Las lluvias cubren de un dosel verde el
diáfano arroyo entre Peñafiel y Pastita
Tiempo atrás, era uno de los sitios preferidos de los y las jóvenes para irse de pinta. Los parajes protegidos por una espesa cubierta arbórea y el riachuelo de agua cristalina que desciende de la sierra eran el marco perfecto para reunirse con los amigos o con la pareja, lejos de miradas indiscretas.
El camino que lleva a ese vistoso arroyo ha visto pasar recuas cargadas de leña, carbón, barro o minerales desde tiempos legendarios. Incluso es probable que antes fuera una senda utilizada por los indígenas para el intercambio comercial entre Mesoamérica y el área chichimeca. Ahora, aunque algo agreste, permite el paso de vehículos que van o vienen de la presa de Mata, Peñafiel o el Monte de San Nicolás.
Una ermita al inicio del camino sirve para que los viajeros o excursionistas se encomienden a la divinidad en su partida. La ruta está bordeada de cerros y enormes peñascos a la izquierda, y a la derecha muestra la barranca por donde corre el arroyo, mismo que en tiempo de lluvias muestra un esplendor natural antes común en otros sitios de Guanajuato, pero que ahora se han perdido o deteriorado por el avance urbano y la contaminación.
La corriente acuática es continuación del río que desciende de la Cañada de las Flores, en la sierra de Santa Rosa. Dicho curso se ve interrumpido por el embalse de la presa de Mata y continúa desde el mineral de Peñafiel hasta las instalaciones de la minera Fresnillo, para después convertirse en el río Pastita, cuyo cauce, ahora, es objeto de protección continua por parte de un grupo de vecinos.
Desconocemos el origen del nombre, pero no importa. De cualquier modo, Las Palomas es abruptamente hermoso. Resulta difícil avanzar a través del cauce, porque presenta desniveles considerables, así que generalmente se desciende a la hondonada por dos o tres pequeñas sendas, apenas visibles entre la tupida vegetación veraniega, y solo es posible caminar en cortos tramos, entre estanques y numerosas plantas, troncos y cascadas cantarinas.
No obstante, vale la pena. Constituye un sitio ideal para una tarde de picnic o una mañana de senderismo. Aventurarse entre la espesa vegetación permite imaginar cómo eran los entornos de Guanajuato antes de que el ser humano dejara su huella. No faltan las oquedades formadas por desprendimientos de piedra. En cierto punto, alguien colocó una cruz metálica en el pináculo de una roca.
En la vertiente derecha, corre también un antiguo acueducto que llevaba el vital líquido a las haciendas mineras de Pastita, el cual en cierto punto de este barrio dejaba el cerro, se desviaba y ensanchaba para formar los bellos arcos que actualmente sobreviven unos metros antes de las oficinas de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), varios de los cuales, por cierto, se encuentran inexplicablemente dentro de viviendas particulares.
Las Palomas es todavía un bioma poco alterado. Es verdad que la omnipresente basura humana (plásticos, latas, retazos de tela) afea ciertos rincones, pero su aspecto general es más bien agreste. Con los aguaceros de temporada, adquiere inclusive una densidad casi selvática, con multitud de especies vegetales que van desde hierbas y enredaderas hasta matorrales diversos y grandes árboles.
Son numerosas las aves y seguramente también los pequeños mamíferos, aunque sea muy difícil verlos, pues son expertos en ocultarse y generalmente su actividad es nocturna. No faltan los anfibios, sobre todo ranas, ni los reptiles, entre ellos culebras de agua y tortugas. También es refugio del mapache y el cacomixtle, y probablemente el coyote y la zorra gris sacian su sed en los muchos claros de agua de la zona. Tal vez incluso asome el gato montés de vez en cuando.
Para los seres humanos que aprecian los ambientes naturales, representa un escape a la bulliciosa actividad urbana, un sitio donde refugiarse para sentir de cerca el aroma de las flores, la humedad que suele flotar sobre el riachuelo, escuchar el canto de los pájaros o el susurrar del viento entre las copas arbóreas. Y también, el silencio profundo que solo es capaz de percibirse en un espacio casi prístino, donde se entra en contacto directo con ese medio ambiente que muchos añoramos.