El lingüista, investigador y académico Luis Fernando Lara Ramos (Ciudad de México, 20 de marzo de 1943) colaborador del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México (Colmex) desde 1970, miembro de El Colegio Nacional (ECN) desde marzo de 2007, recién presentó con orgullo su Historia mínima del español de México.
En el acto y ante un nutrido grupo de amantes del idioma español y del arte de expresarse correctamente, Lara Ramos señaló, como lo hace en su libro, que “las lenguas marcan el compás de las sociedades. No son «bienes» enajenables, sino medios de adaptación de los seres humanos y sus sociedades a las condiciones materiales y culturales que viven”.
Son las lenguas, explicó el investigador, las que hacen variar a las sociedades mediante un complejo proceso de selección de sus construcciones gramaticales, ampliando su vocabulario y modificando sus significados, elaborando pautas y normas de discurso, acrecentando o reduciendo su saber hablar, y nutriendo todas sus tradiciones verbales.

Esta obra de pequeño formato ilustra los usos de la lengua española entre los mexicanos, del siglo XVI al XX; de las condiciones previas a la Conquista y la conformación del Virreinato, que dieron lugar a la expansión del español por la Nueva España, a la manera en la que la lengua fue evolucionando en el México independiente y su estado actual.
En las instalaciones de ECN en la capital del país, durante una actividad presencial, se subrayó que ésta es la primera historia integral del español de México. Analiza el papel de las lenguas indígenas en todo ese proceso, valora sus aportaciones y las maneras en las que, primero los novohispanos y después los mexicanos, han concebido su propia lengua.
Asimismo, el volumen hace una revisión superficial, pero seria y clara, de las principales aportaciones científicas que se han hecho en el estudio del español de México. Además, esboza el papel del español mexicano como el polo de irradiación de la lengua, así como ante los principales efectos que puede tener en ella la gran globalización contemporánea.
En el libro se lee que según el Censo Nacional de Población de 2020 (el más reciente) México tiene un poco más de 126 millones de habitantes. De ellos, casi 7 millones hablan lengua indígena, o sea, cerca del 6 por ciento de la población, pero el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas cuenta 12 millones, lo que significaría casi el 10 por ciento.
En la Historia mínima del español de México se lee que el censo, al parecer, “no consideró necesario o no encontró métodos para medir el bilingüismo indígena-español, que debe ser amplio y debe tomarse en cuenta. Miembro emérito del Sistema Nacional de Investigadores de México, el autor de la obra aporta datos que para el tema son vitales.
“El país se ha vuelto predominantemente urbano, pues sólo el 21 por ciento (24 millones de mexicanos) vive en localidades menores de 2 500 habitantes, a las que se considera rurales, mientras el 79 por ciento (102 millones de mexicanos) habita en áreas urbanas mayores; sólo el 12 por ciento de los mexicanos tiene 60 años y más; México es “joven”.
El 95 por ciento de la población está alfabetizada y sólo el 5 por ciento no tiene ninguna instrucción, por lo que se les considera analfabetas. El censo no midió el analfabetismo funcional, que consiste en que, a pesar de haber aprendido a leer y escribir, hay muchas personas que no son capaces de leer, escribir y comprender un texto suficientemente bien.
Los resultados 2020 del Programa de Evaluación Internacional de los Estudiantes (PISA) y de Evaluación Nacional de Logros Académicos (ENLACE) indican que 8 de cada 10 estudiantes de secundaria no comprenden lo que leen, y 34 por ciento de los alumnos de preparatoria tampoco; en 2023 se informó que 4 de cada 10 alumnos de educación básica tiene serias dificultades para leer.
El analfabetismo funcional es grande. Del total de la población mexicana sólo el 25 por ciento lee libros y periódicos. De estos datos se concluye que el manejo y conocimiento del español escrito, y la educación en la tradición culta de la lengua, es alarmantemente escasa, lo cual tiene graves repercusiones sobre el estado actual del español mexicano.
En su nuevo libro, Luis Fernando Lara, Doctor Honoris Causa por la Universidad de Sherbrooke, Canadá, en 2012, y Premio Nacional de Ciencias y Artes, en la rama de Lingüística y Literatura, en 2013, advierte que, si el conocimiento de la tradición culta escrita es tan deficiente en la mayoría de los jóvenes y los adultos, por el contrario, la tradición popular se difunde profusamente.
Lo anterior, explica el investigador, debido al predominio de los medios de comunicación hablada. Según el mismo censo de 2020, el 87 por ciento de los mexicanos tiene teléfono celular, cerca del 90 por ciento tiene televisión abierta, y 47 por ciento recibe televisión de paga, y 48 por ciento escucha radio. El uso del teléfono, introducido a México en los primeros años del siglo XX, impulsó la comunicación hablada.
El teléfono celular, cuyo uso se expandió universalmente en los últimos años del siglo XX, ha venido aumentando esa clase de comunicación, lo que ha dado como resultado la paulatina pérdida de la necesidad y capacidad para comunicarse por escrito. El correo electrónico había impulsado en cierta medida la comunicación escrita entre la población.
Junto con esos sistemas se crearon los “procesadores de palabras” que automáticamente corrigen la ortografía y la gramática y ofrecen sinónimos cuando se escribe. Operan mediante el reconocimiento de palabras gráficas cotejadas con un diccionario cuyo vocabulario fue previamente marcado en cuanto a sus relaciones sintácticas, que dan lugar a varios patrones sintácticos posibles, pero reducidos.
Así, la escritura de quienes los usan se estereotipa, empobrece la capacidad de expresión y termina por lograr que quien escribe se abandone a lo que el sistema le ofrece, sin poner en juicio su pertinencia y precisión. Las redes sociales han gestado dos fenómenos lingüísticos: la aparición de cierto tipo de abreviaturas y la multiplicación de errores de lengua.
En cuanto al primero, se trata de la combinación de una especie de taquigrafía con algunos símbolos gráficos: se abrevian las palabras, por ejemplo, “xq” para decir “por qué”, o “tqm” para “te quiero mucho”; se introdujo la combinación de signos de puntuación como 🙂 que esquematiza un gesto facial, y se comenzaron a usar los “emoticones” y “emojis”, símbolos de carácter pictográfico: “emoticón” es un acrónimo formado por un radical “emot-” del inglés “emotion” (“emoción”) y una terminación “-icon” de “ícono”; “emoji” es un préstamo del japonés. Ambos tienden a construir un lenguaje de jeroglíficos limitados a expresiones de risa, enojo, aprobación o de reprobación, de solidaridad, de sorpresa, de amistad, etcétera.
En cuanto al segundo fenómeno, el tipo de enseñanza que se imparte en el sistema escolar mexicano da lugar a la multiplicación de errores ortográficos. Por otro lado, el libro dice que la lengua predominante de la civilización contemporánea es el inglés, desde los años finales de la Primera Guerra Mundial y, sobre todo, a partir del final de la Segunda.
En consecuencia, la lengua inglesa tiene un papel central en la sociedad mexicana como medio de comunicación comercial, como instrumento de trabajo de muchos mexicanos, como medio de conocimiento científico y como medio de diversión. Todo lo anterior obedece en gran medida a la vida globalizada actual, pero no hay que olvidar al español, verdadera lengua de conocimiento.