Aunque cambió el epicentro de las Fiestas de San Juan, el área del embalse aún cautiva
A lo largo del tiempo, la ciudad de Guanajuato fue dotada de cierto número de vasos de captación de agua, por diversos motivos: para satisfacer las necesidades de la población, para regular la fuerza de las avenidas causantes de inundaciones, para dotar de líquido a las haciendas mineras. En resumen, embalses hay varios —y en épocas pasadas hubo más—, pero cuando se habla solamente de “La Presa”, con mayúsculas, cualquier capitalino sabe de cuál se trata: la de la Olla.

El depósito acuático en mención fue construido en 1749 para suministrar agua potable a la ciudad. Sólo un año después, comenzó a realizarse la ceremonia llamada la “Apertura”, consistente en abrir las compuertas, a manera de vistosa cascada, lo que además, servía para evitar que el excesivo volumen hídrico se desbordara y causara serios problemas en la zona urbana. Aun así, el viejo Real de Minas sufría periódicamente terribles destrucciones debido a los torrentes incontenibles. Pronto, el ritual mencionado líneas arriba se ligó a la fiesta en honor de San Juan Bautista, lo que dio origen a una de las celebraciones locales más importantes, relacionada con el comienzo de las lluvias.
Al poco tiempo, en 1795, se construyó un camino de acceso hacia el embalse, que en aquellos tiempos se ubicaba lejos del casco urbano. Paseo de la Presa, se le llamó. Hacia 1832, el agua que corría por el río desde la Presa fue entubada y la cañada se embovedó. Entonces, las familias adineradas decidieron construir elegantes y espaciosas villas de campo a lo largo de esa senda, muchas de las cuales sobreviven como huellas de un pasado esplendoroso, pero convertidas ahora en hoteles, restaurantes, cafés, escuelas u oficinas de gobierno. Posteriormente, en 1845, se levantó la elegante torre conocida como La Atalaya.
Con la finalidad de aumentar el volumen de agua al servicio de los guanajuatenses, en 1852 se construyó otra presa, más pequeña, unos metros arriba, llamada San Renovato, adornada con una pérgola sobre su cortina. Dos décadas después, comenzaron las obras que darían forma al Jardín de las Acacias, verde espacio entre ambos embalses, y al hermoso y extenso Parque Florencio Antillón, con su fuente de hierro, su pila, su pequeño puente y un kiosco octogonal de madera, rodeado todo por una larga verja metálica sostenida a tramos por elegantes columnas de cantera.
Para 1903, fue colocada en el Jardín de las Acacias la gran estatua de Hidalgo, obra del escultor italiano Gius Trabacchi que obsequió el presidente Porfirio Díaz al entonces gobernador, Joaquín Obregón González. Con ello, el embellecimiento de todo ese espacio recreativo resultaba imparable; no se detuvo ni siquiera con la pérdida de población a causa de la disminución de la actividad minera, puesto que en 1936, como parte de un programa de renovación urbana, se levantó el insólito faro sobre un cerro aledaño a la presa de San Renovato, inaugurado, según las Efemérides de Manuel Sánchez Valle, el 25 de Junio de 1938, por el presidente de la Junta de Administración Civil de Guanajuato, Manuel Mendoza Albarrán, padre de la recordada escritora María Luisa La China Mendoza. La cortina de ese vaso, a su vez, fue decorada con paisajes formados con coloridos azulejos, y asimismo hicieron su aparición las esculturas de una serpiente y un cocodrilo formadas con multitud de pequeñas piedritas blancas y negras.
El área recreativa de la Presa de la Olla pasó a ser así la preferida por los guanajuatenses. La combinación de estanques, jardines, esculturas y el espectacular paisaje montañoso que la rodea conforman un marco de gran belleza, al que contribuyen igualmente los hermosos edificios levantados en los alrededores, como el Hospital Americano, hoy Secretaría de Finanzas del gobierno estatal, que posee una escalera flanqueada por dos leones de piedra; la iglesia neogótica de la Asunción o la casa que perteneció a la familia del escritor Jorge Ibargüengoitia.
Tan espléndido marco fue durante mucho tiempo el escenario ideal para las Fiestas de San Juan y Presa de la Olla. Allí se montaban las carpas que ofrecían alimentos y bebidas a los asistentes; en esa área se presentaban los espectáculos musicales presentados durante los días de festejo, allí se instalaban los juegos mecánicos motivo de alegría para los más pequeños. Sin embargo, desde hace algunos años, sucesivos gobiernos locales han trasladado el núcleo de la celebración a otros lugares, particularmente a la Plaza Hidalgo, a la entrada del Centro Histórico.
Por otro lado, con excepción de un leve retoque dado a la zona hace tres lustros, se percibe cierto abandono y descuido. Han desaparecido piezas de cantera de algunos muros, se supone que robadas; los macetones en forma de cisne que se ubicaban a ambos lados de la escalera de acceso a la presa de San Renovato desaparecieron hace décadas, igual que el querubín de la fuente del Parque Florencio Antillón, misma que tampoco funciona. La pila nunca tiene agua. El monumento a Hidalgo desluce. El Faro solo se pinta ocasionalmente. Hay un deterioro general perceptible.
No obstante, el sitio conserva un aura de añeja magnificencia. Más allá del adoquín desgastado, de los espacios verdes desatendidos, de los muros de cantera y rejas semidestruidos y de zonas convertidas en feos mercadillos, el entorno de la Presa es aún cautivante. Todavía es un espacio propicio para el romance, el solaz, el paseo en calma y la apreciación del paisaje. Su atmósfera evoca un ambiente de otras eras, cuando las caminatas estaban lejos de la prisa, había lugar para la confidencia y el disfrute de un entorno apacible, pero insuflado de vitalidad. Quizá deberíamos devolver la Fiesta de San Juan y Presa de la Olla al sitio donde se originó.