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PATRICIA ALMANZA, UNA TEJEDORA SIN LÍMITES

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El tejido se vuelve posible entramando también estados de ánimo y emociones

Tejedora por decisión, por vocación y por amor. Patricia Almanza es una artista de los enjambres de lana transformados en hebras coloridas. Se define como una tejedora de sentimientos que usa sus manos para manipular hilos y transmitir emociones despertando los sentidos a través de esas hebras en blanco que terminarán convertidas en una obra artesanal.

Hoy es una figura reconocida en Guanajuato pero hubo un tiempo en el que Patricia era una joven soñadora que vivía en el Barrio de Mexiamora, en el centro de nuestra capital, y que llena de sueños entró a la escuela de Artes Plásticas en la Universidad de Guanajuato aún cuando se inclinaba más por la Historia del Arte por lo que combinaba ambos estudios.

Un día, su hermana María Almanza, a quien ella reconoce como su principal maestra, regresó de Bélgica y llegó narrándole sus experiencias con el tejido allá y mostrándole lo aprendido. Maravillada por los textiles se definió su destino a través de las formas, las madejas y todos esos mágicos aperos que acompañan en su oficio al tejedor.

Tardó poco menos de un año en dominar las bases del tejido de manera autodidacta y viajando a diferentes pueblos para compartir con los artesanos de ahí lo que ella sabía a cambio de que ellos le revelaran sus saberes también. Así aprendió el misterio y las claves del lenguaje verbal y mágico de los artesanos ancestrales.

Máquina de hilar y textil acabado

A medida que practicaba y aprendía iba diseñando un proyecto de enseñanza del tejido explicando con sencillez los diferentes procesos desde lo básico hasta lo profesional: “Lo hice pensando en la manera en la que a mí me hubiera gustado que me enseñaran a tejer…” —declara Patricia—; “Todos somos capaces de aprender a tejer pero no todos quedan atrapados en esa magia, y también es válido.”

En su andar no solamente ha tejido estambre sino que también le ha dado un sentido y dirección a través de su oficio a niños Down, personas invidentes y débiles visuales y jóvenes en los Ceresos, entre muchas otras personas a las que también inspiró: “Tejíamos en bastidores de madera pequeños con cuatro líneas de clavos que yo misma les enseñaba a hacer para que conocieran sus herramientas a profundidad, para que vieran y supieran que no tienen límites, que el textil es inagotable de todas las posibilidades, como ellos”.

Con esa gran sonrisa que la caracteriza y su cabello al aire como las madejas de estambre que cuelgan de sus paredes va nombrando cada una de las palabras que conforman el lenguaje único del tejedor: urdimbre, trama, mariposa, calada, lanzadera, urdidor, uso, rueca, bastidor…y a medida que las pronuncia parece que las hebras de mil colores que esperan en los muros para ser tejidas por sus manos expertas van recogiendo esas palabras tan suyas para balancearlas.

Patricia Almanza y una parte del proceso de preparar la lana (Fotografía de Patricia Almanza)

Patricia Almanza usa lana natural en sus obras, ella la tiñe, pero lo fabuloso no es solo eso sino que su proceso inicia esquilando a los borregos durante los meses de marzo y abril, explica que hay que trazar una guía para ir separando la lana y quitar capa por capa y con su humor habitual refiere que dentro de la lana de un borrego se pueden encontrar desde semillas que han germinado hasta las llaves perdidas de la casa.

Más tarde hay que enjuagar la lana para quitar las espinas y limpiarla y después dejarla secar a la sombra, en el piso, volteándola de cuando en cuando cuidándolas del sol. Luego sigue el proceso de cardado para peinarla y desenredarla. Esto se puede hacer con cepillos especiales, con alambre de púas o hasta con los dedos… “Como dije, no hay límites jamás” —reitera.

Entonces narra cómo es que el malacate, que es la aguja que va en la rueca, va domando la lana haciendo salir hilos de color natural que formarán la madeja para después ser vaciada en una olla con agua caliente con mordientes o fijadores para teñirla del color que se desee. La lana de sus trabajos siempre es teñida con productos naturales usando ramas, cáscaras, flores como la Jamaica o el Cempasúchil… “todo esto lo aprendí de la sabiduría de la gente de los campos —explica— las ramas del palo azul que parecen tan comunes son capaces de darte todas las tonalidades de azul que existen”.

Patricia Almanza en el teñido de la lana (Fotografía de Patricia Almanza)

Desde que se esquila al borrego hasta este momento habrá pasado cerca de un mes. Ahora ha llegado el momento de soltar las manos para que tengan agilidad con ejercicios específicos; es hora de perder el miedo y empezar a crear. “Claro que al principio va a quedar chueco y no va a ser perfecto pero con práctica todo mejora hasta que llega el momento en el que tus sentidos se vuelcan en el tejido y toda la concentración se centra en observar, en tocar y sentir las lanas. Dominar la técnica te da la oportunidad de inspirarte en los colores y las formas, ahí es donde el tejido se vuelve posible entramando también tus estados de ánimo y tus emociones”.

Patricia Almanza nos explica que aunque ya hay máquinas que tejen no hay nada que se compare al proceso de un trabajo artesanal pero afirma que “Hemos perdido la paciencia, ahora los jóvenes tienen prisa, mucha prisa, los alumnos quieren todo rápido y eso hace que este tipo de actividades se vayan perdiendo”.

En los cuentos de hadas que leía en mi niñez solía haber una rueca por lo que de alguna manera imagino a Patricia como esas hadas de las historias que hilaban e hilaban mágicamente solo que ella en vez de hacerlo en un castillo lo hace entre las sierras y montañas de este Guanajuato que la ha visto nacer.

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