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DIEGO RIVERA, SU PERSONALIDAD Y SU MURAL

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Diego Rivera (Guanajuato, 8 de diciembre de 1886-Ciudad de México, 24 de noviembre de 1957) tenía 1.85 metros de estatura, 130 kilogramos de peso, pies grandes y las piernas largas. Le gustaba divertirse con el menor pretexto, y vestía elegantemente de negro si no estaba trabajando en su estudio o en la realización de un mural, dentro o fuera de México.

Él fue el muralista sensible, tierno y amante de sus raíces que en buena medida pintó la historia de México y al mismo tiempo fue el hombre que se atrevió a desafiar a muchos poderosos de su época con sus obras de arte y sus pensamientos revolucionarios. Fue un tipo de convicciones y pasiones; no dudaba en expresar su opinión y defender sus ideales.

Diego, el hombre que Frida Kahlo amó, fue un artista que se nutrió de la riqueza cultural de México y la llevó a sus murales, como herencia inmortal para éste y los del resto del mundo. Pero también fue un hombre de contradicciones: comunista que se rodeó de los pudientes, artista que se vendió al sistema y quien nunca perdió su alma revolucionaria.

El mural de grandes dimensiones y gran colorido tiene su propio hogar a un costado de la Alameda Central. (Fotografías, Graciela Nájera Sánchez)

En sus murales, Rivera mostró la esencia del pueblo mexicano. Sus obras de caballete son reflejo de su propia personalidad apasionada, crítica, y profundamente humana. Diego fue un hombre que no se dejó encasillar y para eso rompió moldes, estereotipos, paradigmas y apariencias. Siempre siguió su propio camino, sin importarle las penas ni los triunfos.

Por esas cualidades personales y profesionales, Diego Rivera se mantiene vigente en el mundo del arte y de la cultura nacional, por su personalidad y por sus obras. A la fecha, alrededor del planeta su figura y su mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central son dos emblemas que identifican a México, a su pasado y a su modernidad.

La historia reciente de la Ciudad de México refiere que entre 1933 y 1946 se construyó el Hotel del Prado en la Avenida Juárez de la capital del país. Una vez concluido, el hotel se erigió como uno de los ejemplos más impresionantes de la arquitectura contemporánea en México. Carlos Obregón Santacilia fue el encargado de realizar ese espléndido edificio.

Tan bello y funcional fue el Hotel del Prado que el arquitecto Obregón Santacilia obtuvo el Premio de la Exposición de Arquitectura en Estocolmo, Suecia y el Premio Nacional de Arquitectura. El inmueble ocupó la esquina de Revillagigedo y Avenida Juárez. Antes de su apertura, en 1947, Obregón propuso a Rivera la realización de un mural.

El objetivo era que una pintura monumental adornara el salón comedor Versalles del hotel. Obregón pidió que el tema de la obra fuera la Alameda Central, el más antiguo paseo de la Ciudad de México, ubicada frente al Hotel Del Prado. En 1960, el mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central fue llevado hasta el vestíbulo del hotel.

A las 7:19:00 horas del 19 de septiembre de 1985, la Ciudad de México fue severamente dañada por un sismo de 8.1 grados con epicentro frente a la costa del Estado de Michoacán. Como un alto número de edificios, casas, oficinas, escuelas, mercados y hospitales, el Hotel del Prado sufrió daños irreparables, por lo que se decidió demolerlo.

El mural primero había sido colocado en el restaurante del hotel, pero el día del sismo ya había sido llevado al vestíbulo. El restaurante quedó en ruinas, mientras que el vestíbulo no tanto, por lo que se pudo rescatar. El mural de Diego Rivera tenía que ser trasladado a un lugar seguro, que lo protegiera a la vez que pudiera ser admirado por todo el público.

