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VOLTEAR PARA ARRIBA EN LAS CALLES DE GUANAJUATO

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No es infrecuente, al paso por las calles de Guanajuato, llevar la mirada de modo alternado hacia abajo, donde fluye la afamada calle subterránea, o hacia arriba, donde suele encontrarse la figura de El Pípila sino es que alguno de los cerros circundantes. La propia configuración topográfica induce a hacerlo: pasan los visitantes y los lugareños de las entrañas de la tierra a la cima de la montaña, andan los turistas y los nativos por las laderas empinadas tanto como descienden escaleras hacia la calle que fue río. Es inevitable el jurgoneo sensorial. De la oscuridad en los túneles a la luz radiante en las laderas de la Panorámica.

En esa andanza por la ciudad, el centro acapara la atención. Sus minúsculas plazas, sus edificios históricos, su jardín con kiosko, su arquitectura civil, su pinta escenográfica. Es posible subir por la cuesta de Plaza de la Paz o por la de Lascuráin de Retana, bajar a la planicie del Jardín de la Unión o de la calle Alonso. En todos los casos, el frío acumulado en la cañada hará acto de presencia en la forma de un aire liviano pero calador, mientras el sol alumbra generoso. Esto provoca a veces durante el día una cierta confusión de las ideas, sin embargo es grato para todo mundo caminar mientras se guarda las manos en los bolsillo o se arremanga la bufanda en el cuello.

Se da por sentada la singularidad de esta ciudad, que prodiga asombros a manos llenas y a la vuelta de todas las esquinas. No obstante, en no pocas de las ocasiones, los viandantes se pierden la ocasión de llevar deliberadamente la mirada hacia algunas alturas que son relevantes. La sola marcha por las calles de Guanajuato induce la sensación de que se ve para arriba y para abajo, para un lado y para otro; pero es lo natural mientras se camina por esas aceras dada su configuración accidentada. También es cierto que se miran los campanarios, las cúpulas y se admira la magnificencia de la fachada de la universidad guanajuatense, tanto como se tienen por conocidas las laderas bastante pobladas de los cerros donde se formó la cañada, por cierto en un empalme panorámico que parece de cubos sobre cubos.

Al paso por las calles de esta ciudad llaman la atención las formas curiosas de las puertas, la estrechez de algunos espacios interiores mirados de contrabando, los olores singulares que emanan de algunas casas, los adornos visibles en barandales y rejas de ventanas de hierro o de cantera. Es inevitable sentir regocijo, una cierta alegría interna, ante la singular belleza constructiva que provee la satisfacción de residir en este paisaje urbano, que hace a los fuereños querer volver tan pronto sea posible, y hasta buscar un lugar donde afincarse. Entre estos trayectos y asombros cabe la opción de colmar las ansias de la vista por lo agradable, lo armónico, lo edificado con gracia. Para eso, justo para eso, hace falta alzar la mirada.

Llevar la luz de los ojos a la segunda planta de los inmuebles puede brindar el gozo de admirar la simetría, el esmero en la obra edificada, el apego a unas reglas estéticas. Por lo general, el mirar espontáneo conduce a mirar en un plano horizontal haciéndose cargo de lo que abarca con mayor o menor profundidad de campo y con más y menos atención a los detalles. Pero tan pronto se alza la vista, por ejemplo en Plaza de la Paz, emerge un conjunto singular, sobresaliente, que rebasa la mera funcionalidad. Dos edificios sobre la acera derecha yendo ladera abajo muestran lo agraciado de sus formas rectilíneas: ninguna curva enturbia la magnificencia de su composición a base de figuras rectangulares y triangulares. Su sobriedad enaltece su estampa, parecen erguirse hacia el cielo y a la vez plantarse con total determinación. En el segundo de estos inmuebles, el del frontón curvo, permanecen como inertes testigos de otrora los soportes de herrería en los que al parecer se instalaban toldos para sombrear el espacio de una puerta y de las ventanas en el alargado balcón corrido.

En otra plaza no muy distante, en la de San Fernando, hay otro ejemplar de este tipo. En cantera rosa la fachada, su planta alta ofrece a la mirada del andante acucioso la singularidad de su balcón corrido, que ocupa la parte central, donde se aprecia un enorme medallón rectangular y el acceso a través de dos puertas, así como el ritmo de sus cinco frontones, conjunto en el que se alternan los triangulares con los curvos. Para un vagamundo desatento, este formidable edificio puede pasar desapercibido si se deja seducir por la algarabía de esta plaza donde se expenden bebidas espirituosas y alimentos.

Es necesario salirse del centro, enfilando hacia la Presa de la Hoya, por el rumbo de Embajadoras, para que deslumbre la mirada del caminante curioso la segunda planta de una casa habitación. Ésta sobresale por su alargado balcón corrido, por su bien conservado entablamento y por el ritmo que establecen sus frontones al discurrir, de las orillas hacia el centro, de la forma lineal a la triangular y de ésta al frontón curvo en un alarde formidable de simetría. Pero es indispensable dejar atrás el bullicio de lo conocido y de lo populoso.

Esta es, desde luego, apenas una muestra espigada entre un conjunto mayor de construcciones relevantes que es posible encontrarse al paso por las calles de Guanajuato capital. Claro, siempre y cuando, tanto lugareños como fuereños, haciendo uso de su voluntad, se obliguen a elevar unos cuantos grados su mirada, no tantos como para que la tome cautiva el peculiar color del cielo en esta parte de la cañada, sino apenas lo suficiente para librarse de lo horizontal (pesar de los accidentes orográficos) y enfocar su atención en esas plantas altas que realzan el señorío de la ciudad capital y acentúan su peculiaridad en esta parte de la república. 

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(Irapuato, Gto. 1963) Movido por conocer los afanes de las personas, se adentra en las pulsiones de su vivir a través de la expresión literaria, la formulación de preguntas, el impulso de la curiosidad, la admisión de lo que el azar añade al flujo de los días. Cada persona implica un límite traspuesto, cada vida trae consigo el esfuerzo consumado y un algo que debió dejarse en el camino. Ponerlas a descubierto es el propósito, donde quiera que la ocasión posibilite el encuentro. De ahí la necesidad de andar las calles, de reflexionar en voz alta para la radio, de condensar en el texto la amplitud vivencial.

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