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FERVOR GUADALUPANO

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El 12 de diciembre, Guanajuato y el país se

vuelcan en el festejo de la “Virgen Morena”

La imagen de la Virgen de Guadalupe es omnipresente en la ciudad de Guanajuato, igual que en gran parte de México. En el antiguo Real de Minas de Santa Fe aparece en cualquier recodo de cualquier callejón; posee nichos, grandes o pequeños, en los sitios más insospechados, y el 12 de diciembre se le celebra con especial devoción no sólo en su templo principal, sino en distintos rumbos del área urbana.

Como todos sabemos, en el relato de la aparición de la Virgen Morena el escenario es un cerro, el del Tepeyac, a cuyos pies se levantan ahora la antigua y la moderna basílicas guadalupanas de la Ciudad de México. Así que en la mayor parte de las ciudades se procuró construir el templo de la venerada imagen en algún sitio elevado. En Guanajuato, ciudad rodeada de cerros, encontrar un lugar adecuado fue fácil, y hasta alcanzó para hacer una larga cuesta por la cual los fieles pueden, mientras suben a la iglesia, hacer examen de conciencia.

El santuario de Guadalupe en la capital guanajuatense.

La fiesta, tal como la conocemos actualmente, con música, danzantes y jolgorio, tuvo un primer origen en 1667, cuando por bula del papa Clemente IX se instituyó el 12 de diciembre como día en honor a la Virgen de Guadalupe, pero comenzó a popularizarse a partir del primer gobierno republicano, en 1824, cuando el Congreso de la Nación declaró la fecha como Fiesta Nacional, misma que se mantuvo incluso durante el mandato reformista de Benito Juárez.

El festejo comienza tempranísimo, para contrariedad de quienes no acostumbran madrugar. En Guanajuato, las “Mañanitas” a la Virgen suenan no sólo en el santuario de la Calzada de Guadalupe sino en distintos barrios. Tríos, estudiantinas, mariachis, grupos norteños y hasta conjuntos electrónicos hacen gala de sus dotes musicales para celebrar el día de la Guadalupana. Hay comunidades, como Campuzano, donde la totalidad de los habitantes se involucra en la celebración.

Imágenes de la Virgen en los Callejones del Bosque, Centinela, Conejo y Mazahuas.

Ni los niños escapan ese día. Aun cuando oficialmente es día laborable, los gobiernos estatales y municipales acostumbran otorgar asueto a sus trabajadores, para que puedan vestir a sus hijos pequeños con atuendos de “inditos” o “inditas”, cargar un huacal con ofrendas, generalmente frutas y verduras (recuerdo de los productos agrícolas que los campesinos mexicanos llevaban al altar) y hacerse presentes ante la Virgen para agradecer los dones recibidos.

No puede faltar la danza en la celebración.

Los guanajuatenses sí que desquitan la visita al santuario pues deben subir la empinada cuesta de Guadalupe a paso de tortuga, debido a la enorme cantidad de gente que abarrota la calle, cargando en brazos a los más pequeños de la familia, que muestran ya sea sombrero y relucientes bigotes o bien sonrosadas chapas y trenzas peinadas con listones tricolores.

Es entonces la hora de eternizar el momento, de buscar al fotógrafo que dejará plasmada en papel la imagen del niño o niña ante una figura de la Virgen, como testimonio de que se cumplió con el centenario ritual. Un recuerdo que enorgullecerá a los padres, aunque sus hijos se sonrojen cuando, ya mayores, vean en el álbum familiar sus infantiles rostros pintarrajeados sin haberles pedido opinión.

Dos pequeñas ante la Guadalupana.

Una vez en la iglesia, la riada humana apenas da tiempo para alguna oración, ya que se avanza en una apretada fila, paso a paso, antes de entregar la ofrenda, para salir lo antes posible por una puerta lateral, a fin de que no se detenga el peregrinaje que viene a la zaga. Se desemboca así en medio del ambiente alrededor del templo, notablemente festivo: diversos grupos de danzas tradicionales; el infaltable “torito”, música, puestos de comida, dulces, juguetes y chucherías.

Nichos en los callejones de Peña Grande, Rocha, Salto del Mono y Santa Gertrudis.

El retorno, después del mediodía, será ocasión para degustar una comida en familia, aunque en el antiguo Real de Minas todavía habrá espacio para los festejos de barriada, en los que saldrán a relucir los tamales, buñuelos y atoles de la temporada; donde los jóvenes más osados intentarán trepar al palo ensebado y obtener algún regalo y se presentará la ocasión, para las parejas, de terminar la jornada con un baile de moda, gracias a nuestro ilustre antepasado, Juan Diego, quien nunca sospechó el impacto que tendrían sus visiones celestiales en este festivo país.

Palo ensebado y baile en El Encino.
Palo ensebado y baile en El Encino.

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