El 19 de febrero de 1988 se inauguró el Museo Mural Diego Rivera donde se aprecia esta magna obra. (Fotografías, Graciela Nájera Sánchez)

Muy cerca de ahí, frente a la cara poniente de la Alameda Central, estuvo durante años el Hotel Regis, en las calles de Balderas y Colón, y también sucumbió ante el violentísimo movimiento telúrico. Su estacionamiento fue aprovechado para la nueva casa del mural. La obra se protegió para ser trasladada a ese sitio, mientras se construía su nueva sede.

El 14 de diciembre de 1986 se procedió a realizar el traslado de la monumental pieza. La operación, coordinada por la Secretaría de Obras y Servicios del entonces Departamento del Distrito Federal (DDF) y la Comisión de Vialidad y Transporte Urbano, duró poco más de 12 horas y requirió el trabajo de más de 300 trabajadores de ambas dependencias.

Una vez que la capital quedó desescombrada de tanto derrumbe, el 19 de febrero de 1988 se inauguró, en ese mismo sitio, el Museo Mural Diego Rivera. Él solía explicar. “Son recuerdos de mi vida, de mi niñez y de mi juventud. Va de 1895 a 1910. Los personajes del paseo sueñan, unos durmiendo en los bancos y otros, andando y conversando”.

Diego Rivera agregaba en sus charlas que entre julio y septiembre de 1947 pintó Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central. Sus ayudantes fueron los artistas Rina Lazo y Pedro A. Peñaloza, además de Andrés Sánchez Flores, quien ayudó a preparar el muro. Es un fresco, mide 4.17m x 15.67m, pesa 35 toneladas, y se divide en tres paneles.

En el primero, el artista representó la Conquista y la Época Colonial. Aparecen Hernán Cortés, Fray Juan de Zumárraga, Sor Juana Inés de la Cruz y Luis de Velasco II. Sigue con la Independencia y las intervenciones extranjeras, donde se observa a Antonio López de Santa Anna entregando las llaves de los territorios al norteamericano Winfield Scott.

En ese mismo panel, Diego Rivera representó magistralmente a la Reforma y el Segundo Imperio, con las figuras de Benito Juárez, Ignacio Ramírez, “El Nigromante”, Ignacio Manuel Altamirano, Maximiliano y Carlota de Habsburgo. El mural ofrece detalles que hacen referencia directa o indirecta a la vida y acciones de cada personaje representado

La sección central comienza con Manuel Gutiérrez Nájera saludando con su sombrero a José Martí, escritores de la corriente modernista. Junto a ellos, Lucecita Díaz y Carmen Romero Rubio, hija y esposa de Porfirio Díaz. Entre ellas aparece Diego a la edad de 9 años y detrás de él, Frida Kahlo, quien maternalmente lo abraza. La “Catrina” da la mano a Diego niño y el brazo a José Guadalupe Posada, creador de esa celebérrima calavera.

En el mismo espacio se exhibe una diminuta réplica de la obra y una escultura en bronce inmortaliza el rostro de Diego Rivera, flanqueando su icónico mural. (Fotografías, Graciela Nájera Sánchez)

El tercer panel ilustra el campo y la manera en que se desarrolló la Revolución Mexicana. El México moderno es representado por una figura presidencial, corrompida por mujeres, negocios y la religión. Aparecen también los retratos de Lupe Marín, Ruth y Lupe Rivera, hijas del artista. Diego se autorretrató otra vez, ahora como un niño comiendo una torta.

El Museo Mural Diego Rivera se localiza en la calle de Colón esquina Balderas, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Está abierto de martes a domingo de 10:00 a 18:00 horas y ofrece acceso gratuito a personas mayores de 60 años y menores de 13, jubilados, pensionados, personas con discapacidad, profesores y estudiantes en activo.

Los domingos el acceso es libre para todo mundo. El resto de los días y para los demás sectores de la población, el boleto de entrada cuesta 45 pesos. El permiso para tomar fotos o video tiene un costo adicional. Debido a que no cuenta con estacionamiento se recomienda llegar por la Estación Hidalgo del Metro o las líneas 3, 4 o 7 del Metrobús.

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