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LORETA, LA PASIÓN DE SER A TRAVÉS DEL PINCEL

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En pleno centro histórico de Guanajuato capital, entre el Templo de San Diego y el Jardín de la Unión, podemos encontrarla. Es como un oasis entre la vorágine de turistas y paseantes, y aunque comparte espacio con otros artistas, el suyo es especial. 

Uno no puede pasar sin detenerse a mirar esas composiciones tan de ella, con esa energía especial, manando de la combinación de colores vivos, primarios, que van contando historias a través de las rebanadas de sandía, los gatos, las estrellas, los escenarios guanajuatenses, la luna, la magia… Es Loreta. 

“Mi faceta de pintora es un regalo del Universo. Mi esposo, por supuesto, era artista, pero ni él ni yo nos imaginábamos que yo podía hacerlo. Es que pintar es un placer. Bueno, yo lo veía a él y me encantaba atestiguar cómo entraba en su mundo interior al pintar. Es una maravilla este ámbito. Después surgieron muchas cosas, hubo un momento en el que me vi y pensé: caray, yo no tengo nada.  Entonces entré en un estado de introspección y me pregunté: ¿Qué haría yo? Me di cuenta de que quería pintar… y todo comenzó como un milagro”. 

Entre el Templo de San Diego y el Jardín de la Unión, en pleno centro histórico, es posible encontrar a Loreta, artista y activista del arte. 

Las obras de Loreta viajan constantemente a sus nuevos hogares en otros países, acompañan la decoración de las casas guanajuatenses, atrapan al caminante y se van con él a vivir nuevos mundos, a ser libres como su autora. 

“Un día me encontré con una amiga que había ido a dejar una obra a la Bienal Olga Costa, yo vivía enfrente del Museo y no me había enterado de esa convocatoria. Me dijo que no pedían requisitos y que todavía quedaba una semana para inscribir las obras. Yo ya tenía cosas en el mismo formato que manejo ahora: talla chiquita. El día de la inauguración hubo tal afluencia de artistas, y yo una principiante”. 

Sin embargo, aquel camino que Laura estaba emprendiendo era uno sin retorno. Ahora sabía que tenía consigo misma la responsabilidad de no volver a darle la espalda a ese talento que al fin la miraba a los ojos. 

“Pensando y sin pensar, sin malicia, haciendo caso a esa lucecita interior que se había encendido, quise seguir pintando, pero no podía vender mis cuadros en mi casa porque sentía que invadiría el campo de acción de mi esposo”. Así que, en ese afán de descubrir la reacción de la gente ante sus obras, salió a venderlas a la calle. “Estar en contacto con mi público es lo mejor, porque convivo con la gente, escucho sus opiniones, veo sus expresiones y sé a dónde se van mis obras. Eso es maravilloso… la primera vez no vendí porque acababa de pasar el Cervantino y no había ni un alma en las calles, era entre semana. Pero a mí me urgía confrontar mis obras con las personas. La segunda semana había un grupo de artistas, me uní a ellos y me tocó un lugar en el que mis cuadros daban hacia el templo, ahí la gente que salía pasaba, ¡y se llevaron mis cuadros! Y así continué. Sigo en ese espacio con mis cuadros”. 

Si algún adjetivo podemos darle a la trayectoria de Loreta es perseverancia. Gracias a ese espíritu de lucha que no doblega su voluntad, ella y sus obras hoy tienen un renombre, son parte de Guanajuato.

“No sé cómo logré esa personalidad y sello en mis obras, me salió del alma. Creo que era algo que tenía muy guardado desde que era niña, y se vino engrandeciendo y engrandeciendo. Porque en mi infancia siempre estuve cerca de las artes y he experimentado por aquí y por allá, escribí también un poquito… Estudiaba en la UNAM, dejé la carrera de relaciones internacionales, sentí que era una provinciana y me metí a trabajar en otra línea. Luego llegué aquí de vacaciones, ¡y me quedé! No quise volver a aquella vida tan ocupada. Mi trabajo era muy demandante.  Aquí trabajé en el Hotel de la Presa, en recepción y relaciones públicas. Luego conocí a Raúl Izquierdo y nos casamos”.

