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POR AMOR AL TERRUÑO CUEVANENSE, MANUEL CARRILLO ES REPORTERO DEL ARTE, LA CULTURA Y LO COTIDIANO

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Recibió la presea Miguel Hidalgo por su labor como periodista cultural

De las agitadas calles de la Portales a los multicolores callejones de Guanajuato

Chilango de origen, cuevanense por adopción, pasó de las bulliciosas calles de la mítica colonia Portales a los callejones de una ciudad de Guanajuato que ama y lo ama. Es Manuel Carrillo Martínez, reportero de deportes en su origen, cronista y narrador de la vida cotidiana y cultural de la ciudad en la que vive desde hace 20 años.

Carrillo —así, sin más nombres— fue distinguido por el Congreso del Estado con la Presea Miguel Hidalgo y el Premio Estatal en la categoría de Periodismo Cultural (aunque originalmente fue postulado para el de trayectoria). Así lo expresa:

“Me emociona mucho hablar de la ciudad de Guanajuato porque este terruño me ha dado muchas cosas, entre ellas el afecto, la convivencia y conocer nuestras tradiciones, conocer lo que somos como guanajuateños, más bien como cuevanenses, recordando a aquel gran escritor de nuestro terruño (Jorge Ibargüengoitia)”.

Ha vivido en la cañada desde hace 20 años y ha reseñado de manera especial en los últimos años su actividad cultural. Prosigue:

“Estoy muy emocionado y más ahora que me acaban de dar este premio que me cayó de sorpresa. De mí hay pocas cosas por decir:  yo quiero más bien hablar de mi terruño, yo no nací aquí, pero me siento de aquí”.

Carrillo con la Presea Miguel Hidalgo y el Premio Estatal en la categoría de Periodismo Cultural, distinción del Congreso del Estado de Guanajuato.

Es su orgullo haber nacido en el barrio más humilde

Nació en 1952 en la colonia Portales de la ciudad de México y en su niñez su familia vivió “un peregrinaje total, porque finalmente éramos dueños de nada”. Vivió en Calzada de la Viga, por donde está la cooperativa del Pato Pascual, después en una colonia muy proletaria: El Rodeo, cerca de la Agrícola Oriental, desde donde escuchaba los ruidos de los automóviles que corrían en el autódromo. En esa época aún vivían Ricardo y Pedro Rodríguez. “Fue una bonita época”.

Cuando estaba en preparatoria entró a trabajar como office boy al periódico La Afición. No tenía sueldo, pero le iba muy bien con las propinas. Narra una anécdota:

“No tenía sueldo, pero me iba mucho mejor por las propinas, porque me quedaba con los cambios. Fue una época extraordinaria porque entre otras personas a las que serví estuvo Fernando Marcos. Él no podía empezar a escribir su columna si no tenía su refresco de cola. Yo diariamente le ponía su botella en su escritorio. Él me daba diez pesos y la Coca costaba tres pesos y le dejaba yo religiosamente el cambio en su escritorio. Ese cambio era para mí. Fue un gran maestro del periodismo”.

Carrillo entró a estudiar periodismo a la Escuela Carlos Septién. No terminó, pero encontró trabajo como reportero de deportes en el periódico.

En tierra de panzas verdes

En 1984 obtuvo su licencia de locutor: “Estuve como aprendiz y en el sindicato me dijeron que era muy difícil conseguir trabajo. Te van a tener un año como meritorio en Televisa o XEW, me dijeron. Había lugares en Aguascalientes, Torreón y León y ésta última estaba cerca. León, además tenía dos equipos de fútbol, estaban Los Zapateros en básquetbol, con Alfredo Jacobo y el Manosanta “Pitos” Guerrero y se había inaugurado la liga de la Asociación Nacional de Beisbolistas (ANABE), con los Lechugueros. Yo había apoyado a esa liga y por eso decidí venir a León”.

Llegó a León en 1984, antes del sismo.

Tomó el tren en Buenavista y pidió boleto de pullman. Salió a las siete de la noche y llegó a las cinco de la mañana. Al amanecer se trasladó al centro de la ciudad para encontrarse con el secretario general del sindicato de locutores en León: Antonio Ruelas “El Caporal”, quien era el locutor estrella en “La rancherita”, estación de radio que estaba en el Pasaje Catedral.

