El Botañero de Liva heredó el local de
El Cairo, pero transformó el ambiente
Hacia el final de la Avenida Juárez de Guanajuato, antes del cruce con Pardo y casi al inicio de la Calle Tepetapa, se encontraban hace algunas décadas, frente a frente, dos cantinas tradicionales: por un lado, Los Altos de Jalisco, sitio de relativa amplitud, que poseía un balcón con una vista privilegiada a la Calle Subterránea, y por el otro un lugar pequeño, casi intimista: El Cairo.
El primero de ellos cerró hace un cuarto de siglo para reabrir en el entonces flamante bBulevar Euquerio Guerrero, con el nuevo nombre de Los Cuatro Vientos, en recuerdo del peculiar callejón homónimo del centro urbano. El Cairo, en cambio, resistió durante varios años más el embate de la modernidad, hasta que su operación se hizo incosteable y fue traspasado.
Tras un breve cierre para dar al local una manita de gato, la pequeña cantina, localizada frente a las oficinas del Simapag, reabrió sus puertas, con renovado mobiliario y reluciente decoración, pero el cambio no pareció sentarle bien, ya que la clientela se ausentó, así que, nuevamente, cambió de manos. Funcionó un breve tiempo más, ahora con el nombre de La Sagrada. No obstante, tampoco tuvo el impacto de antaño y su operación fue cedida nuevamente.
Esta vez, dos jóvenes hermanos, cuya única experiencia en el ramo era haber sido trabajadores de un bar años atrás, tomaron la batuta entre nervios, anhelos y esperanzas. Ambos, Chantal y su hermano Checo, habían sido pilares de un espacio que en pocos años había logrado fama como el mejor sitio para degustar botanas en el centro urbano. El Botañero, como se llamaba, fue un poderoso atractivo para estudiantes, profesionistas, empleados de gobierno y peatones en pleno centro de la ciudad, a mitad del Callejón de la Estrella.
Allí, desfilaban clientes ansiosos de cerveza o de una bebida al caer la tarde; también, cuando se celebraba algún encuentro de futbol relevante, particularmente si participaba la selección nacional, el Tri. Sus dos pantallas, una en la planta baja y otra en el primer piso, congregaban a los aficionados de corazón, a los curiosos y a bastantes damas, quienes constituían una clientela numerosa y entusiasta.
Sin embargo, quiso el destino que ese local cerrara en 2014, víctima de procesos fiscales y administrativos insalvables. Tiempo después, el propietario, Édgar Mauricio Brito Villegas, emprendió el viaje sin retorno y del bullicioso bar solo quedó el recuerdo, hasta que resurgió recientemente. Chantal concibió desde hace algo de tiempo continuar el proyecto. En su búsqueda de un lugar apropiado para llevar a cabo su idea, se enteró que el emplazamiento donde había estado El Cairo quedaría vacante. No desaprovechó la ocasión.
Luego de cumplir con los numerosos trámites y contactar a viejos y nuevos amigos, el 14 de mayo de 2022 las puertas de la pequeña cantina volvieron a abrirse, con un concepto distinto. Los dos hermanos recuperaron el nombre de su antiguo empleo y, encomendándose a la divinidad y a su experiencia anterior, se dispusieron a emprender una aventura nueva cargada de expectativas.
El Botañero de LiVa fue pronto visitado por los antiguos usuarios. La amabilidad de los propietarios y la variedad de botanas atrajo rápidamente más personas de edades diversas, hasta afirmarse como punto de referencia para guanajuatenses y turistas de diversa edad y condición. No resultó fácil. Al principio, Chanty y Checo tuvieron que aprender a manejar situaciones de conflicto, cuestionamientos, críticas y envidias, pero han sabido salir adelante, con el apoyo de la infaltable Eva, quien igual elabora botanas que sirve bebidas y pone música.
De tal forma, el recinto que alojó a El Cairo continúa como un oasis para la frenética actividad del hermoso centro histórico de Guanajuato. Con su barra que invita a la plática, sus mesas y cuadros que aluden a la cultura pop, El Botañero de LiVa pone música al paso de los peatones y envuelve en una atmósfera especial a quien tiene la fortuna de cruzar su puerta.