domingo, mayo 19, 2024
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POZOS DEL FRAILE: VIEJO ESPACIO APROPIADO POR LA MODERNIDAD

Estampas leonesas

Remodelan las fosas de agua que abastecieron a los leoneses desde tiempos de la colonia

Contaba Vicente González Castillo, maestro de la Escuela Preparatoria de León, que Juan de Cuenca y Virules, fraile dedicado a la caridad y a Cristo, se alejó un buen día de la casi recién fundada Villa de León. Trepó por el cerro de la Soledad y llegó a un paraje que correspondía a territorio controlado por chichimecas.

El relato, plasmado en su obra Leyendas y sucesos leoneses, señala que los indios nativos se distinguían por su valerosidad y fiereza y tenían asolado al ejército virreinal que cuidaba la plaza y el paso de mulas y arrieros hacia el poniente y el norte, rumbo al Mixtón y al Zacatl.

Aquella violencia debía terminar y fue en busca del majorrú para dialogar y calmarlos:

“Con mucha fe dentro de su alma y a flor de labio los rezos, cuando al pronto de improviso se vio cercado por ellos, partió de un arco una flecha que clavósele en el cuello, y luego otra y otras muchas que aflojaron el cuerpo y el pobre cayó en tierra, lanzando el último aliento”.

Los Pozos del Fraile en la década de 1970 junto a una imagen de la remodelación proyectada del mismo espacio.

Lo que no señala el texto es que los indios no eran otro grupo chichimeca más: se trataba de los radicales huachichiles. Mientras que un centenar de kilómetros al norte los ézá’ (jonaces) y los pames firmaban, al igual que los hñähñu´ (otomíes de la Sierra Gorda), un tratado de paz en 1552; en el Valle de Huatzillo (de Señora, le llamaron los ñämfo, españoles) la tribu feroz seguía imbatible y rebelde. Los huachichiles no fueron vencidos por las armas por los europeos, pero las circunstancias los llevaron a dejar el Valle en el Año del Señor de 1592.

El caso es que el padre Cuenca falleció flechado (y no precisamente por Cupido). Uno de los indios chichimecas, cegado por la ira, con un hüey (daga de obsidiana) arrancó al cadáver los azules ojos y los lanzó hacia la tierra. Cargó el cuerpo y, dice el texto: “llevólo a los aledaños de la villa, y con desprecio, tras un puntapié, dejólo abandonado en el suelo”.

Tiempo después, el indio chichimeca regresó al sitio y vio el lugar en donde había caído el sacerdote. Buscó los ojos y observó que de los sitios donde cayeron había dos hoyos de donde brotaba el agua.

“Cuando entre cruel y curioso, buscó el indio, a su regreso, los claros ojos que él mismo descuajó, nomás por verlos, sólo halló dos hilos de agua en el sitio en que cayeron, y allí escarbó con las uñas, hasta sangrarse los dedos… Y era agua pura y más agua pura, la que había en cada agujero”, dice González del Castillo.

De la leyenda a la ciudad

Por esa zona bajaba un afluente del Río Mariches o Machigües. Un brazo iba hacia el noreste para juntarse con el ahora llamado Río de los Gómez y el otro bajaba por lo que ahora es la calle Apolo y seguía por el espacio que la postre sería la avenida Miguel Alemán.

Durante siglos, la zona era un espacio campestre cercano a la ciudad. Tal era su humedad que abundaban los ojos de agua. Los había al pie del cerro del Calvario y el parque Hidalgo y en lo que ahora son las colonias Los Olivos, Chapalita, donde se formó, al igual que en el Calvario, un lago que servía de paseos de fin de semana a las más distinguidas familias leonesas.

Pero llegaría la inundación de 1926 y, por recomendación del clero, gente de la ciudad, sobre todo la más pobre, optó por poblar los cerros. Atrás del Santuario de Guadalupe fueron edificadas las primeras casas y luego habrían de crearse las colonias Bellavista y Obrera.

A mediados de la década de 1930 fue trazada una moderna colonia (para su tiempo), con manzanas pequeñas y casas de fondo grande, con amplias avenidas, al lado de las bajadas de agua (una por donde hoy es la calle Salida a San Juan y otra por el Río Mariches en su paso por lo hoy es la colonia Los Paraísos). Era la colonia Industrial. Los Pozos del Fraile quedaron ubicados en una plaza triangular, entre las calles Salida a San Juan, Apaseo y Salamanca.

Remodelación terminada apenas de los Pozos del Fraile, con la que se les cambió la imagen.

Este espacio se convirtió en centro de convivencia y de dotación de agua para los habitantes de la zona.

En tiempos antiguos llegaban los aguadores y llenaban cántaros; luego habría de ser espacio donde taxistas y automovilistas lavaban sus vehículos.

El tiempo pasó y la colonia Industrial se quedó en el centro de la ciudad. Gente y casas se hicieron viejos. Los talleres de calzado (las “picas”) y las peleterías se fueron yendo conforme el calzado chino ganaba mercado.

Adiós talleres de cardado, adiós “zorritas” que cargaban costales con cortes o rollos de piel.

Los Pozos también se hicieron viejos y sus aguas se convirtieron en limo verdoso, con legiones de mosquitos que partían en tiempos de lluvia y calor hacia las casas para hacer de las suyas.

La modernidad llegó

Los Pozos del Fraile se convirtieron en refugio para beber y fumar (sana cerveza y no muy legales cigarros). El grafiti, la basura y la caca los convirtieron en centro de repudio y de exigencia.

Alguien concibió modernizarlo y cambiar su diseño clásico por uno minimalista. Con una inversión de 2.9 millones de pesos del recurso de Presupuesto Participativo para Centro Histórico, la presidencia municipal rehabilitó a Los Pozos del Fraile.

El espacio perdió su estética tradicional con rotondas de piedra y barandas de mármol, así como su arbolado, para ser convertido en una plancha.

Los pozos fueron construidos a principio de siglo XX y son considerados un espacio histórico. Se trata de estanques surgidos de un manantial desde la época virreinal.

Son dos perforaciones con un diámetro de unos diez metros y una profundidad similar. En torno a los brotes fueron construidas dos rotondas, hechas con piedra y con las barandas de mármol.

Los Pozos del Fraile dejaron de tener un estilo arquitectónico inspirado en el art nouveau a la manera de las casas más opulentas de la zona, construidas entre 1930 y 1950. Ahora tienen un diseño modernista. Sus dos rotondas se mantienen, pero se les modificó para un diseño minimalista, con unas rejas de metal que impedirán arrojar al menos objetos grandes. Tampoco habrá acceso de personas a los pozos.

El entorno del resto del triángulo de la plaza fue repavimentado y en abril quedaron terminados y entraron en operación sin ceremonia inaugural alguna por ser época de veda electoral.

Los Pozos del Fraile, a pesar de la remodelación, no han podido depurarse.

Siguen con agua fangosa y es foco de infección. La presidencia municipal no ha informado si será limpiada y renovada.

El diseño no tiene el glamour de las casas que estaban entre el clasicismo porfiriano y la premodernidad urbanística.

Ahora los nuevos salvajes no son los chichimecas, sino ladrones y pandilleros. Ahora el clero no va a buscarlos.

Sólo falta que en ese espacio renovado aparezca el ánima del padre Cuenca y exclame con tenebrosa voz: “¡Ay, mis ojooooos!”

Federico Velio Ortega
Federico Velio Ortega
Periodista, maestro en Investigador Histórica, amante de la lectura, la escritura y el café. Literato por circunstancia y barista por pasión (y también al revés)
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