Al terminar su turno, como a eso de las 10:00 de la mañana, Ruelas le buscó y encontró alojamiento frente al teatro Doblado, desde donde Manuel caminaba hasta la XELG, ubicada en Paseo de los Insurgentes, para trabajar desde las seis de la mañana como técnico:

“Era un trabajo como un pulpo: había que poner los discos, los casetes con los comerciales y atender los teléfonos. Lo mejor era que llamaban las muchachas para las dedicatorias con canciones de Vicente Fernández o Pedro Infante”.

Optó por buscar trabajo como reportero y lo encontró en El Sol de León. Se integró muy bien a la ciudad: “en León nunca encontré rechazo por ser chilango”. Añade:

“Nos reuníamos en un Café Francés, que estaba en el Portal Aldama (en el costado norte de la plaza principal). Ahí estaba un busto de Cantinflas recargado en un farol. Era un extraordinario lugar, propiedad de un señor que se apellidaba Sarkís, un libanés que había sido piloto de guerra y que era nuestro mecenas, pues cuando no teníamos dinero nos apuntaba lo que consumíamos y a veces se le olvidaban las cosas”.

En ese espacio concurrían periodistas como Guillermo Cano, Julio Villanueva o don Arturo González, gran periodista, inolvidable, maestro de muchas generaciones de periodistas en la Universidad del Bajío, hoy Universidad La Salle.

Carrillo el revoltosillo

Manuel Carrillo es un periodista crítico que ha sido también reportero de combate: “Yo trabajaba en El Sol de León y siempre simpatizamos con los movimientos laborales. Una de mis fuentes era la televisora estatal y me di cuenta que los productores estaban descontentos porque no estaban inscritos en el Seguro Social, sólo los técnicos, pero no reporteros ni productores”.

Don Alfredo Contreras Lunar —director del diario— lo envió a darles voz. Estuvieron en paro 48 horas. Precisa: “por eso a los que trabajábamos en el Sol de León nos calificaban como rojillos”.

Manuel Carrillo Martínez, reportero de deportes en su origen, cronista y narrador de la vida cotidiana y cultural de la ciudad en la que vive desde hace 20 años.

Su llegada a Cuévano 

A finales del gobierno de Rafael Corrales Ayala, Carrillo entró a trabajar a Comunicación Social de Gobierno del estado. No duró mucho tiempo, casi medio año antes de que empezaran las campañas electorales y le tocó vivir el “ramonazo” desde fuera.

Fue entonces que se involucró en el periodismo cultural en El Nacional de Guanajuato, que tenía una sección especializada en artes, ciencias y cultura, coordinada por quien esto escribe. Carrillo fue uno de los reporteros y cronistas de la fuente. 

Resalta: “Hubo un tiempo en el que el periódico El Nacional se le daba importancia al arte”

Para Carrillo, la ciudad de Guanajuato fue fundamental para hacer periodismo cultural: “Es una ciudad que de verdad tiene toda una trayectoria histórica con sus edificios. La fachada del mercado Hidalgo, por ejemplo, no se encuentra en ninguna parte de México, es la más hermosa de un edificio civil”.

Manuel evoca su niñez: “Mi madre me llevaba mucho a Chapultepec, a los conciertos que había en el Hemiciclo a Juventino Rosas, guanajuatense, y —ya de joven— iba a los conciertos de la Casa del Lago”. 

Cuando Carrillo trabajaba en el gobierno del estado se fundó la Orquesta Filarmónica del Bajío, dirigida por Sergio Cárdenas, y también entretejió un contacto con la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato hasta convertirse en el principal reseñador de conciertos de la agrupación.

Y en los últimos años se ha vuelto referente en la crónica sobre lo que pasa en callejones y plazas. Las entrevistas a personas comunes que transforma en personajes fascinantes lo convirtieron en el cronista urbano por excelencia de una ciudad que ama y lo ama:

“Reitero: aquí en la ciudad de Guanajuato he encontrado personas que han incrementado el amor por el terruño, muchos historiadores, como José Luis Lara, quien me dio a leer a Luis González y González, padre de la microhistoria. De ahí salió el concepto de Amor al terruño“.

Manuel Carrillo recibió su presea y su diploma con su atuendo de combate: pantalón de mezclilla, camisa, un chaleco de fotógrafo y su sombrero de tela, con alas dobladas. No sonríe para la foto. Su mirada observa lo que sucede en su alrededor: le gana el hábito; se es periodista hasta en los actos más solemnes.

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