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PASEO DE LA REFORMA, LIBRO ABIERTO A LA HISTORIA

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Una de las primeras ideas de Porfirio Díaz al asumir por primera vez el cargo de Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, del 5 de mayo de 1877 al 30 de noviembre de 1880, fue convertir al Paseo de la Reforma, importante vialidad en la capital del país, en un libro abierto a la historia nacional.

Antes ya había gobernado al país en forma interina dos veces, a finales de 1876 y a principios de 1877, y desde entonces ya cocinaba esa idea en su mente. Sin embargo, fue hasta que ejerció la presidencia de México de manera ininterrumpida, del 1 de diciembre de 1884 al 25 de mayo de 1911, que pudo cuajar su deseo.

Su idea, sin embargo, no era del todo original. Seguía la tendencia urbanística de la Francia de aquellos años, cuando se construyó una “Vía Triunfal” que corre del Museo de Louvre al Arco del Triunfo y en cuyo trayecto ofrece al espectador diversos elementos artísticos y naturales que representan las etapas de su historia.

Así, junto con un grupo de intelectuales, historiadores, y estudiosos del diverso pasado nacional, Díaz planeó que sobre el Paseo de la Reforma, vialidad construida años antes, se creara una suerte de libro abierto para que en forma cronológica los paseantes pudieran ir recorriendo las etapas del pretérito mexicano.

De izquierda a derecha: Estatua de Guillermo Prieto en pose de marcar el alto a quienes pretendían asesinar a Juárez —la voz popular asegura que está parando un taxi—; Ignacio Ramírez, poeta, orador, filósofo y polemista extraordinario nacido en San Miguel el Grande, Gto.; y Manuel Cepeda Peraza, militar que luchó por la causa liberal. Llegó a gobernar su estado natal, Yucatán.

Ese recorrido planeado por Díaz iniciaba en el centro de la ciudad y llegaba al Castillo de Chapultepec, que entonces era donde vivía el presidente. El primer monumento es el de Cristóbal Colón, sobre el Encuentro de Dos Mundos; el siguiente representa al tlatoani Cuauhtémoc, como símbolo de la llegada de los conquistadores españoles.

El siguiente monumento tendría que representar a la Época Colonial, pero nunca hubo un acuerdo sobre qué podría ser ese distintivo. Por eso se decidió poner una palmera. Sigue el de la Independencia, la actual columna con su victoria alada arriba, mismo que Porfirio Díaz inauguró durante las fiestas del Centenario.

Cronológicamente debía seguir un monumento dedicado al periodo de la Reforma, o a Benito Juárez, pero no se continuó el proyecto porque el Hemiciclo a Juárez se puso en la Alameda Central. Al final del Paseo de la Reforma se colocó el Monumento a los Niños Héroes, y más adelante la Diana Cazadora.

Personajes célebres de provincia, al Paseo de la Reforma

De manera paralela, un proyecto encabezado por don Francisco Sosa pretendía que cada uno de los estados del país tuviera una representación en la Ciudad de México. De esa manera, se convocó a cada gobierno estatal para que propusiera dos personajes célebres para colocar sus monumentos flanqueando el Paseo de la Reforma.

Casi todos fueron hechos por el mismo escultor y se colocaron conforme los estados enviaron sus propuestas. Los primeros fueron los representantes del entonces Distrito Federal, Leandro Valle, general liberal aliado de Juárez en la Guerra de Reforma, e Ignacio Ramírez, abogado, poeta y político liberal conocido como “El Nigromante”.

Después se fueron colocando, alternadamente, a lo largo de ambos lados del Paseo de la Reforma, una estatua y un jarrón. Esas estatuas se fueron inaugurando para coincidir con alguna fecha cívica como el 2 de abril, 5 de mayo, 16 de septiembre y otras. Es curioso, pero los personajes representados no necesariamente son próceres de La Reforma.

Esculturas de tres personajes ilustres, hoy desconocidos porque sus efigies carecen de placa que los identifique.

Ejemplo de lo anterior son las estatuas de Fray Servando Teresa de Mier, quien vivió en los años de la Independencia; Primo de Rivera, quien perteneció a los años anteriores a la Independencia; Valentín Gómez Farías, quien vivió después de la Independencia, y el Doctor José María Luis Mora, uno de los primeros exponentes del liberalismo en México.

Son los personajes que cada estado tomó como sus héroes representativos y se colocaron desde donde está el periódico Excélsior hasta la Columna del Ángel de la Independencia. En la década de los años 70 del siglo pasado, se amplió el Paseo de la Reforma hacia la Basílica de Guadalupe y se colocaron los héroes que no habían sido enviados.

Aunque todos debían tener las mismas características en tamaño, materiales y otras, hay uno que desentona. El estado de Guerrero mandó la estatua de su héroe Ignacio Manuel Altamirano (Tixtla, Guerrero, 1834-San Remo, Italia, 1893), maestro, abogado y político cuyo monumento es mucho más alto que el resto y está a la altura de Tlatelolco.

Lamentablemente, con el paso del tiempo, las placas conmemorativas donde se registró el nombre del personaje y sus datos, han desaparecido, se han ido borrando, las han robado y no han sido pocos los accidentes automovilísticos que han dañado los pedestales y han dañado a la placa; algunas estatuas han sido robadas o han desaparecido misteriosamente.

Sobre el Paseo de la Reforma, a la altura de Excélsior, durante las obras de un hotel, la entrada de su estacionamiento quedaba justo ante una estatua. Al terminar las obras, ni la estatua ni el pedestal volvieron a su sitio original o a sitio visible. Nadie sabe, hasta hoy, quién lo mandó quitar ni dónde quedó ese monumento histórico.

Las primeras dos estatuas fueron realizadas por el escultor Primitivo Miranda, y algunos estados del país recurrieron a él o al taller donde trabajaba para elaborar las suyas, con el fin de que fueran uniformes. Algunas están firmadas por el autor no en el pedestal de piedra, sino en la base de la escultura.

A lo largo de los años, las estatuas que adornan e ilustran el Paseo de la Reforma han sido objeto de vandalismo. Las han graffiteado y hasta les han puesto cubreboca, sobre todo cuando hay contingencia ambiental y más aún durante el peor momento de la pandemia de Covid-19, y como muchas de ellas representan a militares, les han robado sus espadas, sus pistolas o sus escopetas.

Para muchos, es triste que se maltrate ese valioso patrimonio de México conformado por 36 esculturas en su primera etapa y las que se añadieron posteriormente. La estatua que más gusta es la de Guillermo Prieto, porque tiene el brazo extendido en forma horizontal como si estuviera parando un taxi, dice la vox populi.

La gente identifica a Prieto como “el que está parando un taxi”, pero en realidad plasma el momento en que dijo: “Los valientes no asesinan” cuando iban a asesinar a Juárez. Algunas efigies se han popularizado porque de manera coloquial han sido rebautizadas, sin reconocer al personaje de quién se trata.

Y si además no hay placa qué leer, los transeúntes nacionales o extranjeros seguirán ignorando el nombre y otros datos de cada personaje perpetuado en metal. Actualmente existe la propuesta de colocar nuevamente a cada uno su placa de identificación y, más aún, editar un catálogo cultural sobre ese paseo.

Las estatuas y monumentos muestran que hubo intentos por hacer un libro de historia abierto. La idea de Porfirio Díaz se cumplió, sigue siendo un atractivo visual y por eso, se debe conservar para respetar y difundir el contenido histórico, artístico y cultural de esa herencia de Porfirio Díaz y Francisco Sosa.

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