viernes, septiembre 20, 2024
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RELEVO GENERACIONAL EN LA FIESTA TEJOCOTERA DE SANTA ROSA DE LIMA

Adrián sustituye a su padre, Raymundo Herrera, quien hacía de cura gachupín y falleció el año pasado

La clásica polka del Pávido Návido, ejecutada por la banda de música Santa Cecilia y el redoble de tambores de las bandas de guerra, dieron el ambiente para el emotivo momento en que Adrián Herrera se despojó de su atavío de soldado zuavo realista. Se quitó chaqueta y su chechia (gorro) y se colocó la sotana; se fajó con el cíngulo la cintura y se colocó la estola en su cuello. Cubrió la cabeza con su bonete y tras un momento de llanto en un minuto de silencio que se convirtió en recuerdos, se fue hacia el bando realista, para ofrecer agua bendita con sabor a licor de membrillo, depositada en un guaje, para el perdón de los pecados.

Es el heredero de una tradición de años de un ciudadano que fue político, pero que soñó en algún momento con ser sacerdote: Raymundo Herrera.

Los impulsores

Ya se reventó el columpio

en que ella se columpiaba;

se le acabaron los gustos

a la joven que yo amaba

Adrián Herrera es parte de ese mundo de pobladores de Santa Rosa de Lima que dicen representar a soldados insurgentes de 1810, pero están vestidos a la usanza de los soldados campesinos de la revolución de 1910, aparecía la contraparte: los vestidos a la usanza de zuavos franceses que representaban a soldados realistas españoles.

Esta abstracción existía gracias al indio mayor, Tomás Ulloa García. Quedaba la herencia de una tradición resucitada por él en 1934, rescatada tras los resabios postrevolucionarios y postcristeros.

El hombre murió en 2008 y sus hijos continuaron la fiesta tejocotera, misma que, según la tradición oral, es la representación del inicio de la revolución de Independencia de México que se actuó por vez primera en 1864 al emperador Maximiliano de Habsburgo.

Tras la partida de don Tomás, una de las figuras más representativas de la fiesta era Raymundo Herrera, quien personificaba a un sacerdote del Guanajuato virreinal.  Una bandera republicana española contra una bandera mexicana del siglo XX cuando el país aún no existía en los albores del siglo XIX. El rigor histórico era lo de menos. Lo importante es que al frente de la tropa “española” estaba Raymundo Herrera, con el atavío de sacerdote que alguna vez soñó ser, según declaró en la primera entrevista que le hice.

Era un cura alegre y pícaro, bailador y generoso para compartir agua bendita en forma de mezcal, pulque o licor de membrillo y de enseñar su “leccionario”, que en no pocas ocasiones mostraban imágenes que los pecadores no debían mirar.

Raymundo Herrera murió en agosto del año pasado, en plena pandemia de Covid 19. La fiesta tejocotera ya había sido limitada en 2020 y en esa ocasión fue cancelada. Falleció antes de su cumpleaños.

La generación de relevo

Pasado el proceso de vacunación y con una pandemia amainada, la fiesta reanudó en busca de su esplendor pasado.

Esta vez llamó la atención que en el desfile de apertura de las batallas entre la guerrilla insurgente y el “ejército” realista pululaban niños y niñas, con atavíos de uno y otro bando, lo mismo en la personificación de combatientes que en las bandas de guerra y de viento. Es la generación de relevo.

Y a esa generación pertenece Adrián Herrera, quien es licenciado en Administración de Empresas.

Desde niño participó en las guerrillas, narra el nuevo “sacerdote”, desde muy chavito.

Comenta que en su niñez fue indio tejocotero, pues su padre consideraba que en el bando insurgente llegaron a participar menores de edad, no así en el realista.

“Desde los 4 años empecé a salir en esta fiesta y no he dejado de salir ni una sola vez”, explica. Cuando estuvo más grandecito, ya adolescente, pasó al bando realista, al lado de su padre.

Ahora Raymundo ya no está. Adrián subió desde la Cruz, al pie de la carretera, hasta la cima del poblado, con su atavío de zuavo. Y antes de que comenzaran los combates, hizo el cambio de representación. La ceremonia de relevo se llevó a cabo entre resonar de pólvora y lágrimas que rodaban por las mejillas.

Cumplida la transformación, Adrián se sumó a su bando, con su guaje repleto de vino de membrillo, con el que bendecía a los fieles (y a los infieles también) y les mostraba su librito, en este caso sin imagen alguna, bajo advertencia de que, si no se veía nada, es porque se era pecador. Yo vi a una chica guapa en bikini.

La banda de música se arrancó con “Juan Colorado”, la pieza favorita de Raymundo Herrera. Adrián se tomó selfies y bailó con las nenas. Como su padre, también tiene “pegue”. Así recomenzó la fiesta tejocotera en Santa Rosa de Lima, ahí nomás tras lomita de la tierra adorada.

Federico Velio Ortega
Federico Velio Ortega
Periodista, maestro en Investigador Histórica, amante de la lectura, la escritura y el café. Literato por circunstancia y barista por pasión (y también al revés)
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