El 20 de diciembre de 2017, una palabra ingresó al diccionario de la Real Academia de la Lengua: “Aporofobia” es un termino nuevo, aunque lo que representa no lo es. Define una realidad social que nos enferma y que está vigente día tras día, sin importar el lugar del mundo en el que no encontremos, porque va contra de la dignidad.
Decir las cosas por su nombre no sólo las trae al presente, sino que nos obliga a enfrentarlas. Hay realidades que no se ven con los ojos, pero se sienten con el alma. Nombrarlas es un acto poderoso, una forma de comenzar a reconocerlas y, quizá, a sanarlas. Es por eso que las fobias empezaron a recibir nombres: para visibilizarlas y, con el tiempo, intentar desactivarlas.
“Aporofobia” combina las raíces griegas áporos (sin recursos) y phóbos (temor u odio). La filósofa española Adela Cortina acuñó el término hace más de dos décadas, motivada por su preocupación ante una realidad que, aunque siempre presente, permanecía ignorada: el rechazo a quienes no tienen nada. Fue en 2017 cuando la palabra encontró su espacio oficial en la lengua, en un esfuerzo por hacer visible lo que tantas veces permanece en las sombras, dejando en una mayor indefensión a quienes viven sin hogar, y en medio de la miseria.
Un contraste doloroso
El 2017 fue, para Adela Cortina, un año clave, porque los acontecimientos definieron la importancia de nombrar los hechos. En su país, España, hay una carrera universitaria llamada Ciencias de la Hospitalidad, que prepara a los egresados para acoger al turismo y hacer de su experiencia de viaje algo único. La derrama económica que deja este sector es un ingreso que debe cuidarse. Por lo que, cuando en ese año, el flujo de visitantes elevó sus cifras, todos se regocijaron. Los turistas pudieron comprobar la eficacia de la hospitalidad española.
Meses más tarde, llegaron decenas de personas desde el mar, extranjeros recién llegados que despertaron la indignación, encendieron las alarmas y fueron recibidos con rechazo. Y es que ellos, a diferencia de los otros, no tenían recursos, no arribaban para gastar dinero porque nada, excepto lo que llevaban puesto, poseían…
La situación se repitió en diversos países. Los indocumentados sufrieron el rechazo, por pobres. La misma situación sucede dentro de muchas familias también, para hacer a un lado y darle la espalda al que es más pobre. Sucede hasta entre las camadas de los animales el más débil está condenado al olvido, es el que menos come, al que todos apartan.
Las causas de la aporofobia vienen desde nuestro cerebro y son una derivación de la xenofobia. Nuestro instinto de supervivencia nos empuja a rodearnos de lo que nos resulta agradable, admiramos y queremos imitar, pero tendemos a alejarnos de lo que nos incomoda. Los pobres quedan así, relegados, al margen, apartados no sólo de los recursos sino de nuestra mirada.
El poder de elegir y la fuerza de la compasión
A pesar de los impulsos instintivos, los seres humanos contamos con algo único: el libre albedrío. Podemos elegir cómo comportarnos, decidir si queremos perpetuar la exclusión o actuar desde la compasión. Y por ello es posible decidir cómo queremos comportarnos, qué acciones deseamos eliminar y cuáles deseamos desarrollar.
Genética e históricamente estamos constituidos para vencer y sobrevivir, lo cual lleva a la competencia para lograrlo. A pesar de ello, elegimos ayudar. Estamos dispuestos a dar, a no competir, aunque las más de las veces con la intención también de recibir, seamos conscientes de ello, o no.
Esto nos hace recíprocos y, gracias a ello, hemos sido capaces de evolucionar a lo largo de los tiempos porque logramos ese intercambio en el que, dicho sea de paso, los pobres no pueden participar, pues, al no poseer nada, quedan excluidos de todo juego o dinámica, teniendo que renunciar, a veces, hasta a su propio nombre.
Como señala Cortina, todos tenemos algo valioso que ofrecer, aunque a veces sea difícil verlo en los más desfavorecidos. La compasión, esa capacidad de ponernos en el lugar del otro, comienza con algo tan sencillo como mirar.
Un ejemplo inmortal de esta elección se encuentra en Los Miserables de Víctor Hugo. Cuando Jean Valjean roba a quien lo acogió con generosidad, el obispo Bienvenido responde con un acto de bondad: no sólo lo perdona sino que le entrega los candelabros que olvidó llevarse. Ese gesto de reciprocidad transforma la vida de Valjean y da un poderoso mensaje: ayudar al otro también nos transforma. Un contrato, la reciprocidad. Te entrego con una mano, pero recibo con la otra.
Nombrar para cambiar
Gracias a Adela Cortina, los enfermos mentales, inmigrantes, refugiados y quienes no tienen recursos ni hogar pueden dejar de ser los nadie, los excluidos, los incómodos porque hoy hay una palabra: aporofobia. No para definirlos a ellos, sino a nuestras acciones como sociedad, y nos invita a reflexionar sobre si queremos ser parte de la solución o perpetuar el problema.
En este sentido, podemos ser capaces de decidir si apostamos por no atentar contra la dignidad de los menos favorecidos sólo porque carecen de medios, o si nos volvemos parte de quienes prefieren obviarlos y humillarlos, ahondado en la separación y las divisiones.
También hay una palabra que define la acción de quien intenta hacer algo por otro: compasión, y ésta se cultiva a través de la mirada. Entonces es posible darse cuenta de que no existe nadie que no tenga nada que ofrecer. Todos tenemos algo valioso que ofrecer y esta premisa es la que ha motivado a Adela Cortina a esta lucha por nombrar una realidad que tanto nos lacera.