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REGOCIJO ENTRE MONTAÑAS

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En las faldas del cerro del Gigante, la

gente de Los Lorenzos celebra la vida

Dicen que hace mucho no tenía un nombre tan loco. Que en realidad se llamaba San Nicolás de la Sauceda, pero que, en cierto momento, la gente comenzó a decirle “Los Lorenzos”, supuestamente porque había varios habitantes que así habían sido bautizados… y se le quedó.

Perteneciente al municipio de Guanajuato, pero enclavado en una cañada a orillas del río Silao, y encajonado entre arroyos que bajan de La Luz y el Cerro del Gigante, el poblado encontró en el cultivo del aguacate criollo y en la música sus modos de vida. La sabrosa mantequilla verde, dos bandas de viento, duetos norteños y ejecutantes de mariachi, combinados con la albañilería en los tiempos malos, daban para vivir con sencillez, pero satisfactoriamente.

Los Lorenzos, a la sombra del Cerro del Gigante.

La agricultura de subsistencia, cuyos frutos se arrancaban arduamente a los barbechos, en las laderas de los agrestes y elevados cerros, complementaban la alimentación de los pocos habitantes. A cambio, disfrutaban de un excelente clima casi todo el año; ni tan caluroso ni tan frío, amparados en las umbrías huertas que cubrían importantes extensiones de tierra.

Higos, duraznos, chirimoyas, naranjas, mandarinas, tejocotes y perones crecían entre cercas de piedra. Las casitas, de adobe en su mayor parte, se acomodaban según el terreno y formaban una retorcida calle principal y callejoncitos donde asomaban ventanitas, balcones, rejas y muchas, muchas plantas de todo tipo, regadas cada día con ese amor doméstico que solo pueden brindar las amas de casa.

Huellas de otros tiempos: pozo y árbol de aguacate.

Los vecinos, sonrientes y optimistas pese a la dureza de su vida, ponían gran esmero y dedicación en sus fiestas. La primera, relacionada con el Carnaval, convertía al poblado en una meca de alegría desbordante durante los tres días previos al Miércoles de Ceniza. Las bandas y castillos invadían de luces y música el cielo antes de la Cuaresma y el baile daba cauce a los ímpetus juveniles y formaba noviazgos que, al poco tiempo, devenían matrimonios y nuevas familias.

Pero un día, las tornas cambiaron. Algunos aventureros, avecindados años atrás en Estados Unidos, platicaron del oro del norte. Los adolescentes, hechizados por el sueño americano, comenzaron a emigrar, primero a cuentagotas, después en oleadas, al vecino país. Y la vida fue otra. El pueblo se volvió obligado coto femenino, las feraces huertas fueron abandonadas, los dólares fluyeron, el ladrillo y el concreto sustituyeron al adobe y las casas escalaron más arriba en las cuestas.

El adobe ha cedido terreno al ladrillo y el concreto.

Con el éxodo llegó la bonanza. Las remesas se tradujeron en viviendas cada vez más grandes y mejor diseñadas, calles pavimentadas, un templo ampliado, dos kioscos, canchas, clínica, nuevas escuelas. También surgieron situaciones antes raras: los primeros divorcios, tráfico vehicular, ansias de riqueza, basura creciente. Pero no disminuyó el jolgorio: la fiesta se mantuvo, creció en calidad y cantidad y se organizó otra, dedicada al patrono del lugar, el Señor de la Expiración. La fecha: 6 de agosto.

Los inicios del presente siglo provocaron otra sacudida en toda la región. El desarrollo industrial de Silao se volvió un poderoso imán económico y en una opción más cercana y aceptable para los hombres y, sobre todo, para las mujeres de la comunidad, que de pronto se dieron cuenta de que podían ser financieramente autónomas y exigir derechos iguales a los de sus padres, hermanos o esposos.

El río Silao a su paso por Los Lorenzos. 

Asimismo, el progreso trajo aparejado un cambio de mentalidad.  El machismo cedió terreno, avanzó la conciencia social. Hoy, por ejemplo, los adultos mayores son atendidos con respeto ancestral mediante un programa que cuida su salud y procura su esparcimiento. El antes todopoderoso béisbol dejó su lugar al fútbol, de tal forma que entre los varios equipos femeninos del poblado está el campeón de la zona y el conjunto masculino es flamante bicampeón. 

La joven delegada —segunda mujer consecutiva en el cargo—, Beatriz Martínez, es un imparable dínamo de actividad humana: lo mismo apoya a las madres de familia para el trámite de becas que se reúne con autoridades municipales para coordinar la recolección de basura y mantiene contacto con quienes trabajan en EEUU para el envío de remesas con qué sufragar la fiesta, sin descuidar su propio negocio de organización de eventos y banquetes.

Callejones y veredas cruzan la comunidad. 

Día a día, a lo largo de la calle principal y entre los callejones y veredas, la gente de Los Lorenzos cumple con sus rituales cotidianos. Aunque ya hay tortillería, todavía funciona el molino de nixtamal; aún se ven los campesinos barbechando y escardando sus parcelas de maíz, frijol y calabaza; algún nostálgico mantiene productiva su huerta de aguacates y los camiones hacen hasta siete viajes diarios de ida y vuelta a Silao, llevando y trayendo estudiantes, trabajadores y uno que otro visitante, aunque no falten vehículos Uber ni autos particulares.

En estos días, la actividad se intensifica. La celebración en honor del Señor de la Expiración comienza y el entusiasmo casi se puede palpar: danzas, torito, mariachi, norteños y, sobre todo, los esperados conjuntos foráneos mantienen expectante al vecindario. Se habla de la ropa a estrenar, de los infaltables arroz y mole con pollo, a los que ahora se agregan pizzas o comida china; de la calidad de las bandas que amenizarán el baile, de los castillos.

El templo y el Señor de la Expiración.

Porque Los Lorenzos, a diferencia de otros asentamientos cercanos, no pierde población, sino al contrario, crece hacia arriba y alrededor, convirtiendo en barrios lo que antes eran simples caseríos: La Loma, El Arrastre, El Llano, el Río Chiquito… Los “norteños” podrán durar años en Pittsburgh, Indianápolis, Chicago, Forth Wayne o San Diego, pero su corazón siempre está entre las montañas que acunan a su tierra, esa que entre todos han sabido cuidar.

Durante dos días, la multitud llenará la iglesia, plaza y kioscos con oraciones, risas, música y baile. Los niños saturarán los juegos mecánicos, trampolines y puestos de juguetes. La multitud presenciará, azorada, los fuegos de artificio, y en el baile nocturno los pobladores y parejas darán por fin tregua al trabajo diario para dejarse llevar, así sea durante unas horas, por el rito celebratorio de su fiesta.

El multitudinario baile.

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