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DEL PÍPILA A LA PRESA: LUCES Y SOMBRAS

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               A la vista de los Picachos, la vía luce

o se pierde entre las construcciones

LA PANORÁMICA Y SU RAZÓN DE SER – II

Desde el monumento al Pípila, la carretera se desenvuelve, curva tras curva, a lo largo de poco más de cuatro kilómetros, hasta la Presa de la Olla. Primeramente, el empedrado cede su lugar al asfalto, en un área dominada por la afluencia de visitantes. Las sprinters y vans turísticas forman un estorboso convoy que impide el tráfico fluido, el funicular arroja constantemente grupos de viajeros y a la vera del camino prospera un estacionamiento.

La Ruta

Contribuyen al caos vehicular las cercanas oficinas de Policía Vial y Transporte Municipal, a donde acuden a pagar multa o recoger placa los infractores del tráfico citadino. Unos metros adelante, la desviación al Camino Rotario ayuda un poco a desahogar la circulación, junto a la Cuesta del Tecolote, antigua entrada a la ciudad. La vía escénica aún debe recorrer un tramo urbanizado antes de recuperar algo de su función original, a partir de la larga escalera que desciende al Callejón del Espinazo.

Entre el Pípila y los cruces con el Camino Rotario y el Bulevar Guanajuato, la mancha urbana toca la carretera.

Dado que paralelamente, en la margen derecha, corre el Bulevar Guanajuato, se multiplican por ese lado las viviendas, comercios y oficinas. Hacia la ciudad, cocheras, hoteles y talleres mecánicos obstruyen la visibilidad, que resurge sólo en pequeños tramos donde la ladera es demasiado inclinada, y asimismo en los accesos a los callejones de La Rana, Peña Grande, Zaragoza y Saucillo.

Al dejar atrás el cruce con el Bulevar Guanajuato, en pleno Cerro del Hormiguero, se yergue la blanca estructura de la clínica-hospital del ISSSTE, punto de partida de las excursiones de fin de semana al área de la Bufa y el Pastor, rocas imponentes que dan marco a una de las leyendas más representativas de Cuévano. Allí junto, se cierne la amenaza de más edificaciones, así por ahora sean sólo meros cobertizos de lámina y ramas. Sería una verdadera lástima perder la vista de la Escuela Normal y sus alrededores que puede admirarse en ese sitio.

Espinazo, Peña Grande, Zaragoza y Saucillo son sólo algunos de los callejones que descienden hacia el centro.

A los pies de la cadena de moles rocosas que llamamos “Picachos”, la Panorámica recobra su esencia. Cierto que las torres metálicas de la subestación eléctrica nos recuerdan la cercanía de la actividad humana, pero a medida que la ruta llega a su mayor altura la soledad se impone. Pinos, pirules, eucaliptos y otros árboles bordean el asfalto. Es mayor la pureza del aire y el silencio solo se ve interrumpido por el ocasional avance de un vehículo.

Aún es posible dar un vistazo al parque de beisbol San Jerónimo.

En cierto punto, a manera de piedra miliar, una peña enorme adorna el camino, y otra aún mayor se levanta metros abajo. Ambas son parte de un despeñadero ancestral que ha dejado huella en su rodar hacia la barranca donde alguna vez brilló el agua de la Presa del Saucillo y que ahora está habitada. Y aunque años ha que no se sabe de nuevos desprendimientos, subsiste cierto riesgo de derrumbes.

Casi inmediatamente después de la clínica-hospital del ISSSTE, dos enormes rocas bordean la ruta. En algunos trechos (fotografía inferior derecha), la Panorámica recupera su esencia.

El encanto de recuperar el panorama que se extiende ante la mirada se rompe al avistar el primer losero (taller de cantera). Los ladridos de los perros vigilantes parecen advertir que la magia ha terminado… aunque no del todo. Si bien la margen izquierda se ve nuevamente invadida por diversas construcciones —complejos departamentales, sobre todo— la vertiente contraria está prácticamente libre y cubierta de espesa vegetación, seca en la fría temporada invernal. Si acaso, el cascarón de lo que fue un restaurante interrumpe el agreste paisaje.

Pese al derecho de vía, numerosas cercas impiden el paso libre a los cerros.

Mas abundan las cercas. Sean de malla metálica, empalizadas o simple alambre, a lo largo de decenas de metros impiden el paso, burlando el derecho de vía que supuestamente debe poseer la ruta. Los letreros de “propiedad privada” surgen aquí y allá, a la vista de simples jacales o lujosas viviendas. En el cruce con San Juan de Dios, en medio de una zona residencial llamada Lomas de Zaragoza, de considerable extensión, la Panorámica desaparece y se vuelve calle. Eso sí: bien cuidada.

Un barrio residencial ha surgido a la altura de San Juan de Dios.

No obstante, una vez traspuesta esa aburguesada colonia, regresa, aunque sólo en tramos, la vía escénica, pero sólo porque los inmuebles han respetado la distancia autorizada para no entorpecer el paisaje, aunque de cualquier modo las cercas impidan ir más allá del arcén. Abajo, el bello entorno del Paseo de la Presa luce esplendoroso. Al fondo, se eleva la aguja neogótica del Templo de la Asunción y pronto asoma el espejo acuático del embalse de la Olla, vigilado por su esbelta atalaya, inmediatamente después de la mancha verde del Parque Florencio Antillón.

Lo que fue y lo que es.

Los últimos metros de ese sector se caracterizan por un descenso pronunciado, al pie del conocido como “Cerro del Animal”, por la figura que la humedad ha formado en una de sus caras, bordeando trozos de losas de los talleres cercanos que producen fuentes, imágenes religiosas y otras creaciones tallando la verde y hermosa cantera de los cerros locales. En una curva, incrustada en la roca, se localiza la desgastada placa inaugural de ese tramo, construido en 1960, bajo el gobierno del presidente Adolfo López Mateos, cuando Jesús Rodríguez Gaona gobernaba la entidad.

Entre las ramas, asoma la “Casa de las Brujas”. El descenso (fotografía siguiente), a los pies del “Cerro del Animal”.

Salimos al bullicio que domina el espacio circundante de la Presa de la Olla. Familias de paseantes se toman fotos por uno y otro rumbo. Los puestos de antojitos lucen llenos, pese al frío. Los carros ocupan cada espacio disponible. Miguel Hidalgo observa el flujo de personas desde lo alto de su pedestal. La Panorámica continúa unas decenas de metros adelante. Nos espera el Cerro de los Leones…

La Presa de la Olla, a la vista y la placa inaugural.

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