No fue el primer estadio leonés, tampoco el más
famoso, pero tuvo un aura futbolera inigualable
Quizás es cierto que los latinos somos más sentimentales y cursis que los anglosajones. Los ingleses, por ejemplo, no se tentaron el corazón para transformar radicalmente el estadio de Wembley, derribar su antigua estructura imperial y convertirlo en un coso posmoderno, para los Juegos Olímpicos de 2012, que tan gratos recuerdos traen a nuestra alma futbolera, gracias a la medalla de oro obtenida por el Flaco Tena y sus muchachos.
Los alemanes tampoco tuvieron miramientos para dejar de utilizar el Estadio Olímpico de Múnich —donde se coronaron campeones del mundo en 1974 y recibieron la Copa FIFA bajo su cubierta de polimetilmetacrilato— para trasladar los juegos de su selección al Allianz Arena. Y los norteamericanos no derramaron demasiadas lágrimas cuando abandonaron el Astrodome de Houston, primer estadio totalmente techado del planeta, llamado la “octava maravilla del mundo”.
Entonces ¿por qué diablos invade a los mexicanos, específicamente a los guanajuatenses y particularmente a los leoneses, una especie de nostálgico vacío al constatar la demolición de La Martinica, legendario estadio del Unión de Curtidores? Siendo objetivos, ya no se utilizaba, su estructura resultaba inadecuada para los requerimientos de los espectáculos actuales y su deterioro era evidente. No obstante, su desaparición aún cala y, en algunos casos, muy hondo.
Será que uno tiende a creer que los objetos y los lugares que significan algo deben conservarse para siempre. Esto vale también para el antiguo estadio Revolución de Irapuato, irracionalmente destruido por un exalcalde, pese a que fue el primer coliseo deportivo de concreto del país y a que constituía un todo arquitectónico con la contigua plaza de toros, caso similar al que conforman el conjunto del estadio Azul y la plaza de toros México, en la capital del país.
En el caso de La Martinica, para mucha gente representa el símbolo de acontecimientos memorables y hazañas escenificadas por el desaparecido Unión de Curtidores, equipo nacido en 1928, durante la época del futbol amateur, pero que en 1943 se unió a la Selección Guanajuato para solicitar el ingreso a la Liga Mayor profesional, con el nombre de Unión-León, siendo aceptado para la temporada 1944-45.
Es decir, el mismo cuadro de los Panzas Verdes fue producto del Curtidores. La escuadra, ya en el profesionalismo, pasó a llamarse solamente León e irrumpió como un terremoto en el profesionalismo, al ganar en pocos años cuatro títulos de liga. Mientras tanto, se rehízo el Unión, que a su vez logró ingresar a la Segunda División en 1967 y arribó a la máxima categoría en el torneo 1974-75, por invitación debido a una ampliación de 18 a 20 equipos.
Ese conjunto, en el que alineaban, entre otros, jugadores como José Luis Lugo, Alejandro Gallo Villalobos, Hugo Dávila (auténtico crack), Oribe Maciel, Fausto Vargas y Juan Carlos Czentoricky, fue una verdadera sensación. En su debut en Primera División, dirigido por Antonio Tota Carbajal, llegó a la liguilla, en esa ocasión disputada por solo cuatro equipos a round robin, es decir, todos contra todos. Allí, ante León logró una victoria por 1-0 y un empate sin goles; cayó en sus dos encuentros contra el Toluca, a la postre campeón, y ante Cruz Azul perdió en León, pero terminó goleando a los celestes 5-1 en el mismísimo estadio Azteca, concluyendo en el tercer lugar general.
Para la temporada 1975-76, Curtidores volvió a calificar, ahora a una liguilla disputada a eliminatoria directa entre ocho equipos. En cuartos de final, Unión venció 3-0 a los Pumas de la UNAM en La Martinica y perdió la vuelta 2-1, para avanzar por global de 4-2 a semifinales, donde se enfrentó al América (futuro campeón), que calificó al ganar ambos juegos por 1-0.
Justamente ante los entonces azulcrema, el cuadro de la franja libró la que fue su batalla más épica, en la fecha 21 del torneo de liga 1974-75. Pese a que el juego era en el Azteca, el Unión se puso en ventaja 2-0, pero entonces asumió su vergonzoso papel el árbitro Alfonso González Archundia, que se soltó expulsando jugadores leoneses (4) a diestra y siniestra. Frente a sólo siete rivales, el América apenas pudo empatar, así que el silbante intervino nuevamente y sacó de la cancha a otro curtidor, pero por regla el partido ya no pudo seguir y el marcador final fue 2-2.
Años más tarde, en 1979, el Unión de Curtidores, disfrazado de selección tricolor, se dio el lujo de eliminar de los Juegos Olímpicos de 1980 a los Estados Unidos, al vapulearlo 4-0 en La Martinica y ganarle 2-0 en el Giants Stadium de East Rutherford. Sin embargo, la ocurrencia de la Femexfut de enviar a jugadores profesionales a una competencia preolímpica trajo como consecuencia un castigo a México, que no pudo participar en las Olimpiadas de Moscú y cedió su lugar a Cuba.
Luego vinieron años de altibajos, descensos y ascensos para el Unión. Logró coronarse en la Primera A en el Torneo de Verano 1999 para ascender al máximo circuito, pero la franquicia fue vendida por el empresario Valente Aguirre, de infausto recuerdo. Desde entonces, desapareció el futbol profesional del campo de La Martinica, que cerró sus puertas.
Ahora, el pasto de la cancha años hace que desapareció; del antiguo estadio quedan sólo ruinas y escombros. Vuela la mente hacia atrás y rememora las gestas de antaño. Para los aficionados, todavía hoy parece flotar en el ambiente el eco del griterío de 12 mil hinchas alentando a pleno pulmón a sus héroes, que visten casaca blanca cruzada por una franja de color negro: “Unión… Unión… Unión…”.