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EL ENCANTO DE PERALILLO

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Un embalse que hechiza a los visitantes

y resplandece entre un bosque de fábula

Décadas atrás, Peralillo era una pequeña represa, cuya agua se contenía mediante una cortina de rústica piedra, trabajosamente acomodada. El paisaje circundante, igual que ahora, arrebataba de belleza: árboles enhiestos en apretados parajes, que recordaban las viejas leyendas europeas de duendes, gnomos y niños perdidos en la espesura, a merced de fieras salvajes.

Algo era radicalmente distinto al presente: la soledad solía ser grandiosa; el silencio, imponente. Aunque senderistas y exploradores conocían su existencia y la visitaban con cierta frecuencia, pocos se quedaban en sus márgenes, así que la mayor parte del año el lugar permanecía desierto y era más común ver algún rumiante doméstico o salvaje que coloridas casas de campaña.

Las lluvias forman pequeñas y rumorosas cascadas. En ocasiones, la niebla crea paisajes de ensueño.

El acceso, por supuesto, era libre. En la profunda oscuridad de la noche, de vez en cuando se veía el fulgor de una fogata, bajo un cielo cuajado de millones de estrellas. La comunión con el Universo y el entorno devolvía al ser interior la paz que las presiones de la vida moderna alteraban. El aroma del café, en esas jornadas, se acompasaba con el olor de la leña al arder, invitando a la plática y la confidencia.

Mas nada es para siempre. Las necesidades de agua potable de varias comunidades de la sierra de Santa Rosa llevaron a la ampliación notable del vaso de captación y la instalación de un sistema de distribución del vital líquido. Al mismo ritmo que crecía la población de la zona, aumentó la altura de la cortina, reforzada ahora con concreto hidráulico. Y de pronto, inopinadamente, sonó la hora del turismo masivo.

La cortina creció considerablemente.

De súbito, más y más personas comenzaron a llegar, no solo en fines de semana o periodos vacacionales, sino cada día, en cada momento. A bordo de camionetas, vehículos de doble tracción, cuatrimotos o a pie, montaron más y más tiendas de campaña, cortaron árboles, demandaron alimentos, agua, diversos utensilios y dejaron su huella de basura y contaminación.

Ante ello, los lugareños se vieron en la encrucijada de aprovechar las posibilidades económicas de la avalancha turística y, al mismo tiempo, cuidar su tesoro natural. Entonces, emprendieron proyectos diversos para solventar ambas exigencias: ensancharon y modernizaron el camino de acceso, para facilitar el acceso de automotores, pero establecieron una tarifa de ingreso; construyeron letrinas; instalaron depósitos de basura y organizaron una pequeña red de comercio para atender las mil y un necesidades de los visitantes.

Una pequeña barca se muestra junto a la cortina. A su lado, la humedad es propicia para el crecimiento de los hongos.

Al paso de los años, los alrededores de la presa de Peralillo se convirtieron en una meca para excursionistas. Decenas de vehículos aparcan en los espacios que así lo permiten; aquí y allá, se prenden asadores y fogatas; lonas y carpas tapizan las orillas y los senderos se ven intensamente recorridos. Las letrinas se han convertido en flamantes sanitarios y los pobladores abastecen prácticamente todo hasta el mismísimo lugar del picnic o el campamento, desde papel de baño, salchichas y cerillos, hasta mezcal y cerveza. Hay incluso una moderna cafetería.

Solo una cosa no ha cambiado: la belleza inmarcesible del panorama. El bosque mantiene su poderoso embrujo, las hojas aún cubren de una gruesa capa de humus el suelo; el intenso frío se manifiesta en cuanto cae la noche, el aire conserva su pureza, por los arroyos continúa corriendo agua helada, cristalina, y los cielos nocturnos son, sencillamente, abrumadores.

Un hermoso paisaje.

Sobre todo, la presa conserva un poderoso atractivo. El viento riza el agua y crea pequeñas ondas que se estrellan en las orillas. Un cúmulo de rocas se levanta sobre la superficie a manera de joya en bruto engarzada en un manto líquido color azul oscuro. En la cortina, una pequeña barca complementa el bucólico paisaje. Niños, niñas y adultos de todas edades agotan la batería y la memoria de sus celulares en innumerables selfies que luego presumirán a familiares y amigos.

Pese a todo ello, Peralillo aún es no solo un vaso de captación de agua potable para la gente serrana, sino un primoroso rincón que resalta el poder que tiene la naturaleza para envolvernos en su magia, mostrarnos la dimensión real del sitio que ocupamos en el planeta y hacernos ver que, si respetamos a la Madre Tierra, seremos correspondidos con vistas y experiencias inolvidables.

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