el nombre del negocio, y finalmente el calendario. Había de todos tamaños.
Mauro: “Los dueños de los tendajones obsequiaban a sus clientes esos calendarios. Mi padre puso el suyo en el puesto, la gente le preguntó cuánto costaba y los gringos que pasaban decían «how much». Se apalabró con los dueños de las tiendas esas y les compró calendarios por rollo, pagándoles lo que ellos habían pagado a la Cigarrera la Moderna”.
A pesar de que muchísimas personas comenzaron a comprarlos por su belleza, diversidad de formas y tamaños, información histórica y cultural que contienen, y la utilidad natural con la que fueron ideados, hubo clientes que reclamaban al emprendedor negociante con frases como “Viejo sinvergüenza, está vendiendo lo que le regalan allá en La Merced”.
Eso, sin embargo, no achicó ni a doña Luz ni a su esposo. Él iba a comprarlos y ella se encargaba de atender al público. “Cuando una clienta llegaba al negocio heredado por mi abuela, ya convertido en un puesto de metal como se observa actualmente, ella le decía «mire chulita, éstos están bien bonitos, cuál quiere, cuál le vendo chulita, dígame…»”.
Por eso el local que está sobre la banqueta se bautizó como “La Chulita”. “Al país llegaron familias de Estados Unidos, Inglaterra, Italia y otros países, huyendo para que los varones no fueran enrolados en sus ejércitos y enviados al frente. Ellos llegaron a ser los mejores clientes, pues desde su llegada se enamoraron de la cultura mexicana”, anotó don Mauro.
A ellos y al resto de la población les atraían las imágenes, cromos que reproducían, como hasta la fecha, pinturas realizadas sobre todo por Jesús Helguera (Chihuahua, 28 de mayo de 1910-5 de diciembre de 1971) quien realizó cerca de 600 pinturas, la mayoría óleos sobre lino, para ilustrar los calendarios de La Moderna con temas de la cultura mexicana.
Las civilizaciones maya y azteca, los Tlatoanis, la tauromaquia, leyendas mexicanas como la del Popocatépetl y La Mujer Dormida, la China Poblana, los Presidentes de México y los Virreyes de la Nueva España, estampas campiranas, de charros y chinacos, así como escenas de la Época de Oro del cine nacional, fueron inspiración para Jesús Helguera.
Don Mauro, quien ha estado en “La Chulita” toda su vida, tomó las riendas del negocio cuando murieron sus padres. Ahora, él manda hacer los calendarios donde se destaca con grandes letras “La Chulita”, y ha enriquecido sus productos con textos educativos que son al mismo tiempo interesantes y curiosos. Ejemplificó al mostrar el de Pancho Villa:
Al frente está su imagen atrapada en una pintura a color, y en el reverso el texto con su biografía completa y comentada, y hasta la letra de su corrido. “Este calendario, lo mismo que otros que tengo aquí a la venta, duran un año para saber en qué día vivimos y toda la vida como documento de consulta y como objeto coleccionable para muchas personas”.
La pintura basada en una imagen cinematográfica donde aparecen Jorge Negrete “El Charro Cantor” y la primera actriz Dolores del Río, es uno de los cromos más solicitados, como un tiempo fue el calendario de la cantante Gloria Trevi que se publicó varios años. Igual éxito tuvieron los dedicados básicamente a las damas que compran en “La Chulita”.
“Vendo cultura y no vicios, es decir, ni cigarros, ni pornografía, ni esoterismo. Respeto a los compañeros expendedores que sí venden esos productos, pero La Chulita no”, subrayó el entrevistado, quien eventualmente como en el centenario del negocio, manda hacer calendarios de bolsillo y de escritorio para los clientes frecuentes, que son muchos.
“La Chulita” ha sido testigo de la historia de México durante más de un siglo, y ya ahora la Internet permite leer los periódicos en línea, la venta de ejemplares impresos ha bajado y por eso los calendarios coleccionables que ahí se consiguen son pilar del sustento para don Mauro. Sus hijos, Cuauhtémoc y Adán ya están inmersos en ese negocio familiar.
El 21 de noviembre pasado llegó a las ocho décadas de vida. Y aunque su vitalidad ha sido mermada dos ocasiones por el Covid 19, diariamente acude a abrir su puesto, colgar los calendarios y charlar con clientes y amistades. “Algún día iniciaré el camino para seguirme de filo hacia la eternidad, donde he de vender buenas noticias y seguir con la tradición familiar, mientras, aquí, agradezco tener fuerza y vida para seguir adelante”, finiquitó.