La Plaza de Santo Domingo en la Ciudad de México es, por numerosas razones, un lugar lindo para visitar. Aunque miles de personas circulan por allí todo el día y todos los días por las más diversas razones, cientos de palomas y palomos viven permanentemente en su fuente, árboles y espacios que buscan en rincones de los viejos edificios para acurrucarse.
La Plaza de Santo Domingo (recientemente llamada Jardín de la Corregidora) es parada obligada para quien visita el corazón de la capital de la República Mexicana. Al Zócalo o Plaza de la Constitución le sigue hacia el norte la de Santo Domingo. Con el imponente templo dominico, la ex Aduana, el ex Palacio de la Inquisición y la Casa del Mayorazgo.
Observar cada edificio que la integra, o admirar la plaza en su conjunto, es una estampa hermosa y privilegiada. Durante el virreinato, en ella también se concentraron el poder religioso y político, y los grandes comerciantes, además de que era un punto de encuentro para todos los grupos sociales. Lo mismo ricos que pobres, paseaban tomando una nieve.
Para el siglo XIX, Santo Domingo fue una verdadera romería: su comercio convocaba, a todas horas, a toda clase de gente, quienes compraban y vendían de todo. Algunos de los puesteros incluso dormían en ella. Pero el paisaje cambió con el tiempo. La explanada fue remodelada varias ocasiones, y luego fue derrumbado el Convento de Santo Domingo.
La fuente de la que los vecinos del siglo XVII sacaban agua para cubrir sus necesidades de limpieza e higiene, fue restituida por la que Agustín Paz diseñó y adornó en lo alto con un águila de bronce. Pero en su lugar, al iniciar el siglo XX se colocó la estatua de Josefa Ortiz de Domínguez, esculpida por los maestros Jesús Contreras y Federico Homdedeu.
Por esa razón cambió de nombre a Jardín de la Corregidora, aunque la voz popular le sigue llamando Plaza de Santo Domingo. Se ubica sobre República de Brasil, entre República de Cuba y Belisario Domínguez, a unos pasos del zócalo cuyo marco lo integran la Catedral, el Palacio Nacional, el Portal de mercaderes y el Antiguo Cabildo.
Con casi cinco siglos de historia, la plaza de Santo Domingo es una de las más hermosas muestras de la arquitectura colonial. Fue construida a lo largo del siglo XVI como parte de la infraestructura religiosa de aquella época, por lo que este espacio tuvo un lugar destacado en la Nueva España, el cual se mantiene invariable y vigente hasta hoy en día.
En sus primeros años, la plaza fue parte de un solar de los frailes dominicos, quienes se establecieron en esa zona para construir el Templo de Santo Domingo, que se levantó al frente del Palacio de la Inquisición, actualmente ocupado por el Museo de la Medicina. En los alrededores estuvieron la Antigua Aduana y la Casa de don Diego de Pedraza.
A lo largo de los años, la Plaza de Santo Domingo ha ganado fama como un lugar de gran dinamismo y una legendaria actividad comercial que hoy se remonta a varios siglos atrás, por lo cual es considerada como uno de los espacios con mayor importancia en el Centro Histórico de la Ciudad de México, siendo únicamente superado por el Zócalo Capitalino.
La Plaza Santo Domingo llama la atención por el estilo arquitectónico que ostenta en cada columna; además es referencia obligada para hablar del Portal de los Evangelistas, un antiguo portal ubicado del lado oeste. Fue muy visitado por las personas que requerían los servicios del escribano dedicado a la redacción de todo tipo de documentos y textos.
Esos escribanos atendían con amabilidad a las personas que al no saber leer ni escribir, acudían para que ellos les escribieran cartas de amor para sus novios o novias, esposos o esposas, o simplemente para sus amantes. Cuando el cliente tampoco se sabía expresar verbalmente, el escribano se tornaba poeta y echaba miel de su cosecha sobre el papel.
Por esa razón, la Plaza de Santo Domingo es la sede de innumerables negocios dedicados a la actividad editorial y tipográfica de mucha gente heredera de la tradición comercial que siempre ha caracterizado a esa zona. Así, caminar por esa plaza es como andar sobre los pasos y las huellas de los mexicanos que vivieron el México que, hoy, ya no es.
Aunque con el inexorable paso de los siglos el paisaje ha cambiado tanto dentro como en los alrededores de la Plaza de Santo Domingo, muchas cosas han desafiado la prueba del inclemente tiempo y ahí permanecen, como los escribanos que dejaron pluma, tintero y papel para hacerse de modernas computadoras. Los edificios, igualmente siguen en pie.
Hasta la actualidad esta plaza se caracteriza porque en su marco se pueden admirar dos inmuebles de excepcional belleza. Uno es el Antiguo Palacio de la Inquisición que hoy es sede del Museo de la Medicina. El otro es la Iglesia de Santo Domingo que durante la época colonial se encontraba en estrecha relación con el Tribunal del Santo Oficio.
Ese conjunto conventual del siglo XVIII fue demolido en parte en 1861, quedando una mínima parte de su estructura. Queda la iglesia, y aunque ya sin su solar, ni su huerto, ni otras instalaciones, mantiene la belleza que siempre la ha caracterizado por su silueta en la que se levanta solemne su torre con dos campanarios, muestra del barroco más sobrio.
La sólida iglesia fue construida con tezontle y cantera rosa. Al ingresar a ella, salta a la vista y atrapa la atención el enorme retablo mayor realizado por Manuel Tolsá con el más puro estilo neoclásico. El Cristo del altar principal es la imagen más antigua de la iglesia; fue hecho con pasta de caña de maíz en los albores del siglo XVI por un autor anónimo.
La voz popular le ha llamado desde siempre “Cristo del Noviciado” y está envuelto en la leyenda que dice que fue obsequiado por un par de ángeles a los habitantes de esa zona. No obstante, en ese templo se venera al “Señor del Rebozo”, y los feligreses le llevan un rebozo cuando se les ha concedido algún milagro, una gracia o cierta petición de auxilio.
La escultura de Josefa Ortiz de Domínguez, promotora de la Independencia de México; el edifico de la antigua Aduana y la casa del maese Diego de Pedraza, primer cirujano en México, terminan de enmarcar la plaza, un espacio histórico y emblemático ubicado en el corazón de la Ciudad de México, específicamente en el hacendoso Centro Histórico.