viernes, noviembre 22, 2024
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EL AISLAMIENTO DE LA QUINTA DENNÉ

· Una imponente soledad rodea lo que, sin duda, iba a ser un fastuoso inmueble, convertido en ruinas por la guerra

Muchos la ven cuando recorren el libramiento que comunica al Pueblito de Rocha con el Camino Minero. La construcción se alza, solitaria, sobre una colina, a poca distancia de la mencionada vía; parece una casona abandonada. Pocos saben qué era. En una ciudad donde abundan las ruinas del pasado, tampoco parece importar mucho.
Hace ya varias décadas, era común oír a la gente que se podía ir a nadar a “la Quinta”.


Yo imaginaba que era una especie de hacienda de lujo con alberca. No hay tal, pero todavía actualmente, pese al avance de la urbanización, se forman pequeños e invitantes estanques en el arroyo cercano, sin duda las “piscinas” a que se referían en aquel entonces.
No obstante, el inmueble citado líneas arriba sigue siendo “la Quinta”. Así se le conoce, aunque ya no represente un concurrido lugar de excursión, pero tiene además nombre propio: Denné, pues se construyó en terrenos de un francés que, por azares del destino, recaló en Guanajuato y que llevó por nombre Alfonso Denné.


Llegar es relativamente fácil: se sube solo una pequeña cuesta a partir del arroyo del Encino y, una vez traspuesto un verdadero muro vegetal, que da un apropiado ambiente sombrío y de película a los alrededores, topa uno de frente con la gran fachada.


Las jambas de lo que fue la enorme puerta y de los marcos de las ventanas aún conservan piezas de cantera verde. Una cúpula —hoy con un boquete— cubre lo que debió ser el vestíbulo, desde donde parten a cada lado dos alas, habitadas por una densa vegetación y decoradas con grafiti.


Debajo de cada una, a ambos extremos de un grueso muro de piedra que soporta todo el conjunto, se encuentran sendas piezas cuya función se desconoce.

El edificio era la obra dominante en lo que fue el Panteón Católico, inaugurado el 2 de junio de 1879, con advocación al arcángel San Miguel. Quizá debido a eso la visita impone cierto respeto, por la conciencia de que muy cerca yacen los restos de gente que allí fue sepultada, algunos con apellidos tan guanajuatenses como Ibargüengoitia, Rocha o Belaunzarán, según menciona el presbítero Lucio Marmolejo en sus Efemérides.


Del cementerio, nada queda. Al desatarse la lucha revolucionaria, a principios del siglo XIX, el lugar —incluidas las ostentosas sepulturas— fue saqueado a conciencia. Solo las piedras quedaron como testigos de esos hechos. Las piedras y el edificio que, delicado en sus
detalles, pero macizo en su estructura, resiste el paso de los años como muestra de su ancestral grandeza.

Benjamin Segoviano
Benjamin Segoviano
Maestro de profesión, periodista de afición y vagabundo irredento. Lector compulsivo, que hace de la música popular un motivo de vida y tema de análisis, gusto del futbol, la cerveza, una buena plática y la noche, con nubes, luna o estrellas. Me atraen las ciudades, pueblos y paisajes de este complejo país, y considero que viajar por sus caminos es una experiencia formidable.
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