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SINGULARIDADES DEL TEATRO JUÁREZ

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Escenario de lujo para el FIC, el inmueble

ofrece detalles dignos de mayor atención

Localizado frente al Jardín de la Unión, centro social de la vida guanajuatense, el edificio es, indiscutiblemente, uno de los más visitados, fotografiados y admirados de la capital guanajuatense. Su imponente fachada neoclásica, que reproduce el pórtico de los antiguos templos griegos, con sus elegantes columnas dórico-corintias, llama la atención de toda persona que lo ve por vez primera.

Como casi todos saben, el Juárez fue inaugurado en 1903 por el presidente Porfirio Díaz y ocupa el predio donde estuvieron, primero, el convento franciscano de San Pedro de Alcántara y posteriormente el Hotel Emporio. Intervinieron en su construcción tres gobernadores (Florencio Antillón, Manuel González y Joaquín Obregón González) y tres especialistas, ya que originalmente fue diseñado por José Noriega, pero lo concluyeron el arquitecto Antonio Rivas Mercado y el ingeniero Alberto Malo. Abrió sus puertas con la ópera Aída, de Giuseppe Verdi. 

La fachada del teatro y los dos leones que flanquean la escalera de acceso.

Rasgo destacado de su portada son las estatuas de las musas colocadas sobre el frontispicio, creaciones de W. H. Mullins Company, de Salem, Ohio. Aunque a simple vista solo pueden contarse ocho, no nueve -cifra correcta de las diosas griegas dedicadas al arte-, algunos expertos aseguran que sí están todas, puesto que Urania, la musa de la Astronomía, sostiene en su mano izquierda una pequeña figura que -dicen- corresponde a Erato, la numen faltante.

Las musas del Juárez, vistas desde la Casa de Moneda.

El porqué los diseñadores decidieron colocar ocho estatuas grandes y, en su caso, una pequeña, es un misterio. Pero lo importante es que, desde las alturas, Euterpe, musa de la Música, Melpómene (Tragedia), Thalía (Comedia), Terpsícore (Danza), Calíope (Poesía), Clío (Historia), Urania (Astronomía) y Erato (Lírica coral y amorosa) observan el paso de la gente que camina abajo por la céntrica calle citadina, así como las encandiladas miradas de los turistas.

Sin embargo, sean locales o foráneos, pocos se detienen a observar con detenimiento los dos leones que flanquean la amplia escalera de acceso al teatro. Ambas fieras de bronce son obra de Jesús F. Contreras, el mismo escultor del Monumento a la Paz que se localiza a unas pocas decenas de metros del teatro, frente a la Basílica de la Virgen de Guanajuato. Actualmente, se muestran a la sombra de sendos árboles que han crecido en sus costados.

En el vestíbulo, estatuas, lámparas y macetones de bronce decoran los nichos.

El interior del inmueble presenta estilos distintos en el vestíbulo y el fóyer en comparación con la sala de espectáculos, pues los dos primeros tienen clara influencia francesa tanto en los elementos que los forman como en su decoración, mientras que el proscenio es morisco, a la vez que los asientos están colocados en herradura, como suelen distribuirse en los teatros europeos.

El lujo algo recargado de finales del siglo XIX se muestra en cada rincón. Desde el tapete color granate, la ebanistería de la cantina, las puertas y escaleras, hasta el mármol, la porcelana, los azulejos y cristales de pisos, baños y otras estancias. Esculturas, lámparas y macetones de bronce con garras de león adornan nichos y columnas. Al subir la escalera de honor, una gran pintura al óleo del escudo de la Santa Fe recibe a los visitantes.

La escalera de honor muestra el escudo de la Santa Fe y, a los lados, odaliscas de la danza y la música.

El fóyer es una amplia estancia cubierta por una cúpula de hierro y cristal que brinda luz suficiente para admirar los detalles. A ambos lados, se localizan el tocador y la sala de fumar, donde destacan sillones cubiertos de terciopelo rojo entre pequeñas estatuas de científicos, filósofos y artistas, aunque el acceso a este espacio está prohibido en la actualidad.

La cúpula de cristal y acero del fóyer. En seguida, una imagen de la elegante sala de fumar.

Dentro de la sala, los barandales de las galerías son un minucioso trabajo de herrería, mientras que los muros están decorados con lacería entrelazada con motivos vegetales. Al fondo, un gran arco cubre el proscenio, con una riqueza decorativa deslumbrante, cual si fuera una inmensa flor que se abre en grandes pétalos, todo ello encima del cortinaje plegado que se abre en cada número que se presenta.

Por encima de la sala, desde un plafón de madera que cubre el techo, cuelga un candil que tiene la forma de una estrella de seis puntas, conocida como araña, que al encender sus luces proyecta sus haces luminosos sobre los asistentes y sobre los artistas que tienen la oportunidad de lucir su arte en este escenario que, por algo, es la principal sede de gala del Festival Internacional Cervantino.

El fastuoso escenario y la “araña” de seis puntas.

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