jueves, mayo 9, 2024
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GILBERTO MOLINA Y EL ARTE DE TRANSFORMAR VARAS DE POPOTILLO EN IMÁGENES ENTRAÑABLES

Es una de las actividades artesanales más antiguas, herencia prehispánica que se empleaba en la decoración de templos, escuelas y hogares. Fueron los mexicas quienes se dieron cuenta de que la planta de cambray podía trabajarse a modo de ornamentación. 

Hasta el 7 de abril, la Casa de las Artesanías, ubicada en la Plaza de Paz, en Guanajuato Capital, cuenta con la participación de expositores artesanos, entre los que destaca Gilberto Molina, originario de León, quien lleva ya treinta años haciendo arte con popotillo. “Prácticamente, es herencia de familia, mi mamá es quien lo hacía, lo aprendió de mi abuelita. Cuando éramos niños, nos ponía a hacerlo con ella; en ese tiempo le trabajaba a una de mis tías que las exportaba a otros países. Nosotros, por solvencia económica, teníamos que participar. Somos diez hermanos en total”.

Para obtener los popotes hay que acudir entre los meses de diciembre a marzo a los pastizales, zonas volcánicas altas y matorrales. Comúnmente, se fabrican escobas y escobillas con ellos, pero las manos expertas de estos artistas emplean las delicadas varas para crear y hacer arte. 

“Anteriormente, sólo se empleaba lo que era el color natural, los contrastes se logran con el decolorado del mismo popote, luego se comenzaron a usar los popotillos de colores. Es un trabajo que solamente se aprende en la práctica. Al principio, los paisajes se hacen poniendo debajo una ilustración, ahora ya es con la pura imaginación, y me voy adaptando al lugar en el que me encuentro. Guanajuato, Querétaro, San Luis Potosí… Me voy adaptando al lugar y plasmo las cosas que lo identifican”. 

Gilberto Molina totaliza ya treinta años haciendo arte con popotillo.

Para preparar los popotillos hay que limpiar las fibras delgadas y separarlas en manojos para después teñirlas. Aquí comienza la magia del artesano, porque las tonalidades se entregan de formas distintas a cada par de manos. La gama de colores y posibilidades es tan infinita como el artista lo requiera.  

“Los popotillos los teñimos con anilinas naturales. Mis herramientas para trabajar esta técnica son solamente las varas de popotillo, mis manos, cera de Campeche en la base para que los popotillos queden pegados y puedan dar forma a la imagen, anilinas vegetales y las uñas de los dedos para trozar los popotillos al tamaño necesario”.

En el caso de don Gilberto, como en el de muchas familias, esta artesanía representó una forma de sustento para que su madre pudiera apoyar el progreso de la familia. “Todos los hermanos lo sabemos hacer, incluso primos y tíos aprendieron. Aunque en realidad solamente somos dos hermanos quienes nos dedicamos a esto totalmente… Mi hija me ayuda, le estoy enseñando. El oficio va en decadencia por el desgaste de la vista que genera. De diez hermanos, solo dos lo llevamos a cabo, y de cuatro hijos que tengo solo una se ha interesado en aprender… espero que el oficio no desaparezca con el tiempo”. 

En el puesto de Gilberto Molina hay todo tipo de objetos decorados con popotillo: cruces, cajitas, llaveros, paisajes en madera… y a unos metros se pueden apreciar obras en un formato más grande. La primera impresión es que son pinturas, pero al acercarse, se pueden notar los popotillos delineando, rellenando, dando vida.  

“Cuando las personas lo ven, de inicio piensan que son ilustraciones y me dicen que qué bonitas pinturas. Pero cuando les enseño la técnica, es donde se dan cuenta de que es un trabajo totalmente artesanal en el que son las emociones las que quedan plasmadas, porque los estados de ánimo producen diferencias en cada trabajo, en la combinación de colores, en las formas, en los contrastes”. El popotillo entonces deja de ser un material simple para convertirse en arte que transmite, que dialoga, que despierta los sentidos. 

Hay imágenes como las de los Cristos en la cruz, en las que los detalles como cejas y pestañas son diminutos y forman líneas perfectas. No hay un solo milímetro sin rellenar, sin color, sin vida. “Lo que se desgasta más es la vista, y en menor medida la espalda, porque estar agachado para hacerlos no es lo más conveniente. Se necesitaría estar en un lugar cómodo y con suficiente luz, pero hay que adaptarse a las circunstancias”.

La del popotillo es una de las actividades artesanales más antiguas, herencia prehispánica que en las manos de Gilberto Molina alcanza cimas insospechadas. 

Gil no sólo hace este tipo de ornamentación, por lo que nos compartió algunas anécdotas que ha vivido con trabajos que ha realizado por encargo, y que le han llenado de orgullo y satisfacción:  “En León, desde hace diez años, vendo mis productos en la Plaza Comercial Altacia. Incluso, yo hice con popotillo el logo de Altacia en el Centro Artesanal…  Lo más memorable que me han pedido que haga es la reproducción de una pintura de Pablo Picasso, el Guernica. Esa fue una obra que me sacó de mi rutina creativa. Tuve que investigar de qué se trataba, porque lo desconocía. Ves el trazo de una mano en un lado y de pata de caballo en otro. Porque representa una guerrilla local en España que generó una matanza. Lo tuve que investigar porque no sabía qué era. Y la pintura misma solo maneja dos tonos. Cuando lo entregué, ellos le pusieron el valor, con la sorpresa de que me dieron más de lo que yo tenía pensado cobrar. Después de dos años me mandaron hablar y lo plasmé en un mural aquí mismo en León, Guanajuato. Lo hice de 1.25 m por 2.5 m. Está en la casa de un psicólogo que ahora vive en Estados Unidos, pero el mural permanece en la propiedad”. 

El tiempo que está en su puesto esperando la llegada de clientes, lo aprovecha creando casitas, caballos, indígenas, iglesias, cerros, volcanes, que es lo más comercial, además de Frida Kahlo, la muñeca Lele, y pequeños encargos especiales diversos. “Hago lo que me piden, personalizado, con algún nombre, con dedicatoria… Letreros con el nombre de México, de Guanajuato… En una ocasión llegó una persona y me dijo que quería algo para su novio. Le mostré unos alhajeritos y me pidió que dibujara una planta de mariguana y el nombre del novio, para que pudiera guardar ahí sus churros. Son cosas con las que cumplo… En otro momento, un empresario de León me pidió rellenar una zapatilla porque la iba a digitalizar y sacar una nueva tendencia. No sé si lo llevó a cabo porque no lo volví a ver, pero también fue algo que me sacó de lo cotidiano”.

Terminamos la entrevista, y al despedirnos, don Gilberto concluye sus reflexiones con estas palabras: “Yo espero que este oficio no termine. Esto es independiente a los estudios que uno pueda tener. Esas son otras cosas, en cambio el arte… ¡Es arte! Es inigualable!”.

Elena Ortiz Muñiz
Elena Ortiz Muñiz
Elena Ortiz Muñiz es licenciada en Ciencias de la Comunicación, escritora, editora en Pacholabra Ediciones. Fundadora de los proyectos Alas para niños y jóvenes escritores y Manos en Vuelo.
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