El amor en los tiempos del rapidín o una noche de pasión
Cuentan los baby boomers que en sus tiempos en las casas estaba el cuadro o la figura de yeso de un fraile franciscano que cargaba a Dios Niño. Las agraciadas o aventadas no tenían problema, pero las exigentes, las no elegidas o las “quedadas” (a los 16 años de edad comenzaba esa condición) debían recurrir a un centenario ceremonial: poner de cabeza al santo para que hiciera el milagro de conseguir o recuperar pareja.
San Antonio de Padua tuvo por verdadero nombre de nacimiento el de Fernando de Bulhões. Nació en Lisboa, Portugal, en 1195. Fue un fraile franciscano que se distinguiría por su sabiduría teologal y su elocuencia en la predicación y su profundo conocimiento de las Escrituras. Viajó por Europa para difundir la fe cristiana y ayudar a los pobres y desamparados.
Fue canonizado como san Antonio en 1232, un año después de su muerte. Para llevar al altar a un humano se requiere un milagro: según la tradición, intercedió ante el Supremo para ayudar a recuperar un libro de salmos robado, por lo que se convirtió en el patrón de los objetos perdidos. Y entre esos extravíos las creyentes le encomendaron encontrar al amor, previo castigo de voltear su figura, lo que seguramente le provoca dolor de cabeza.
La tradición de poner a San Antonio de cabeza surgió por una leyenda popular que relata la historia de una mujer desesperada por encontrar un buen marido. Según el mito, llegó a la tumba de San Antonio en busca de su intercesión.
Rezaba fervientemente cuando el santo apareció en el techo del templo con su cuerpo volteado hacia abajo. San Antonio le dijo que fuera en su nombre a buscar a una persona específica que le proporcionaría el dinero necesario para su dote.
La mujer encontró a la persona indicada y recibió el dinero para su dote. Con ese dinero se pudo casar con el hombre que amaba.
A partir de ahí, las mujeres ponían la figura de San Antonio de cabeza como un acto de fe para conseguir pareja. Cuando el santo cumple con la petición y el milagro se realiza, se devuelve su figura a la posición normal como muestra de agradecimiento.
Otra variante es esconder la imagen del niño Jesús que San Antonio lleva en sus brazos y la devuelven sólo cuando se ha encontrado a la pareja deseada. Es práctica poco usual, pues parece más un secuestro que una petición de favor divino.
Lo que nunca entendieron es que había que dar dote, hecho que sería más que suficiente para darles el anhelado sí, sin necesidad de importunar al santo varón y con el riesgo de que se le caiga el chamaco que carga.
Su biografía
Fray Antonio murió el 13 de junio de 1231 y, como se indicó antes, en menos de un año se le canonizó y a partir de ahí se le conoció como San Antonio de Padua o San Antonio de Lisboa. Fue un sacerdote de la Orden Franciscana. Fue el segundo santo más rápidamente canonizado por la Iglesia, tras san Pedro Mártir de Verona.
Su capacidad de prédica era proverbial y por ello el papa Gregorio IX lo llamó “Arca del Testamento”. Su memoria era prodigiosa para citar pasajes del Libro Sagrado.
Se educó en la escuela catedralicia local. Era de condición adinerada, pero eligió la vocación de la fe e ingresó, contra el deseo de su familia, en la abadía agustina suburbana de San Vicente en las afueras de Lisboa, perteneciente a los canónigos regulares de San Agustín.
Esos monjes eran famosos por su dedicación a los estudios. Antonio estudió las Sagradas Escrituras y la teología de algunos doctores de la Iglesia Católica como Jerónimo de Estridón, Agustín de Hipona, Gregorio Magno y Bernardo de Claraval. También estudió los clásicos latinos, como Ovidio y Séneca. A los dos años de dedicación obtuvo el permiso de sus superiores religiosos, y se trasladó en 1210 al monasterio agustiniano de Santa Cruz en Coímbra, para continuar sus estudios. Ahí aumentó su formación.
A principios de 1220, los sacerdotes Berardo, Pedro y Otón y dos hermanos legos, Acursio y Ayuto, todos ellos de la orden franciscana, fueron asesinados en Marruecos, por lo que en ese año Fernando Martim de Bulhões e Taveira Azevedo decidió entrar en la Orden de los Frailes Menores franciscanos y adoptó el nombre de Antonio en honor de san Antonio Abad, a quien estaba dedicada la ermita franciscana en la que él residía.
Ya como Antonio partió para Marruecos, pero enfermó gravemente durante el invierno de 1220 y retornó a Lisboa. Una tempestad violenta desvió su barco a Sicilia, y allí tuvo noticias del Capítulo general convocado en Asís.
En la fiesta de Pentecostés de 1221, Antonio participó junto con unos 3000 frailes del Capítulo general de Asís, el más multitudinario de los llamados Capítulos de las esteras, nombre que recibió en razón de que muchos de los frailes ahí reunidos tuvieron que dormir en esteras. Allí vio y escuchó en persona a San Francisco e inició su vida de predicador.
Antonio enfermó de hidropesía y, después de la Pascua de 1231, se retiró a la localidad de Camposampiero, con otros dos frailes para descansar y orar. Ahí vivió en una celda construida por él mismo bajo las ramas de un nogal. Decidió retornar a Padua. Ya en las proximidades, se detuvo en el convento de las clarisas pobres en Arcella, donde murió prematuramente el 13 de junio de 1231. Tenía 35 años de edad.
Tras su muerte, su fama de hombre santo y sabio era tal que corrió la versión de que cuando aún era fraile el Niño Jesús lo visitó cuando rezaba en su habitación.
Entre los milagros adjudicados y que lo llevaron a la beatificación y luego a ser declarado santo estuvo el de una mula que se arrodilló ante la Eucaristía. Desafió a un hereje a demostrar la presencia de Jesús en la Eucaristía. Para tal efecto pusieron a una mula por ayuno, para que cuando fueran a liberarla escogiera entre el alimento y la adoración a Jesús. Llegado el momento, el animal dejó de lado el heno para inclinarse ante la presencia de Dios.
En una ocasión, la iglesia donde se encontraban no era lugar suficiente para todos, por lo que decidieron llevarla a cabo al aire libre. De pronto, el cielo amenazó con una terrible tormenta que comenzó a ahuyentar a los feligreses, pero el santo los llamó y les prometió que no se mojarían. La tormenta cayó alrededor de ellos y los fieles permanecieron secos.
La viralización de los milagros hizo que Gregorio IX lo canonizara 352 días después de su fallecimiento: el 30 de mayo de 1232.
La Iglesia Católica lo reconoce por su sabiduría teologal; las baby boomers porque hacía la chamba que ahora toca a Tinder y Facebook.
Se le requería en la era anterior a los filtros digitales, las selfies desde arriba para no verse gordita y dar la oportunidad de lucir lo escotado.
También se le necesitaba cuando las mujeres no podían ir solas a bailar o tomar una copa y aceptar la invitación que termina con la proporción del número de WhatsApp (el verdadero, si el galán está guapo).
Le recomendamos a San Antonio que cambie de clientela para apoyar en las lides del amor a nenas que tienen que pagar su consumo a la hora de la invitación o a quienes no se vean en la penosa necesidad de quedarse sin quincena, cuando por fin una chica les haga caso y no se les vaya el dinero en la cena y ya no puedan pagar el motel para por lo menos un rapidín. No es para mí: es para que aliviane al amigo del abuelo del primo del hermano de un vecino que vive a la vuelta.