Esa decisión sería decisiva para definir la fuerza, el talento y la pasión de esa Loreta esposa, trabajadora, madre… Convivir con el artista fue enfrentarse cara a cara con un mundo para que el que había olvidado abrir las puertas de su vida.

“Yo lo veía pintar y es cuando me di cuenta de cuánto me atraía ese estado en el que entran los pintores al crear sus obras. Lo admiraba mucho, él siempre tenía mucho que decir, tuvo mucho talento. Su mente brincaba de un tema a otro. La mente del artista en constante búsqueda. Ahora ya no hay esa mentalidad. Ahora todo es disciplina, técnica. Entonces comencé a concientizar lo que había en mi interior. Pero tenía a mis hijos, durante 15 años estuve encerrada en casa y me vine transformando, me embebí en los colores. Tuve la oportunidad de explorar los libros de pintura, de ir conociendo obras. Comencé a hacer esto. Él jamás imaginó que yo fuera capaz de hacerlo, pero ya me había encontrado y él se puso como un león, pero yo ya no podía parar. Luego nos separamos”. 

Y aún entonces Loreta no alcanzaba a ver quién era, lo grandioso que estaba gestándose en su interior. No se daba cuenta todavía: “No me nombraba artista, hasta que mi madre dijo: se me hace que eres artista. Mírate, vete en el espejo”. 

Desde siempre ha sabido que su intención, su obra, eran un sencillo camino para abrirle los ojos a la gente, al arte. 

“Con la creación de mi obra nació también ese femenino siempre presente, que no sé de dónde vino, supongo que de mi profundidad. Como niña siempre anduve sola porque mis dos hermanos fueron hombres. Así que mi identidad fue con mi mamá. Esa parte de mi niñez fue bonita y creo que queda algo adentro todavía que no me ha dicho”. 

En la creación de su obra está lo femenino siempre presente, que la lleva a ampliar sus horizontes plásticos al mural, a ofrecer a pie de calle su obra para saber adónde viaja y para impulsar la exhibición de las piezas de mujeres artistas. 

En este tenor, se dio cuenta de que tampoco había muchas mujeres pintando, así que quiso hacer algo colectivo, algo con mujeres artistas, conocidas o no. Fue ahí donde se gestó la MUAG. “La primera persona que me abrió las puertas para la exposición fue Alejandra Espinoza Andreu porque a fin de cuentas soy una pintora que vende en la calle, por lo que es una realidad la existencia de una discriminación que aún ahora persiste, pero tampoco me ha importado demasiado porque lo que me interesa es hacer lo que hago y no lo que digan… Empezamos solo cinco o seis mujeres pintoras y edición tras edición se han incrementado las expositoras”.

Hoy, la muestra de mujeres artistas guanajuatenses cumple su XV edición, y en todos esos años lo más complicado ha sido encontrar un lugar para exponer: “Llegó la onceava edición y el director del lugar en el que me habían prometido montar la exposición se negó a hacerlo aprovechando que siempre los acuerdos eran de palabra. Las chicas ya estaban alistando sus obras.  Un domingo, en uno de los conciertos que ofrece el Gene Byron vi a Adriana Camarena, titular del Instituto Estatal de la Cultura, me acerqué a ella y le pedí ayuda. Desde entonces nos trasladamos a museos del Instituto, primero en el Olga Costa – Chávez Morado, y después el Museo Casa Diego Rivera. La idea es establecer una comunicación entre pintoras con gran trayectoria y otras que apenas empiezan para que se nutran entre ellas. Mi intención al principio era incluso hacer foros, pero esa parte no se ha conseguido”. 

Este miércoles 28 de febrero se inauguró en el Museo Casa Diego Rivera Camino trazado que conforma la colección de obras de mujeres artistas de este año, 17 en total. 

“Nosotras seguiremos creando, pintando, haciendo… ¡Y siendo!”.

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