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LA SUBTERRÁNEA, CALLE SUI GÉNERIS

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Seis décadas atrás, se inauguró una

original y sorprendente arteria vial

A lo largo de sus casi tres kilómetros de extensión, presenta una sucesión de vistas inusuales y evoca escenas de otros tiempos, otros ritmos; viejas imágenes urbanas ocasionalmente interrumpidas por obras más recientes, que dejan una impresión imperecedera, tan peculiar como su propio origen.

A mediados del siglo pasado, cuando México consolidó su crecimiento, luego de la enorme destrucción material ocasionada por la lucha revolucionaria, se apoderó de la nación una fiebre modernista que pretendió poner al país a tono con los grandes cambios desarrollados en otras partes del mundo, posteriormente a esa otra hecatombe que fue la Segunda Guerra Mundial.

Para construir la calle, debieron moverse ingentes cantidades de tierra (1). Además, se hicieron rampas vehiculares (2), fue demolido el puente del Ave María(2) y entubado el río (4). Imágenes del Acervo Fotográfico de Guanajuato y del Fondo del Ing. Ponciano Aguilar.

Se tendieron en México miles de kilómetros de carreteras, fueron construidos aeropuertos, presas y edificios universitarios a lo largo y ancho del territorio (por ejemplo, CU fue inaugurada en 1953; el edificio central de la UG, en 1955); edificios señoriales se adaptaron como museos y la población se orientó cada vez más hacia las ciudades, en detrimento del campo.

El crecimiento urbano llevó a la necesidad de instalar enormes redes de agua potable y electricidad, así como a ampliar las vialidades, que hasta entonces eran muy angostas, apenas aptas para el lento tránsito de carretas y carromatos. Tuvo lugar una indiscriminada y lamentable demolición de miles de antiguos inmuebles en las ciudades grandes y medianas. El adobe cedió ante el imparable empuje del ladrillo y el hormigón.

Puente de Tepetapa, antes y ahora.

En el Bajío, los gobiernos estatal y municipales arrasaron con todo lo que “estorbara” al progreso. Surgieron bulevares y anchas avenidas en León, Irapuato, Celaya y Salamanca, que perdieron gran parte de su patrimonio arquitectónico en favor de modernos edificios de cemento, vidrio y acero. Solo se salvaron las ciudades pequeñas, los pueblos y, particularmente, la capital.

El viejo real de minas llamado Guanajuato, para entonces, era un asentamiento adormilado que vivía de la añoranza de sus años de gloria como centro argentífero. El drástico descenso de población -80 mil habitantes en el siglo XVIII a poco más de 20 mil al finalizar la Revolución Mexicana- la convirtió, casi casi, en una ciudad fantasma, con cientos de viviendas abandonadas o derruidas y calles empedradas, aunque eso sí: con vistas maravillosas a la vera de su cielo y sus montañas.

Obreros durante la construcción junto a la ex hacienda del Patrocinio y el mismo lugar en la actualidad.

Sin embargo, como asiento de los poderes del estado, mereció consideraciones especiales. Se idearon algunos cambios para aumentar el incipiente turismo, a fin de estimular la economía, que languidecía sin muchas perspectivas de crecimiento. Entre otros retos, había uno de singular importancia: ¿Cómo mejorar la circulación vial sin que la añeja ciudad perdiera su singular fisonomía y esencia? La solución fue imaginativa: convertir el río que la atravesaba en calle. Y lo que para esos años era ya una cloaca, pasó a ser una atracción singular.

Altos muros bordean la ruta.

Las obras de construcción de lo que sería la calle Miguel Hidalgo iniciaron el 9 de septiembre de 1963, como parte del llamado “Plan Guanajuato”, instrumentado por el gobierno de Juan José Torres Landa, bajo la dirección del ingeniero Víctor Manuel Villegas Monroy. El desafío era formidable: retirar toneladas y toneladas de tierra, entubar el río y, al mismo tiempo, reconfigurar la red de drenaje; consolidar los muros y los numerosos arcos y puentes, para evitar derrumbes.

Los accesos peatonales del Jardín de la Unión, Plaza de la Paz, Alonso y Soriana.

No obstante, la tarea se emprendió con vehemencia desde el antiguo cuartel de San Pedro (hoy estacionamiento del ISSEG) hasta el puente del Ave María (actualmente, glorieta Unesco). Decenas de pequeños túneles laterales (antiguos desagües o pasillos subterráneos) fueron bloqueados. Algunas paredes, muy altas, se reforzaron  y debieron tenderse líneas de cableado eléctrico para la iluminación.

Asimismo, se previeron rampas vehiculares junto al mercado Hidalgo, frente al cine Reforma, el jardín Reforma, la plaza de Los Ángeles y el Jardín de la Unión, así como un acceso peatonal en la calle Cantarranas. Circularon rumores sobre el hallazgo de tesoros enterrados, esqueletos de personas y apariciones fantasmales nocturnas.  Por fin, la flamante rúa se inauguró el 28 de septiembre de 1964, por el presidente Adolfo López Mateos, el gobernador Torres Landa y el alcalde Tiburcio Álvarez.

Estela inaugural con el logo del “Plan Guanajuato”. En la segunda imagen, el llamado “abanico”.

Los 2 870 metros de la calle, pronto bautizada popularmente como “Subterránea”, permitieron desfogar el tránsito automotor hacia el norte, destinando de esa manera la calle principal de superficie para el sentido norte-sur. Adicionalmente, la salida del río se convirtió en la gran extensión de área verde que son Los Pastitos, lo que permitió embellecer el área y conectar con la carretera de salida hacia Silao.

Posteriormente, en los años 1980, se abrieron otros accesos peatonales, se ampliaron las rampas para autos y, luego, se conectaron algunas secciones con varios de los nuevos túneles de circulación vial. El resultado encanta a los visitantes, que presumen haberse sumergido en el mundo subterráneo guanajuatense y suelen tomarse fotos como recuerdo, principalmente en la doble arcada que corre bajo el corazón urbano.

Las rampas de Alonso, plaza de los Ángeles, jardín Reforma y 5 de Mayo.

Hoy, a 60 años de distancia, la calle Miguel Hidalgo es un símbolo de la capital, al grado de que, en 2007, en una campaña promocional que convocó a elegir las “13 maravillas de México creadas por el hombre”, obtuvo el segundo lugar mediante  votación por internet. Pese a la contaminación creciente, al sucio polvo que cubre sus muros, al deterioro, los frecuentes malos olores y el caos vial, la Subterránea ya ha dejado su impronta en la historia de Guanajuato.

Una antigua noria sobre una curva de la calle. En la siguiente fotografía, un borroso mural decora una pared bajo el mercado Hidalgo.

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