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HUMBOLDT, EL ILUSTRADO

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Alexander von Humboldt, nacido Friedrich Wilhelm Heinrich Alexander Freiherr von Humboldt (Berlín, 14 de septiembre de 1769 – 6 de mayo de 1859), pasó al terreno de la posteridad como Alejandro de Humboldt. Sació su apetito de saber en variadas fuentes académicas y de la naturaleza para luego verter su amplio conocimiento al mundo entero.

Astronomía, humanidades, geografía, naturalismo y otras disciplinas fueron tocadas por ese personaje considerado “Padre de la geografía universal”. Los viajes que hizo, siempre con un renovado espíritu explorador por amplias regiones de Asia Central, América del norte y del sur, y no pocos países de Europa, le granjearon la fama que ostenta.

Sus observaciones, investigaciones y experimentaciones científicas en torno a la botánica, ornitología, astronomía, geología, climatología, oceanografía, geografía, mineralogía, etnografía, vulcanología, antropología, física, vulcanología y muchas ciencias más se ven reflejadas en su herencia, la cual debidamente documentada ha servido a la posteridad.

El Barón Alejandro de Humboldt heredó su inagotable afán de conocimiento a través de diversos libros. 

Humboldt, también fue materialista y filósofo. Escribió libros, artículos y registros científicos en sus diarios de viaje. Sus obras célebres son: Cuadros de la naturaleza (1807) y Cosmos (1845-58). Debido a la importancia de su legado, ha prestado su nombre a calles, avenidas, parques, escuelas, y cátedras alrededor del mundo.

Por esos méritos y esas aportaciones, de las cuales México también ha sido beneficiado en sus aulas escolares, actualmente se pueden observar al menos dos estatuas de ese barón en el Centro Histórico de la CDMX. Una se encuentra en el jardín del edificio erigido con fines píos y que después de décadas de culto religioso fue convertido en sede de la Hemeroteca Nacional, en la esquina de Isabel la Católica y República de Uruguay.

Actualmente, la efigie es objeto de limpieza y embellecimiento, como el resto del inmueble, por cuyas aceras caminan diariamente miles de personas sin que la prisa y la vorágine citadina les permita reparar en ese ser alabastrino que sobre su pedestal parece guiar, a la humanidad, todavía, hacia el conocimiento de la ciencia y las humanidades.

Otro monumento que existe en la capital del país en honor de quien desde niño empleó varias horas del día en coleccionar insectos y plantas, ayudado por su madre amante de la ciencia, se localiza en la Alameda Central, sobre la calle Colón. Grabado en el pedestal se puede leer: “La nación mexicana a Alejandro de Humboldt, Benemérito de la Patria. (1799-1999)”.

De acuerdo con un estudio de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Humboldt llegó a México en 1803, por Acapulco, donde permaneció un año. Realizó la cartografía de la bahía y la publicó en 1811 en uno de los libros más influyentes escritos durante la Colonia, el aún vigente Ensayo Político sobre el Reino de la Nueva España.

De modo equivalente, también al Barón Alejandro de Humboldt se han dedicado numerosos estudios.

La profundidad y los rasgos del piso marino del Océano Pacífico es otro de sus aportes a la geografía y a la geología marina. Al llegar a la capital de la Nueva España (Ciudad de México), el virrey José de Iturrigaray le permitió el acceso a los archivos de la Escuela de Minas, sorprendiéndose por su cantidad de información y la forma tan bien sistematizada.

Visitó las minas de Pachuca, Real del Monte y Guanajuato, donde realizó un análisis de la producción de plata y otros minerales. A su paso por Pátzcuaro se enteró que el volcán Jorullo había hecho erupción hacía 40 años, y decidió subir a su cráter para explorarlo. Luego subió al Pico de Orizaba, y estimó la elevación del Popocatépetl y del Iztaccíhuatl.

Una vez en la Ciudad de México, vio el Calendario Azteca y fue tanto su interés que se relacionó con los arqueólogos de la zona e intentó conocer su significado. Fue así que incidió en la arqueología mexicana, pues se percató del esplendor de las culturas indígenas, y del conocimiento que tenían sobre los metales, como el hierro, y el cobre.

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